jueves, 25 de agosto de 2011

los nudos del hambre

LA MADRE SUPERIORA
 FRAGMENTO XLII

El murmullo sordo del invernizo pinar castellano acompañaba en su huida a Stanley, la negrura del cielo proyectaba su sombra oscura sobre las copas desmadejadas de los árboles, adivinándose, de cuando en vez, la silueta del satélite morador de la noche.
Inexplicablemente, su “nueva” hermana, le había facilitado la fuga, no entendía el porqué, ni le importaba, solamente centraba sus anhelos en alejarse lo más rápidamente posible del caserón medinense, la única pista que guiaba su carrera era la huidiza luna apareciendo y escondiéndose a voluntad entre las nubes, pareciendo estas, bocas de cavernas de bordes blancos, rodeando el desgarro producido por su reflejo.
Esos instantes eran los únicos en los cuales disponía de una pésima claridad, el resto, un correr ciego salpicado de tropezones y traspiés en pos de su libertad.
El conocimiento de la identidad de su padre y los nuevos lazos familiares con Abul y Fausta, no habían sino echado mas tierra a su opaca niñez, confundiendo, si cabe mas aún, los recuerdos ácidos de aquella época, al mismo tiempo su mente, como si fuera un boomerang, volvía y revolvía en sus recuerdos, produciéndole dolor a la vez que desazón, desviando su atención de lo que ahora primaba: la supervivencia.
Con no poco esfuerzo, ordenó a sus neuronas la prioridad.
“Escapando por la parte lateral de la casa, o mucho me equivoco o tengo que girar noventa grados a mi derecha para recuperar la carretera por la que llegamos, eso sí, primero debo de alejarme lo suficiente, justo al menos, hasta dejar de ver las luces de la casa”
Lo que Alfred Larsson no sabía es que la distancia que iba a recorrer con su carrera le llevaría a otra carretera perpendicular a la de su entrada, la comarcal de Salamanca, que a su vez, le acercaría a Medina del Campo por el puente de San Miguel, atravesado por la antigua general Madrid-Coruña, hoy convertida en la avenida Lope de Vega, y que da acceso a las entradas de la nacional seis y de la carretera de Olmedo.
Las nubes acechando su deserción, se comprimían unas con otras, bajaban y ocupaban lentamente el horizonte, tapaban con sus velos el camino recorrido, hacían notar su humedad, a la vez que devoraban el escaso eco de luz emitido por la diosa Selene.
La escapada del espía pilló descolocados a los jóvenes amotinados, cuando Samuel pretendió entrar en los aposentos de Alfred, encontró la puerta de par en par, superada la sorpresa inicial, penetró en la estancia buscando algún indicio que le llevara tras la pista del desaparecido, apenas traspasó la puerta, la voz aflautada de la propietaria de la casa le detuvo, a su espalda, Fausta, le indicó.
- No le busques, se ha marchado. Él, como todos nosotros, también ha jugado sus cartas.
La señora bajó la escalera manteniendo una tensa espera hasta descubrir la reacción del centinela, este, casi con temor, con un respeto que rayaba la devoción, se acercó, situándose a su lado, balbuceó.
- Señora, para León es importante localizar al señor Stanley.
- Dile a León que hable conmigo.
Mostrando una autoridad poco acostumbrada, la monja dejó el recado a Samuel.


No tenía muy clara la alternativa a tomar, por un lado la monja podía tener el destino de Stanley, por otro, le estaba dando un orden, no era lo común en ella, pero había sido más que clara.
Tímidamente, sobrepasó a la mujer y se encaminó a la antigua gloria, rumió para sus adentros:
“Seguro que León sabrá que hacer”
Fausta, aún sin haber sido invitada, siguió a Samuel hasta el salón, entrando seguidamente. El hombre quedó en un rincón sin encontrar posición para sus manos, descansando su cuerpo ora sobre un pie, ora sobre otro, pasándose la lengua entre los labios rítmicamente, convirtiéndose todo en él en un absurdo tic, cual si fuera un chiquillo grandote a punto de ponerse hacer pucheros.
La guardesa del Campo se aproximó, con un gesto cariñoso le rozó la mejilla y a la vez que se sentaba en un sillón más centrado, quitaba trascendencia a la situación regañándole cándidamente.
- Aguardaremos y... ¡No seas modorro! Mira, si es niño... San Antón y sino... ¡la Purísima Concepción!
Al cabo, marcando el nerviosismo en su cara, su hermano estaba con Abul, entró Fátima.
No echó en falta a nadie, pudo más la sorpresa de encontrarse con la oronda cara de Fausta que la ausencia de Stanley. Solo acertó a decir.
- Hola... no esperaba...
- ¡Siéntate hija!- la animó Fausta.- Siéntate que lo que sea, sonará.
- León ha ido... esta con...
Fátima intentaba dar una explicación que su mentora no buscaba, con lo cual, la cortó en seco y, dirigiéndose a los dos, matizó.
- ¡Tranquilos, coño! Tendremos reunión y punto.
En el quicio de la puerta apareció Abul... detrás, se presentía el perfil de León.
- ¿Y bien?
El enojo en el Mulá era latente, la sorpresa que refulgía en sus ojos atravesaba la persona de León, este, parecía tener tatuada en su cara el símbolo de la interrogación y con su mirada se comía a Samuel, que mudo asistía a la escena.
- ¿Que es esto?- reconoció todos los rincones de habitación.- ¿Donde está?
Lógicamente preguntaba por Alfred, un manto de silencio copó la gloria, todos los presentes tenían preguntas atascadas en la garganta, todos, atónitos, esperaban la aclaración de alguien, pero ¿de quien?
- Ya estamos todos... ¡Viva la madre superiora!
Fausta se levantó portando la única sonrisa de la sala, con sus dichos y sus hechos, a unos tranquilizaba y a otros, desquiciaba, se acercó a León.
- Siéntate muchacho, y tu también, tío.
El joven le hizo caso, no así Abul, que rápidamente se revolvió.
- Fausta ¿sabes algo?- cambiándole, por momentos, el color de la tez.- Intento cambiar el mundo y vosotros... vosotros preparáis grescas de familia por el menú de Navidad. Voy a exigiros, en este mismo momento...
- ¡No vas a exigir nada a nadie!
La voz punzante de su sobrina detuvo al Mulá.
- He dicho que te sientes y escuches.
Solo quedó en pie Fausta, sor Piedad, la dueña de la casa, la hija del gobernador, la única que desde siempre estuvo en el Campo.
Habló primero a Samuel.
- No has fallado, simplemente, llegaste tarde. Es segura tu fiabilidad y, tranquilo, León lo sabe.
Calló un instante, no era mujer de mucha retórica y debía pensar lo que iba a decir para no colar algún taco o dicho, mas o menos, áspero. Indicó con su dedo silencio al Mulá y empezó por León.
- ¡Debes creerle! Tu eres el heredero, el hijo del dios que ha querido crear, pero, como el otro, su reino no es de este mundo, mejor dicho, solo existe su mundo en su cabeza, siempre pensé que llegado el momento se daría cuenta, pero no... ¡Es un “arao”!.
Paulatinamente, Fausta se había girado hacia Abul, todos los comentarios se referían al Mulá, todos los presentes le miraban, él... él no podía creer lo que estaba oyendo.
Fausta callada, buscaba palabras que no hirieran demasiado a su tío, algo imposible, el silencio en el que estaba sumido mostraba una parte desconocida del aprendiz de dios, enseñaba la derrota, la capitulación ante la traición de quien menos esperaba.
- Abul.- su sobrina intentaba aclararle.- La Obra ya existía antes que tu, y no dudes, después de ti y después de mi, la Obra seguirá. Abul has sido un verdadero ejemplo para muchos, eres un héroe.
- Soy la Obra.- El Mulá se levanto encarándose a su opositora: - Yo soy la Obra y estoy apunto de lograr que un montón de desvencijados colapse un país. Si, yo soy la Obra ¿quienes sois vosotros sin mí? Ahora ¿cuales son los pasos a seguir? No sabéis nada, no entendéis nada.
Fausta no rehusó el enfrentamiento.
- ¿Tu Obra? ¿Piensas que todos los sacrificados no tienen mas parte que tú en ella? ¿Te has planteado, por un momento, como terminar con las ocupaciones sin forzar un baño de sangre? ¡Su Obra! dice…
El semblante de Fausta tornó del rojo habitual al granate por culpa del excesivo resuello, hablaba con tanto ímpetu, que provocaba con sus palabras la oclusión de la traquea, expulsando el aire propio, de vuelta a sus pulmones, viciándolo cada vez más, solo fue capaz de dejar de clamar, cuando la falta de átomos de oxigeno la obligó a detenerse y aspirar fuerte y ruidosamente.
Ahora bajó la voz, los fonemas que construyen las palabras, las palabras que engendran frases, emanaban directamente del corazón, Fausta no había fingido el cariño que profesaba al Mulá, el problema era que Abul se había convertido en un tope, un impedimento para la verdadera Obra, él pensaba que estaba librando la batalla final y, lo de España era una de las múltiples escaramuzas para ganar el orden nuevo, ahora, esta contienda estaba ganada, si continuaban forzando la situación, corrían el riesgo de perder la guerra.
- Abul, has sido muy importante ¡puedes volver a serlo! Pero no aquí. ¡Aquí ya esta hecho, ya hemos ganado! Ahora, vamos a otro lugar ¡cambiemos de sitio!
El Mulá Abul digería cada párrafo como podía, se tragaba litros de su propia vanidad, evaluando una circunstancia en contra, en la cual, solo sabía que estaba sin aliados, y aunque desconocía quien era su enemigo, Fausta, León, todos o él mismo, procuró tocar la fibra de todos ellos, poner las cartas boca arriba.
Estrelló todo su poder de convicción en la cara de sus oyentes, buscó sus entrañas, sus corazones. Apeló a sus recuerdos, emociones.
Por fin, su palabra se tornó agria, intentó recordar a todos quien era y lo que había hecho. ¿Acaso alguien hizo mas que él?

- ¿Vosotros no tenéis nada que decir?- se dirigía al grupo de León.- ¡Tú! Serias un cadáver mutilado si yo, el Mulá, no te hubiera sanado. ¿Y tú hermana? Hoy sería una puta barata desfigurada y posiblemente sidosa. ¿Y tú?- habló directamente a Samuel, su verbo salpicaba decepción, amargura, rabia.- Sin mis escuelas, sin mis enseñanzas, estarías vendiendo alfombras en cualquier maldita plaza española, y eso teniendo suerte, porque lo más normal es que te hubieran pasado a cuchillo en algún zoco perdido de la providencia.
Volvió su cabeza a Fausta, parecía no poder enfocar su mirada sobre ella, echaba todo el peso de la insidia sobre su sobrina y no cabía tanta furia en un par de ojos.
- ¡Sor Piedad!
El acento sarcástico y espeso de sus palabras dañaba a la monja, Abul se percató de ello.
- O ¿era madre Piedad? Ya no me acuerdo, quizás tu sí, tal vez recuerdes viejos tiempos, antes que tu sobrino te encontrara, cuando mal vivías repudiada por tus curas, tu iglesia, tu propio padre. ¿Quien eras? Sor Piedad la piojosa que vivía entre chinches, o tal vez,  Sor Piedad, la gorda monja renegada que ejercía mas de curandera abortista que de envidiosa partera.
La boca del Mulá impartía dentelladas a sus oyentes, emulaba un áspid en lucha por la supervivencia, inoculando veneno mortal a sus víctimas en cada uno de sus mordiscos, los entes damnificados de algunos, el flaco ego de otros, sucumbían a los ataques frontales del reptil humano.
Afloraron en Fausta gotas minúsculas de sudor, lagrimas de la piel, eran la prueba clara de que las ánimas lloran, del alma de la monja, descorazonado, surgían, por los poros de la frente, el agua salada que su cerebro no permitía llegar a los lacrimales... exhalaba la savia del sentimiento.
Levantó la voz hasta gritar.
- ¡Ya vale! ¡Cállate!
Los reunidos no conocían la verdad de Abul y su familia al completo, solo retazos, capítulos inconexos. La sobrina del dios abrió el telón.
Dejándose caer, de nuevo, en el cómodo diván, explotó.
- El gobernador, el facha de mi padre y de tu abuelo, te conocía mejor que nadie, espió tu vida, tus pensamientos, tus ilusiones... lo mismo hizo con cada uno de sus hijos.
Hablaba, doliéndola lo que decía, convirtiendo cada palabra en una lija que erosionaba recuerdos de su vida construida de manera artificial.
- Toda su existencia la dedicó a ganar dinero, a usurpar posesiones y posiciones, con ello logró, sin saberlo, establecer el croquis de la Obra ¡sin él! Nada hubiera sido posible.
Calló, alzó la cabeza tratando de poner en orden sus recuerdos, tamizándoles, separando lo real de lo ilusorio, al mismo tiempo, con este silencio, el salón encontró un clima sosegado donde la tensión candente hizo un hueco al interés, casi morboso, de los preludios de la Obra.
- ¿Hablas de sacrificios?- en la voz de Fausta no se apreciaba resentimiento, sino pena, una profunda y enorme pena.- ¿existe mayor sacrificio que el de perder un padre? Tú no conoces mi historia, tan solo dominas parte de ella, aquellos trazos que a nosotros nos han interesado que supieras.
Abul, estaba intrigado a tal límite, que posponía cualquier cosa por enterarse de la confesión, preguntó sin fuerza, como si ya supiese la respuesta.
- ¿Nos han interesado? ¿Por qué hablas en plural?


- Todo a su tiempo.- Fausta necesitaba seguir los acontecimientos cíclicos para no perderse.- Tu abuelo, aparte de tu padre, tuvo dos hijos fuera del matrimonio, eso ya lo sabes, mi historia es, prácticamente, como la conoces, algunas omisiones sin importancia, el meollo está en mi hermano, tu tío.
- Alfred.- intervino Abul con suficiencia.- Alfred Larsson, antiguo agente de la inteligencia española.
- ¡No! Jacobo Dávila alias Masud, antiguo jefe de la inteligencia española.
Solamente Abul entendió el alcance de la noticia, de repente pasó de titiritero a marioneta. Fausta sabía bien lo que decía.
- Comprenderás que para el jefe de los servicios secretos, no supusiera ningún problema buscar un agente con el perfil adecuado y ponerte las pistas necesarias para que tragases. Además, él te conocía perfectamente y de primera mano.
- Él me conocía igual que yo a él.- el Mulá debatía más por autoestima que por convicción.- ¿Cual es el papel del gobernador? ¿Mintió con el testamento? No se si olvidas, que todo esto nace de la carta póstuma de tu papaíto.
- Dime, con la mano en el corazón ¿Conocías lo suficiente la letra de tu abuelo?- Fausta, sin querer, dejó un momento a la reflexión.- Yo te lo diré, no solo no le habías visto escribir nunca, sino que dudo mucho que te fijases alguna vez en la firma de sus cheques, por si acaso, no hizo falta firmar, con el sello del gobierno bastó, ¿Quién dice que la carta fuera escrita por tu abuelo? ¿Era necesario? Su parte acabó con la llamada de teléfono, el adelantar su partida al infierno era cosa nuestra. A ti te preparamos una coartada perfecta para iniciar nuestra Obra. Confieso que yo también hubiera picado.
La monja explicaba lo mejor que podía los pasos seguidos, pero era difícil narrar toda una vida... continuó.
- Mi hermano es hábil, utilizó todo el poder de coacción que le proporcionaba su cargo para manejar asuntos y personas, para ir tejiendo la red que un día tendría que cambiar el mundo, lo verdaderamente difícil era poner una cara que enfrentar a políticos y magnates, alguien que por su convencimiento y por su fé fuera insobornable, teníamos varios candidatos pero... tras lo de Afganistán, lo tuvimos clarísimo, tú ¡Tu eras el candidato! ¡No deseábamos a otro! Cuando murió tu abuelo: el emir, supimos que debíamos actuar.
Todo iba encajando, las partes, los pedazos, las casualidades, las personas... con las manos cubriendo su cabeza, el Mulá reeditaba todos los lances acaecidos desde la maldita e inesperada llamada de teléfono  del gobernador.  
- ¿Por que accedió llamarme al móvil?
- Fue un intercambio, él te decía que fueses a Córdoba y nosotros no revelábamos a nadie, que los ilustres señores de Dávila y Carvajal, marqueses de Torrecilla y grandes de España, tenían un hijo regalado, que no adoptado, concebido por el viudo y doliente Gobernador de Córdoba y una maestrilla de pueblo.
- Mi padre.- Fausta había entrado en una catarsis mental.- El excelentísimo gobernador de Córdoba, héroe de las invictas tropas nacionales vencedoras, como no podía ser de otra forma, de la segunda reconquista de la madre patria ¡era un cobarde! Un picha floja, incapaz de contener su pito entre las piernas y demasiado hombre para, según él, guardarle dentro de un condón ¡eso era de ateos o de maricones! Tres años ¡escasos! que la gobernadora descansaba en paz, y en ese tiempo, hizo una barriga a mi madre, que tapó con fincas y una renta, consintió el casorio de su hijo con una hereje mahometana ¡por mucha pasta que tuviera la mora! Y para más cojones, quedó preñada a la maestra del pueblo.

De nuevo se detuvo en busca de aire, nadie la interrumpía, esperaron que continuase con la historia del hombre que pensó ser dios.
- Gracias a Dios, siempre que se cierra una puerta, se abre una ventana, por esos años, su amigo y socio ocasional, el marqués de Torrecilla, le había confesado que no podría tener descendencia, lógicamente, el problema era de su mujer ¡claro está! Y así, tan apunto... ¡El Señor Dios lo había hecho!, pensó mi papá.- el desdén de Fausta era manifiesto.-Con mil amenazas y cien mil promesas, consiguió ¡el hijo de puta! que la maestra tuviese al niño en secreto, entregándoselo, apenas parido, a los marqueses. Ellos le darían un apellido ilustre y unas oportunidades, que de ser bastardo, nunca tendría, además, la madre, una deshonrada,  entró en la plantilla del Gobierno Civil de Córdoba, como secretaria personal del ilustrísimo Don Santiago ¡quien se lo iba a decir a ella! Así alguna vez, podría acercarse, con cualquier excusa de trabajo a la casa de los Dávila y Carvajal, y si todo iba bien ¿por qué no? tal vez, mas adelante, incluso la permitirían darle clases particulares a su hijo natural, siempre y cuando guardara la discreción requerida.
El tono ácido de la monja, resaltaba la humillación que debió de sentir aquella madre, en esa época, si no hubiera aceptado el trato, no solo no hubiera vuelto a trabajar, sino que tales personajes, si se lo hubieran propuesto, se quedan con el hijo y ella acaba en la cárcel. Ellos grandes de España, ella un putón que va incitando al pecado a los hombres de bien ¿cuantos testigos se necesitan?
Recorrió de nuevo a todos con su vista, buscando el aserto de la última ironía, tan solo Abul pareció captarlo, pero él ya no estaba en este mundo, su privilegiada mente buscaba el fallo de la trama, buscaba el error de su vida. Mientras tanto Fausta continuó.
- Pero... ¡Hay amigo! Naciste tú, Abul, y quedaste huérfano enseguida, tus abuelos concertaron asignarte una aya diferente cada uno, el gobernador solo tenía una persona de verdadera confianza, alguien que no se opondría nunca a sus deseos porque el castigo sería perder el contacto con su hijo, así, la persona designada para tu cuidado, tu aya española, fue la verdadera madre de Jacobo Dávila Carvajal, este niño, después ocuparía cargos de verdadera relevancia: entre otros, duque de Torrecilla, agregado de la embajada española en Irak, jefe del servicio de inteligencia y, lo más importante: fundador de la ONG H.E.Fron.
Calló para dar realce a su discurso, y descargó:
- Ya sabes quien es mi hermano putativo. Ya conoces tu verdadero tío postizo.
fragmento XLII

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¿Y yo que se ?: los nudos del hambre

¿Y yo que se ?: los nudos del hambre: EL CAMPO fragmento III - Samuel ¡Samuel! Espabílate.- Dimas zarandeó a su hermano pequeño – Dentro de nada abrirá Fausta la cazuela, si n...