jueves, 4 de agosto de 2011

los nudos del hambre

EL ÚLTIMO MÁRTIR
 FRAGMENTO XXXIX

La llegada de Samuel, como siempre discreta, rompió las cavilaciones de León, despidió a su hermana que había acompañado al escolta, y le dijo a este.
- Vamos de paseo por la finca, me apetece aire fresco.
Bajaron procurando no llamar la atención, furtivamente cogieron la silla y por la puerta de la cocina salieron al corral, viraron en redondo para buscar el refugio del pinar, Fátima les observó en todo momento, pero al sentirse vigilada por los ojos de Samuel, optó por retirarse en espera de otro momento a solas con su hermano.
Mientras tanto, tras los cristales de su ventana, oculta por las tenues cortinas, Fausta vigilaba la salida de la pareja.
El hielo comenzaba a barnizar la tamuja, el cómplice cielo medinense servía de bóveda para las deliberaciones de los jóvenes, antiguos amigos.
León no tenía en su mano la realidad completa de la Obra, por lo que le era tremendamente complicado decidir con una solución preconcebida.
El cariz que tomaba la trama, indicaba una meta parecida a la de Dimas y, no era algo con lo que animarse. Dispuso una serie de peticiones que para Samuel eran órdenes inexcusables:
- Lo mejor será quedarnos solos, el personal externo no volverá hasta mañana, si tu envías a tus hombres al pueblo, a colaborar en la manifestación, tendremos toda la noche para intentar conseguir una posición de ventaja, una salida que no nos cueste la vida.
El atlético responsable de la seguridad de “Villa Josefa” asintió con la cabeza,  parco como siempre, en palabras, su movimiento afirmativo aseguró a León que sus deseos estarían realizados en el menor tiempo posible, para ello, giró la silla para volver a la casa.
- ¡Para! También necesito otro favor, una vez que estemos solos, quiero que prendas al borracho y lo bajes al salón, donde me esperarás. ¡Ojo con él! No es tan débil como pudiste pensar el otro día. 
Samuel se agachó, extrajo su machete de una funda disimulada en la bota izquierda y, súbitamente, rodó sobre su cuerpo, cayendo en una pequeña poza situada junto al camino, el peso de su cuerpo, utilizado cual apisonadora, inmovilizó a la persona que tras el precipitado quiebro, había intentado ocultarse en el pequeño accidente geográfico, solo un amago de sollozo de la victima salvó su vida, cuando el escolta iba a cercenar su cuello.
Fátima se incorporó tras recibir el topetazo de tan gran ariete, medio atontada, dándose cuenta que el lamento proferido la había salvado el pescuezo.
- ¡Cacica! ¿Crees el momento de jugar al escondite?
León no elevó el tono de voz, sin embargo, la carga de adrenalina que llevaba su advertencia multiplicaba por cien mil los decibelios de sus palabras.
La mujer, dolorida y lacrimosa, a modo de excusa, esgrimió.
- Te he oído con el Mulá.- con tono sarcástico preguntó a su hermano.- ¿qué es eso del hijo de un dios?
- ¿No lo ves?- ahora el sarcasmo lo utilizaba él.- Se supone que soy el heredero, el bendecido por toda su mierda.

Ella negó con su dedo, negó con su cráneo, negó con cada molécula de su cuerpo.
- ¡Entérate! ¡Eres el cordero de dios! ¡El último mártir!
El suave aire frío que corría en el pinar medinense, parecía una brisa cálida al chocar contra las tres personas, las palabras de Fátima congelaron por un instante sus cuerpos, haciendo que la sangre huyera de las venas.
Fueron segundos, enseguida el intelecto de León recobró la tibieza necesaria para establecer a su portador actividad.
- ¡Samuel, ve! Haz ya lo acordado, Fátima me acompaña.- repitió la consecuencia final, más para convencerse a sí mismo que por otra cosa.- Recuerda, espérame en el salón.
Unas nubes eclipsaron el cielo, quizás, algún dios molesto.
fragmento XXXIX
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