jueves, 27 de enero de 2011

los nudos del hambre

LA FAZ DEL VENDEDOR
FRAGMENTO XII 
En su apartamento, en el centro de Madrid, Ismail rememoraba su propia historia, una historia plena de claroscuros e indudablemente con el lunar que para él suponía no poder tener contacto con sus propios hermanos, sabia  que se encontraban bien, muy bien incluso, pudiera decirse, sobre todo si pensábamos en esos tres cadavéricos crios que un día entraron en el Campo.
De vez en cuando, bueno más bien de cuando en vez, tenia noticias de ellos.
Siempre proporcionadas de una manera clandestina y por personas cuya identidad no conocía ni tenía la oportunidad de desvelarla ya que, igual que aparecían en su vida, en un lapsos muy corto de tiempo desaparecían.
Ismail pertenecía a la Obra, trabajaba para la Obra, y sobre todo... Creía en la Obra.
El Mulá no solo había cambiado y rescatado su inútil, para otros, vida. La había dotado de un sentido y una finalidad.
Exactamente igual que a él, un desheredado de la vida, en una de las partes del mundo más miserables, con dos hermanos a cuestas, uno de ellos con la pierna destrozada por una bomba y la otra sangrando pena dentro de su alma, ¡a día de hoy! Él, Ismail Blanc, siempre gracias a la Obra, era un cotizado periodista y contertuliano de la televisión española.
Experto en la problemática árabe y en la confrontación entre civilizaciones, su aspecto cuidado, sus opiniones moderadas incluso en algunos casos contrarias, a la que podríamos denominar su cultura, habían hecho de él, el árabe perfecto.
- Ves si todos estos moros fueran como Ismail, no tendríamos ningún problema.
Esto se lo espetaron por teléfono en un programa de máxima audiencia, él en lugar de contestar como hubiera merecido semejante patán, se limito a sonreír, enseñando una dentadura de galán de telenovela sudamericana, y mientras la presentadora del programa cortaba la llamada y le pedía disculpas, Ismail se limitó a corregir:
- Árabes por favor, lo de moros suena despectivo.
 Contaba con incidentes como este y mucho peores, pero su cometido, su lucha, era esa.
Desde el momento en que se decidió su papel en la Obra, le pusieron en antecedentes de lo que iba a ocurrir, y exactamente igual que un político, en su carrera por el gobierno, aguantaba de todo por un voto, él tenía una meta marcada.
Para su fin disponía de mas y mejores medios que nadie, entre otras cosas, tenía un equipo de asesoramiento que medían y matizaban cada uno de sus gestos y palabras. Desde la sombra dirigían su carrera hacia el estrellato del periodismo sensacionalista, y bien verdad es, que noticias por ahí no le iban a faltar.
Desde mujeres con burka en la Plaza de España de Madrid, hasta familiares directos de algún mártir con bomba en algún lugar recóndito de Oriente Medio, pasando por cualquier rasgo o tradición que pudiera parecer curiosa a ojos de Occidente, eso sí, la noticia siempre en primicia y acompañada de testigos en directo y en exclusiva, y todo ello envuelto con la glamour que proporciona los ciento noventa y tres centímetros de metrosesual embutido en un Armani, con unos ojos verdes que perforan el televisor, pidiendo perdón por enseñar los bajos fondos de una cultura inferior, la suya, y con esos mismos ojos, los dientes, el pelo y la pose, dando a entender que cualquier moro puede redimirse, ir al camino bueno. Convertirse en un exótico árabe, como Ismail Blanc, amado y deseado por cientos de mujeres y decenas de hombres seguramente, es mas, a ningún padre le importaría llamarle yerno.
Con todo, ya le tenían ofrecido dirigir más de un programa.
No, aun no era el momento.
Absorto en el gran ventanal que dominaba la noche madrileña, disfrutando de uno de los pocos lugares en el corazón de la ciudad, que aún tenían acceso a la vista del cielo de la capital de España, vagamente le entró en su memoria las noches en vela tumbado al lado de su hermano León, que difícil le parecía entonces dirigirse a su Dios pidiéndole que no se le llevara. En su camastro daba vueltas y mas vueltas, mental y físicamente, es seguro que por la mañana su cabeza, estaría tan desordenada como el catre donde había mal dormido, su rezo se elevaba buscando destinatario, ora en una lengua entre francesa y española, ora un lenguaje berebere apuñalado por vocablos árabes.
No le importaba ni la lengua ni el dios, tan solo pretendía hacerse entender ante la divinidad que fuera y en el habla que fuese, ¡daba lo mismo! Lo único importante era que su hermano, un bulto sudoso, delirante y cojo, esto ya de por vida, se quedase con él.
Ahora, se daba cuenta que no fueron sus mezquinos rezos, ni tampoco obraron mucho los dioses invocados, de no ser por la rápida actuación de Omar y los conocimientos del Mulá su hermano se hubiera desangrado.
La vida, su joven y plena vida, solo le había enseñada a tener fé en las personas, ¡en algunas personas! Como buen hijo de tendero, primero el otro te demuestra que es digno de confianza, luego, siempre luego, tú recelas algo menos de él. En esta vida nadie hace nada de balde.
Y para él, el Mulá Abul era la confianza hecha carne, aparte de lo de su hermano, estaba lo suyo, no solo le acogió en su Campo, mató su hambre, le llevó a sus escuelas... y, por si esto fuera poco, hizo de él un hombre exquisitamente formado, ¡periodista y tres idiomas! Además de recordarle el árabe y el berebere.
Siguiendo sus instrucciones estaba en la élite, no ocurría un hecho relacionado con el mundo árabe, africano y o musulmán, que suscitara una simple reseña en cualquier periódico de pueblo, sin que se reclamara la opinión de Ismail Blanc. 
Aún así, echaba de menos su gente, al añorado León se sumaba Fausta, su amigo Dimas y su hermana... Fátima ¡Cómo le hubiera gustado decirla que la extrañaba!
... En fin...
No le disgustaba la vida que llevaba, pero sabia que era un medio, y que algún día entendería cual era su verdadero papel en la Obra, no le importaba Últimamente los sucesos parecían ir mas rápido, como si se encadenasen buscando un fin. Todo corría igual que una frágil piragua en un río hacia una catarata, él estaba convencido que navegaba en esa barca, pero mientras esto llegaba, disfrutaría de su status.
Diecisiete de enero, en la calle, alrededor de cero grados.
El lector del aire acondicionado no mentía:

    24º

Accionó el mando a distancia del DVD.


Mientras una suave y empalagosa música colmaban la estancia, escanció un caro y oloroso coñac, lo recibió una gran copa de cristal, tan fino, delicado  y cristalino que parecía que hubiese sido tallado con lagrimas de alegría, acercó el liquido dorado a su nariz, dejando que esta se llenara de los aromas a madera y buena vida que el caldo desprendía.
Sonaba la embriagante música, lentamente, el licor beso los labios de Ismail, trazando un camino cálido por la garganta, directo al estomago, donde se acomodó  proporcionando un ligero calor que subía ahora, despacio, recorriendo todo su ser, dejó caer al suelo el albornoz que cubría su cultivado cuerpo...
- Carla guapa, ve calentándome la cama... amor.
fragmento XII

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