jueves, 17 de noviembre de 2011

RELATOS DEL VIENTO








EL PARADO







CRISIS ECONÓMICA ESPAÑOLA
                  AÑO 2011










Una persiana, de péuvece mal cerrada, convertía los primeros rayos de sol, en una cuadrícula luminosa proyectada en la colcha de la cama. La oscuridad se diluía lentamente y el bulto de la cama iba tomando forma. El olor a cacao caliente, preparado por su madre, traspasaba puertas y tabiques. El sonido del agua en el water, daba cuenta del padre aseándose para ir al trabajo. Los cientos de golpes y choques entre libros, estuches y lápices, advertían que la nena, su hermana pequeña, se preparaba para acudir al colegio. Abrió los ojos y respiró fuerte.
 “Otro día comenzaba, quizás hoy, encuentre algo”
Todas las mañanas, desde hacía tres años, se decía lo mismo, pero nunca salía nada. Ni para él ni para ninguno de los cinco millones de parados. Abandonó la cama, cinceló una sonrisa simulada en su boca y se encaminó a la cocina.
Por el pasillo escuchó cerrar la puerta a su padre, llevaba prisa para incorporarse al trabajo, como casi siempre, iba sobrado de tiempo, le gustaba fumarse un cigarro y conversar con los compañeros en la puerta del taller, antes de comenzar la jornada.
Ya en la cocina, tomó el desayuno sintiéndolo como algo prestado, algo a lo que no tenía derecho. Su madre, cariñosa especialmente con él, le indicó la mesita de la entrada.
─ Papá te dejó ahí cinco euros ¿necesitas más?
─ Mamá, tengo veinticinco años ─ su voz dejaba un poso de amargura ─ ¿qué hago mal?
─ Tranquilo hijo, vendrán tiempos mejores ¡ya lo verás!
─ ¿Cuándo? Cuando sean mis hijos los que me den la propina. Si es que alguna vez me planteo tenerlos, ¡a este paso…!
La mujer reparó en su sonrisa forzada convertida en una mueca derrotista y optó por zanjar el tema.
─ ¡Venga apura! Lleva a la niña al cole que vais a llegar tarde.
Por el camino repasó las rutinarias tareas que hacía todos los días: acompañar a su hermana; pasarse por el polígono, por si caía algo; ir a la biblioteca, allí los periódicos son gratis, para leer los anuncios de trabajo; acudir a la oficina del paro en busca de alguna utópica oferta. Por fin, volver a recoger a la niña y llevarla a casa a comer.
En la verja de la escuela, con un beso, despidió a su hermanita. Hoy cambiaría su automatismo. Regresó sobre sus pasos y se encamino al Instituto Nacional de Empleo.
Mientras caminaba recordaba dichos y redichos: «”Dios aprieta, pero no ahoga” “Siempre que llueve, escampa” “Todos los días sale el sol”»
Era una mañana fría y ventosa. En la puerta del edificio se agolpaban, en una larga cola, decenas de  parados. Las caras destempladas resistían estoicas los embates del viento. El aire arrancaba alguna lágrima de los ojos, pocas, la mayoría de los llantos de aquellas gentes eran internos; eran lloros para dentro de su propio alma, anegado, este sí, de lágrimas desesperanzadas y una vergüenza absurda por no poder sentirse útiles.
Ocupó su lugar en la fila con la certidumbre de que hoy… tampoco. Había tomado conciencia de su estigma, él, como ellos, era otro parado.
Era otra persona más que arrastraba sus quimeras pasadas para masticar su presente en espera del futuro. Un futuro asesinado por políticos y banqueros, mercenarios de magnates homicidas de ilusiones.

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         fecarsanto 2011
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