jueves, 7 de junio de 2012

RELATOS DEL VIENTO

EL LIQUIDADOR

SAMURÁIS DEL SIGLO XXI


Las olas del océano rompen sobre la playa hoy igual que hace cincuenta años. El aire fresco parece libre ya del ponzoñoso olor a cadáver
Rinde pleitesía el astro rey, brilla sobre su hijo predilecto: el Imperio del Sol Naciente.
Hoy se cumple medio siglo del enorme tortazo de la naturaleza al pueblo japonés.
Cincuenta años después, estremecen las cifras: miles de personas muertas, miles de ellas desaparecidas, y otras miles más… desplazadas.
Aterrorizan los números pero ya,  cincuenta años después, son solo eso, números.
Cinco décadas no borran las grandes listas luctuosas, pero alejan del recuerdo común el dolor singular, la herida cruel sin cicatriz de cada una de aquellas familias, hoy, como entonces, llevan en sus corazones las huellas del siniestro cataclismo.
Cientos de miles de flores jalonan la costa de la isla, millones de lamparillas, con sus diminutas llamas, iluminan el país conmemorando las víctimas.
Políticos de todas las ideologías ensalzan el valor, el mérito, el trabajo del pueblo nipón.
Presidentes, dignatarios, todo tipo de personas relevantes, nacionales y extranjeras, elogian el sacrificio, el tesón. Prometen usar como ejemplo, en sus respectivos ámbitos, el afán de superación de una nación renacida. Imitar, en lo posible, lo que ellos llaman, el segundo milagro japonés.
Y yo aquí, en espíritu, desde el balcón de Hades, desde los recuerdos y evocaciones de mis amigos, donde aún ellos, me mantienen vivo.
Observo recortada la silueta de mi país, frenando el ímpetu del océano que algún estúpido o desinformado llamó Pacifico, y estoy seguro, que algo tuve que ver con este milagro post holocausto.
Ahora tengo tiempo, miro, medito, pienso… que hubiera sido de mi vida… si la hubiera vivido…
Los muertos del terremoto, los del tsunami, fueron sorprendidos, cazados por el azar.
Violentos y arrítmicos espasmos sacudieron los edificios, cataratas de cascotes precipitándose en pos de vidas. Agua… agua densa que te anega, que te ahoga comenzando por los ojos… empezando por la mirada. ¡Horrible!
Lo mío sin embargo, fue poco a poco, sabía que cada minuto me infiltraba más en mi propia muerte, que cada segundo encogía mis esperanzas de sobrevivir.
Por fin llega la noche. Iluminada con velas, toda la costa recuerda a sus muertos, todo Japón brilla…
Excepto un gran punto negro de hormigón, oscuro, vacío y tóxico, sin esperanza, sin vida…  ahí se ve, ahí quedó, Fukushima.
¡Ahí estamos!
Los “liquidadores”, los nuevos samuráis.
Ocultos tras una placa que recuerda nuestro heroísmo, tapados por el olvido interesado y la vergüenza del fracaso nuclear.
La vida sigue. Aprendamos de nuestros errores.
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fecarsanto 2012
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