jueves, 21 de julio de 2011

los nudos del hambre

CORDERO DE DIOS II


FRAGMENTO XXXVII

Omar tenía seguro el siguiente paso, en el momento que la policía se diera cuenta que Gamal era un colaborador mudo, repasarían cientos de veces el vídeo del programa, escrutando con cien mil ojos las personas o detalles que allí asomaran, intentando continuar con un hilo roto por la muerte del detenido. Nada, ni nadie aparecerían por casualidad, todos, desde los invitados ese día, hasta el personal de la cadena, todos podrían tener algún vínculo con el efímero profeta.
La Obra ya contaba con ello, ningún cabo conduciría sobre algo concreto, ninguna persona llevaría al Mulá, Gamal solo tenía dos contactos conocidos en España, el extraño taxista que lo recogió en el aeropuerto y su agente, la persona que lo acompañó a la cadena de televisión, precisamente los dos, en esos momentos, volaban con un destino sospechoso: Afganistán.
Y por si esa pista tardase en encontrarse, allí, en el centro del banco de invitados, resaltando con su barba sospechosa y su negro turbante talibán, se encontraba él.
La primera orden sería clara: “Busquen a ese moro por tierra, mar y aire”
Sin prisa pero sin pausa, Omar disponía de un tiempo suficiente, cuando los “maderos” quisiesen sellar el entorno de Madrid, él ya estaría en Medina, aún así, evitaría las carreteras nacionales, incluso, parte de su corto viaje recorrería zonas sin asfalto, así y todo antes de dos horas estaría en su destino.
Además, la situación habría sido estudiada miles de veces, seguro que de alguna manera la Obra actuaría en su favor.
Encendió la radio y está le dio la razón:

“La guardia civil de carretera ha observado como la mayoría de las vías de la red nacional se van ocupando en sus arcenes por unas largas filas de personas. Presumiblemente, todas ellas, son las que estaban ocupando anteriormente las plazas españolas, y solamente, en el foro de la capital no se advierte movimiento, lo que hace pensar a las autoridades que es allí, a Madrid, donde se dirigen estas inacabables colas...”
 
Abrió la guantera del cuatro por cuatro, extrajo un subfusil que colocó al alcance de su mano, en el asiento del copiloto, se ajustó el cinturón de seguridad, notando como este quedaba sobre el que llevaba bajo su guerrera, el verdadero cinturón de seguridad, el cinturón que en un momento dado, bajo sus órdenes, explotaría, taponando con restos de su cuerpo la luz que su posible detención abriría sobre la Obra, destruyendo con los escombros de sus huesos, el camino que le unía al Mulá.


fragmento XXXVII

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