domingo, 12 de diciembre de 2010

los nudos del hambre

LOS CAMINOS DEL SEÑOR...

Fragmento VIII

Muy rápido, lo más rápido posible, Abul se desplazó de Amman a Córdoba, vía Madrid, en un tiempo record... demasiado lento.
El entierro, ¿qué entierro no es triste? El gobernador no sumaba demasiados amigos, familiares pocos, lejanos y todos ellos ninguneados en las escasas ocasiones que se rebajó a cruzar algún monosílabo con cualquiera de ellos.
Viendo pasar la corta procesión, un espectador neutral deduciría que el muerto no era una gran persona.
Solo él, Abul, daba la impresión de sentir pena, aunque la verdad, lo que le dolía, es que el maldito testarudo no le dijera por teléfono el motivo de su extraña llamada...
Sintió como le sujetaban del brazo, era su aya española.
 Le abrazó entre gimoteos y reproches:
        -      Cinco años que no te veo, y eso que a Córdoba, estoy segura que has venido.
        -      Aya lo siento... estoy muy liado... no tengo perdón... ¡cuánto me alegro de verte! Descuida, que te voy a compensar... ¡dame un beso!
Abul se sonrojó como un quinceañero, solo sus ayas eran capaces de secarle las ideas y dejarle sin palabras.
Su aún empleada, de un contento, que se ruborizaban las estatuas del cementerio, aferrándole del brazo le comentó:
- Silencio zalamero. ¿No pensaras que estoy aquí por él? El muy “cabrón” me conocía bien. Tenía seguro que cuando me enterase que tu venias, haría lo que fuera por verte. En fin... toma... me dio una carta...
La rodeó por los hombros con una sincera alegría, la arrebató de un tirón la misiva, guardándola en el bolso interior de su chaqueta, y con tono jocoso la invitó:
- Tú y yo nos vamos a merendar al centro, mientras, al abuelo lo ponen cara al sol...
 La tarde de Córdoba, se fue apagando. En el palacio de la melancolía no quedaba sino silencio y soledad, un cementerio no es sitio para reproches, sin embargo, su nuevo ocupante, no tuvo quien lo llorara.
Sobre la lápida, una corona:
“El Movimiento no te olvida”
¡Que ironía!
El otrora Excelentísimo Gobernador de Córdoba estaba quieto, parado, esperando que su Dios le juzgara.
Velándole... nadie.
Abul se despidió de su aya, prometiendo todo lo que quisiera que la prometiera, y sabiendo los dos, que ninguna de las promesas podría cumplirse, aun así, ambos estuvieron contentos, de hacerlas y de recibirlas.
Se encaminó hacia la casona del Gobernador lentamente, no le gustaba la idea de dormir allí, no por ningún reparo especial, simplemente, ahora, ya, la cabeza la tenía en Afganistán.
El Gobernador le guardó el sobre que contenía la carta, dentro de otro amarillo. En este último, se podía leer:



A/A de ABUL
Por  favor, ábrela en mi casa




“Haré una gracia al viejo”. -pensó.-“Si esto es su último deseo, no me cuesta excesivo trabajo”.
Quizá Abul, en su fuero interno, no estuviera demasiado contento consigo mismo por no sentir, ni poco ni mucho, la muerte del Gobernador, así, lavaba un poco su conciencia.
Apresuro el paso, la mano dentro del bolsillo de la chaqueta sobaba una y otra vez la carta, pudiera pensarse que en su subconsciente quisiera borrar su contenido.
Sentado en el despacho de su abuelo, con el sobre amarillo lacrado entre las manos, un hálito de desconfianza parecía impedirle abrir la carta.
No notó hasta estar allí solo, el intenso y pegajoso olor de la casa. Apenas llegar, dijo al servicio que se retirara, necesitaba intimidad con sus recuerdos y sus pensamientos.
El despacho, el dormitorio, la cocina, los baños, el salón, incluso el jardín, todas las, dependencias, no, mejor, todo el espectro de la casa, toda la sombra de la vida del Gobernador olía a soledad, olía a reproche, emanaba un aroma amargo a vejez, a fin de un ciclo.
Abul rasgó el lacre y se encontró con la inédita escritura de su abuelo, era una letra alargada y pequeña. “Como su alma”. - pensó.


                                                               Querido nieto:
He intentado decirte lo siguiente muchas veces, ninguna he sabido.
Te he querido mucho, a mi manera que no es la mejor, pero no he encontrado la forma de hacértelo saber...  quizás no sepa venderme, da igual, así veras que lo que te voy a pedir solo se lo demandaría a alguien en quien tuviera una fe ciega.
Vamos por el principio:
Tú no conociste a tu abuela que en paz este, se la llevó Nuestro Señor cuando dio a luz a tu padre. En esta casa desde entonces no ha entrado ninguna mujer, ella era la señora y así, debe de ser.
Yo estaba muy enamorado, aunque no lo creas, también tengo corazón,  entendí  que
Nadie debería ocupar su sitio.
Pero la carne es débil, la mía más débil que la de nadie.
En estos, mis aposentos no hubo otra dama, puedo jurarlo, fuera de ellos, dama o lo que fuera, lo único con faldas que respeté, fueron los curas.
Te cuento esto por que fui un cobarde, tu padre por amor, renunció a su religión, y si hubiera hecho falta, hubiera renunciado a su vida. Yo no, yo no he sido capaz de privarme de nada por nadie, ni tan siquiera de tiempo.
¡Bien!, ¡Vamos al tema!
Tengo dos hijos, una mujer algo mayor que tú y un hombre, más o menos de tu edad.


Al llegar aquí, Abul, levantó los ojos del papel, lo que estaba leyendo le hacía descubrir otro hombre.
“Así que tenía tripas el golfo”
Se levantó al mueble bar sirviéndose un Chivas Regal doble, necesitaba el calor del whisky.
-Hijo de puta... dos hijos... si me pinchan no tengo sangre.- Se comentó así mismo.
.Mirando la foto de su abuela, en un marco de plata, encima de la biblioteca, encendió un cigarro, de los que tenía el viejo en la mesa, no se tragaba el humo, ¿para qué? No sabía ni quería fumar. En estos momentos, necesitaba tener algo entre los dedos, algo que supusiera un mínimo entretenimiento, que le ayudara a procesar la noticia.
“Joder con él de los votos... joder con el celibato. Dos hijos... ¡qué cabrón con patas!”
 El copazo y el habano, fueron más que suficientes, para ponerle los ojos vidriosos y embotarle ligeramente la mente.
Parecía mentira que no le azuzara la necesidad de terminar la carta, el último renglón le dejó ensimismado, no conseguía centrarse en otra cosa que la cara del Gobernador, una y otra vez, su cerebro lo procesaba, y una y otra vez, retornaba la misma jeta engreída de su abuelo.
Varios intentos por continuar con la lectura e idénticos fracasos después, Abul decidió despejarse un poco, salió del despacho y se encaminó a los aposentos del finado.
- ¿Qué motivo tendría este hombre para querer que la leyera aquí?-se interrogaba, como si el espectro de su abuelo tuviera que darle la respuesta.
- ¿Qué coño tengo yo que ver con su historia de paternidad?
Se tumbó en la cama vestido, la luz mortecina, el cansancio, las emociones, el vapor del whisky...
Vencido por Morfeo, cayó en manos de una pesadilla, entremezclados, el Gobernador, el Emir, sus ayas, un niño y una niña llorando... Afganistán, disparos, sangre... un hombre y una mujer llamándolo... las caras de sus abuelos, risas... llantos... el cementerio, un avión... ojos... ojos inyectados en sangre...
Despertó sudando, apenas estuvo dormido cincuenta minutos y le pareció una eternidad.
Abrió de par en par las ventanas del dormitorio, necesitaba expulsar el aire reconcentrado de la habitación, caminó en pos del baño, se notaba sucio, contaminado por la mentira que flotaba en cada poro de la casa, era prioritario quitarse el hedor a falsedad que notaba en todo su cuerpo. Pronto notó que no solo él, sus ropas incluso su alma olían de ese modo.
Abrió la puerta de la calle y entró en la noche cordobesa, al principio iba como lelo, poco a poco, la ciudad penetró en él, primero en sus ropas, luego en su cuerpo, por fin... en su alma.
Ya era dueño de sí mismo.
“Estaba abierto a todo tipo de ideas y actitudes”. -pensó.-“Pero la leche era blanca y el Gobernador un hijo de puta que le iba a complicar la vida”.
Sus pasos le encaminaron cerca de la antigua gran Mezquita, allí, no tuvo excesivos problemas para divisar un pequeño hotel, no era gran cosa, pero tenía cama y baño, suficiente.
La ducha, tonificó sus músculos, incluso, le hizo soltar la adrenalina que rezumaba por su cuerpo.
El largo paseo y el agua caliente a presión, le habían despejado, y de nuevo, notó las ganas de leer la carta, de continuar descubriendo la vida escondida de su abuelo.
Solamente cubrió su cuerpo desnudo con la sabana, no osó colocarse, ni tan siquiera el calzón, en su subconsciente aun, sentía aquel putrefacto aroma.

Comenzó a leer, desde el principio, despacio, examinando cada silaba, cada palabra, buscando a todo, un doble sentido... justo, cuando llegó al último párrafo conocido...

Tengo dos hijos, una mujer algo mayor que tú y un hombre, más o menos de tu edad.

Abul, inspiró aire, tragó saliva y continuó leyendo...



    No sé ni como se llaman, y no me arrepiento, la madre de la mujer era una castellana, de Medina del Campo. El hombre es hijo de una extranjera, sueca o inglesa, yo que sé, rubia.
Sabes por experiencia que no dejo en olvido mi sangre, ninguno de los dos nacidos, ni sus madres, podrán decir que les ha faltado un duro mientras yo he vivido. Dirán las mariconadas esas del afecto, del cariño, de la protección de un padre... lo que yo digo... mariconadas. Tú eres huérfano, y no has necesitado de esas pijoterias para hacerte un hombre.
Lo dicho. “Poderoso caballero es don dinero”, de eso, nunca han carecido.
Aquí, es donde entras tú.
Para mí, tu solvencia ética esta fuera de toda duda, tu patrimonio, muy superior al que tu abuelo, el Emir, y yo te donamos en su momento, cuando menos demuestra, unas aceptables dotes como gestor.
Por todo esto, por arrancarme el poco cariño que he donado al mundo, y no nos engañemos, eres el único familiar que tengo al cual la cabeza le sirve para algo mas que peinarse, he dispuesto que seas el principal y singular heredero de mis bienes, algunos, ya lo hablaras con mi abogado Sr. Núñez-Recio, son perfectamente legales y tangibles, otros, los mas importantes, corresponden a títulos, terrenos, derechos, explotaciones, en fin cosas del antiguo régimen que al igual que yo le he sacado partido, tu sabrás aprovecharte, lógicamente todos los documentos y papeles de los “otros negocios” están a buen recaudo.
Si como te he pedido estas en mi casa, debajo de la mesa de mi despacho, bajo la alfombra, hay una tabla de la tarima suelta, levántala, por el reverso de la madera frota ceniza, el número que sale es el que abre mi caja fuerte.
Una cosa mas, tómatelo como un deseo póstumo.
Son mis hijos, mi sangre y la tuya, en la caja de seguridad encontraras los números de las cuentas donde les ingreso su mantenimiento, puedes encontrar algo elevadas las sumas, no seas tacaño, tienes para eso y para mucho más.
Confiando en ti, me despido, si esta carta está en tu poder, quiere decir que yo estoy muerto y enterrado, mejor, me he ahorrado mirarte a los ojos para confiarte mis pecados.
Reza por mí, a tu Dios, al mío o al de los dos, nunca he sabido tu religión, ni me ha importado.
Un abrazo:

Exmo.Sr.D. Santiago Agüero San José

GOBERNADOR DE CÓRDOBA



Anonadado, terminó la lectura.
 “Este hombre es tan impersonal, que hasta en esta carta utiliza un tampón para estampar su firma.”
Abul, notó de repente, en la boca del estomago nauseas:
“Este decrépito viejo hipócrita, no solo ha vivido una mentira, sino que, además pretende que yo la continúe...”
“¿Qué me cuenta? La falta de un padre lo tapo con dinero y me quedo tan oreado. ¿Qué sabe él, ni nadie, lo que siente un hijo?”.
“¡Manda huevos! No le importa, ni tan siquiera como se llaman... ¡y las madres! La castellana y la rubia. ¡No te jode!”
Se sentía indignado, otra vez, comenzaba a polucionarse con el olor, el sudor ácido le empapaba el alma, el fétido aroma, no le entraba por la nariz, lo percibía por el corazón, a través de la sangre, anegaba su cuerpo y espíritu.
¡Cuanto tiempo había pasado!
A día de hoy, veinte años después, cuando evocaba aquel pasaje de su vida, aún sé sentía manejado como un títere, pero si lo pensaba bien, fue ese preciso instante el que cimentó su Obra.
El Gobernador se había salido con la suya, Abul, económicamente un potentado, no encontró ningún problema para llenar las cuentas corrientes de sus nuevos tíos.
Eso sí, no los regaló nada, tanto el uno como la otra, tenían su cometido, encajaron perfectamente en su plan... era como si una mente superior adivinase cada una de sus necesidades, y se las sirviese en bandeja.
En Afganistán, percibió el verdadero desequilibrio entre civilizaciones, apreció como una banda de hambrientos, de seres sin nada que perder, era capaz de aguantar y vencer a toda una potencia, comprobó lo que él siempre tuvo claro, una vez expulsado un opresor, occidente regalaba otro, uno distinto, diferente, otro tirano a la postre si, pero este mas peligroso si cabe. Normalmente elegían uno o varios “Salva patrias”, aceptando convencidos todos los, de por sí, ignorantes luchadores, que eran ellos, “los muertos de hambre”, quienes erigían a esa posición al nuevo déspota.
Convenciéndose ellos mismos:
¡Hemos hecho una guerra!
Hemos visto morir mujeres y niños, propios y extraños.
Hemos creado un país donde el hambre tardará decenas de años en saciarse.
Hemos condenado, dos o tres generaciones de nuestro pueblo al desencanto y la desesperanza.
¡Lo hemos conseguido!
Hemos cambiado... un dictador por otro.
Siempre así, Cuba, Corea, Sudamérica, Centroamérica, África... y ahora, Afganistán.
Esto, esto es lo que hay que erradicar, cientos de miles de muertos, al final, ¿para qué? ¿Para quedar todo igual?
“Hay que cambiarlo”
Abul se lo repetía interiormente:
“Hay que cambiarlo”.
 “Esos ojos inyectados en sangre... Ese desprecio por la vida propia y ajena... Ese sentimiento irreal de no importar nada...”
  “Todos los hombres, desde que el mundo es mundo, sienten miedo a perder la vida cuando poseen algo en ella, pueden temer por sus bienes, por sus seres queridos, por sus ideas.”


“Existe en el mundo hoy, cientos de millones de personas que no tienen miedo, ¡no tienen nada que perder!, alguien tiene que canalizar todo ese poder, es mas fuerte que el dinero, que el petróleo, que las armas...”
“Es el poder de los desheredados”.
“El poder de esos millones de niños que aún bebés, intentan chupar el pellejo seco que tienen por teta sus madres, no sacando de allí mas que el sabor salado del sudor”.
“Ese poder, el poder de no temer nada, por que nada tienes”. “El poder del hambre”. 
“Quien sea capaz de manejar el hambre, manejara la historia”.

fragmentoVIII



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EL INICIO

Fragmento VII

Con la muerte del Emir, algunas de sus empresas pasaron a su propiedad, el abuelo árabe pensó en su nieto medio cristiano. No pudo cederle favores políticos, pero, en los económicos, se excedió. Ni él, ni los nietos de sus nietos, necesitarían trabajar para llevar una vida opulenta.
Abul, se encontraba en Amman, la muerte del Emir... si, le había molestado, si esa era la palabra, molestar, no lo sentía, el roce hace el cariño, y entre él y sus abuelos, en plural, siempre corría una gran cantidad de aire.
“Cualquier rato, me avisarán del Gobernador, él, como antes el Emir, está pidiendo tierra a gritos”
Aprovechando su salida de tierras afganas, estaba preparando algunas cosas: medicinas, material quirúrgico y algunos enseres más, que luego, sabía por experiencia, le iban a hacer falta.
 Pensaba volver al frente ya, en pocos días.
Esa noche, no podía conciliar el sueño, tumbado en un sofá, llevaba al menos, tres horas en un estado semi-inconsciente, como en trance, hablando a su conciencia:
“Lo más fácil en esta vida es llevarnos bien. ¿Por qué lo complicamos? Cada día tengo mas claro que todos los pueblos, en su momento, recibieron el mismo mensaje.
Unos ni tan siquiera lo escucharon, otros, los peores, lo interpretaron como a ellos les convino. ¿Acaso los cristianos obran según las enseñanzas de Jesús? ¿Y Mahoma?, ¿Estaría de acuerdo con sus actuales seguidores? Incluso los pensadores modernos, ¿qué diría Marx de los países llamados socialistas?
Todos sabemos la solución, ¿no hay nadie que se atreva a decirlo? ¡Decirlo es muy fácil! ¡Todos somos iguales, todos somos hermanos!, Todas las religiones, todos los pensamientos inteligentes de cualquier ser humano, nos llevan en la misma dirección. ¿Por qué? ¿Por qué nos empeñamos en destruirnos? ¡Que fácil es decirlo!
Si, mas no basta con decirlo, no, es mejor no decirlo, ¡hay que actuar! Hay que aprovechar la coyuntura montada.
 Para cambiar el mundo, necesito soldados.
 No, no soldados con fusil, soldados con ideas, guerreros con esperanza, sicarios del amor.”
Abul, en lo más recóndito de su corazón, todavía sin matizar, tenía un plan, un plan para comenzar muy pronto su Obra.
Mientras soñaba, se rozaba repetidamente... ligeramente... las puntas de las uñas de los dedos pulgar y anular, alguien le dijo que hacer esto, hacia que tus deseos se cumpliesen, ¡por sí acaso!
Sonó su móvil.
El repetitivo son le hizo volver, alargo su mano, y a tientas buscó el aparato. En el luminoso, pudo leer:

GOBERNADOR
 
 -  Abuelo, buenas noches, ¿a qué se debe su llamada?- extrañado, preguntó.
En el otro lado, le respondió una voz débil, apagada, triste.
-  Hijo, no sé dónde estás, tengo que verte... ¡esto se acaba!, necesito verte
- Abuelo, ¿está usted bien? Tranquilícese, cuénteme. ¿Qué le pasa?
- Mira hijo, lo que tengo que decirte, no se dice por teléfono.- la voz del gobernador, cada vez, se oía mas clara.- Quiero que vengas ahora.
- Abuelo, no se preocupe, la semana que viene...
- No se como coño tengo que decírtelo. Ahora.
El teléfono se cortó, su abuelo le había colgado. Abul, estaba desconcertado, no por que le colgara el teléfono, ni por el tono final de la conversación, justamente, por todo lo contrario, por el inicio de la llamada. Poquísimas veces tenía el honor de hablar con su abuelo, ¡para qué engañarse! Una vez al año, por navidad.
Pero, los rasgos de amargura y decaimiento notados al descolgar...
Presionó la tecla de rellamada...
- ¿Abuelo?
- ¿Qué parte es la que no has entendido?
La respuesta fría del Gobernador, robó el mínimo sentimiento de culpa  que pudiera haber albergado, dolido, intentó de nuevo establecer una conversación:
- Abuelo, no se preocupe, el próximo avión que salga para Madrid, es el mío.
- Me alegro, es lo que debes de hacer.
 Le volvió a colgar el teléfono, Abul no daba crédito:
” No tenía necesidad de ser tan “capullo”, pero... este si, este si era el Gobernador.”
Recordó con una media sonrisa
Se dispuso a preparar su valija, contaba con un sin fin de empleados, pero su maleta, siempre la disponía él.
 - Debería llamar a Madrid, necesitaba un coche, antes hay que llamar al aeropuerto de Amman, voy a necesitar reserva, ¡bah!, Me sobran contactos. ¡Aya! Salgo para España en menos de una hora.

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jueves, 25 de noviembre de 2010

los nudos del hambre

EL MULÁ ABUL
 Fragmento VI
Era español, de Córdoba. Abul, apenas recordaba su niñez, los recuerdos eran vagos, inconexos, sin centrarlos en ningún lugar concreto. Él era el solitario hijo de un joven comerciante cordobés, fruto del matrimonio de este con una mujer árabe. Su padre, cristiano por la costumbre familiar, no tuvo excesivos reparos, para renunciar a su religión. - Solamente una condición.- anunció el Emir Yosuf, abuelo de Abul.- Mi hija es musulmana, solo la entregaré, a un hijo del Islam. Poco problema era eso, estando tan enamorado, que más da que divinidad bendiga la unión.  Así, a partir de ese día, a Córdoba, procedente de oriente medio, llegó, la cuarta hija del Emir Yosuf, y, además, llega con una buena dote, que sinceramente, le vino muy bien al padre de Abul, ya que si bien, a él no le importó el cambio de creencias, a su padre,  viudo, poderoso y acaudalado, si que le molestó.   En una España en la que entonces, el Caudillo lo era “por la gracia de Dios” y su territorio era reconocido, por las más altas esferas eclesiásticas como “la reserva espiritual de occidente”, era de entender, fuera de lo normal, que el consuegro del Excelentísimo Gobernador de Córdoba, se llamara Yosuf.  -Y todavía, tendrán un hijo, y lo llamaran Muza, ¡no te jode!- solía decir, a sus amistades, el abuelo español de Abul. Lo verdaderamente malo de ese enlace, ocurrió, transcurridos cinco años. La pareja, volvía de Madrid, uno de los muchos viajes que realizaban a la capital, bajando el puerto de Despeñaperros, en la cuarta o quinta curva, su coche, chocó contra el quitamiedos... La mujer, falleció en el acto, el hombre, dicen, tuvo tiempo, para abrazarla. La misma noche, los padres de Abul, fueron llamados por el dios de turno. Así, de un plumazo, se quedó huérfano. ¡Huérfano con tres años!  Su abuelo español, el Gobernador, acaso, comido por la mala conciencia, quiso hacerse cargo de su nieto. - ¡Como yo digo!- se justificaba, no se sabe bien por que.- ¡Es sangre de mi sangre!, Y quieras que no, eso tira. Abul, nunca sabrá si era eso, o simplemente, que en el sepelio, se enteró, que su otro abuelo, era moro sí, pero Emir, y con mas capital que diez gobernadores católicos juntos.  El Gobernador y el Emir llegaron pronto, a un acuerdo, los dos se hicieron cargo de los gastos del niño, los dos se comprometieron en su enseñanza y educación, pero, ambos, de lejos, sin que les afectaran en sus quehaceres. Egoístamente, ninguno de los abuelos renunció a su parte de nieto, de cara a la galería, los dos, fueron magnánimos, pero, a la personita, solo faltaba, que la hubieran partido en dos pedazos, la parte católica y la parte musulmana. Los siguientes dos años, el pequeño, continuó viviendo en la ciudad española, eso sí, en una rica casa, donde no le faltaba de nada y con una verdadera legión de domésticos a su servicio.
 En lo que sí pusieron, los abuelos, verdadero empeño, fue en la elección de una aya. No hubo forma humana de ponerlos de acuerdo: Que sí musulmana..., que sí católica..., que sí española..., que sí árabe... Imposible. ¿La solución? Fácil, salomónica Dos ayas, una por cada abuelo. Convivirían con el niño siempre, las dos. No solo esto era extraño en la educación del muchacho, una vez que transcurrieran un par de años, Abul, y su sequito, alternarían seis meses de estancia en Córdoba con medio año residiendo en Amman, donde el Emir le otorgó una mansión árabe. Por lo tanto, el chaval, recibía desde su más tierna infancia, enseñanzas y crónicas desde dos perspectivas, desde dos formas muy diferentes de ver la misma realidad. Cualquier persona en su lugar, es fácil que sostuviera un conflicto interior, pero, Abul no, no solo no le complicó la vida, sino que sacó partido de todo ello. A medida que los años pasaban, el personal que se ocupaba de la enseñanza de Abul, se daban cuenta de la inteligencia superior, fuera de lo normal, que demostraba. Rápidamente, los profesores se quedaban desfasados, y había que sustituirlos. Para eso, bastaba una llamada de cualquiera de las dos ayas a sus respectivos patrones. Inmediatamente, un profesor de nivel superior al anterior, se presentaba para quedarse, siempre y cuando el nieto diera su aprobación, esta, solo se basaba, en que fuera capaz de hacerle aprender cosas nuevas.   El niño no tuvo tiempo de encapricharse con ninguno de sus profesores, exprimía los conocimientos que pudieran mostrarle y pedía otro. Todos el mismo camino, todos… ¡todos no! Hubo uno, de los primeros, con el cual si se encaprichó, Abdel, ni tan siquiera era su profesor, realizaba trabajos en la casa de Córdoba, lo mismo podaba un seto que reparaba una tubería, pero cuando el niño Abul coincidía con él, se les pasaban las horas muertas contando y escuchando historias, casi todas árabes. Este hombre y las dos ayas junto con su amigo, Jacobo Dávila, serían los únicos recuerdos de infancia alegres de Abul. Abdel, una mañana dijo tener que marchar por razones personales, con Jacobo perdió la relación con tanto cambio de residencia, las dos ayas con el tiempo, poco a poco, desaparecerían de su vida, de una vida que iba muy rápida para él y con un ritmo normal para los demás mortales. Abul, el adulto, dejaba atrás todo.    No es de extrañar, que antes de cumplir treinta años, disfrutara de tres doctorados, economista, médico cirujano y ciencias políticas. Estando en todos ellos, entre los mejores de su promoción. Su inquietud interior, y el manejo de dinero fácil, seguramente, hicieron de Abul, un perfecto inconformista, siempre preguntándose sobre el interior y el exterior de, da igual que tipo de asunto.  La observación del mundo árabe, bajo su propio prisma, le hacia, no comprender, el por que de la no evolución del pueblo islámico.  Comparándolo con la civilización cristiana, no era capaz de ubicar, el momento, en que comenzó la recensión musulmana. Las “babas” que se echaban unos clérigos a otros, no eran sino boomerang de ida y vuelta: Las dos religiones mataron y persiguieron en nombre de su dios, las dos invadieron otros pueblos, para llevarles la fe verdadera, ambas trataron a la mujer como un ser humano inferior, ¡las dos! Tienen ramas separadas dentro del mismo credo.



Pero, un día, el progreso occidental separó el poder del Estado del poder religioso, y poco a poco, algunos, se dieron cuenta de que Dios no manda matar ni perseguir, ni mucho menos morir por Él. Abul, intentaba, comparando la historia de las dos religiones, como los cristianos, que hace algunos siglos, encontraban bañarse de poco machos, ahora poseían el futuro. Y el mundo musulmán, que debería ser el dueño de la energía que mueve el planeta, se debatía entre la miseria y la opulencia. Las razones de los occidentales creía comprenderlas, las árabes no. Su paso, por la universidad de Oxford, el conocimiento de algunas teorías islamistas, sembraron el desconcierto en sus convicciones, antiguos compañeros, estaban luchando en Afganistán, contra la ocupación rusa, él era médico, ¿por qué no podía ir?, Seguro que no dispararía un solo tiro, y allí, entre ellos, quizá, alguien le diera una respuesta. Pocos, escasos conocidos encontró en aquella contienda, pero las casualidades de la vida le llevaron a reencontrarse con su único amigo.  El único y singular niño con el que jugó allá en su Córdoba natal, Jacobo Dávila. Le atendió por un rasguño de bala sin importancia, comentó algo sobre un trabajo de corresponsal pero, él siempre estuvo seguro que su cometido no era ese, el transcurso de los años le dieron la razón. El atrevido joven ejercía de correo entre las fuerzas afganas lideradas por Masud y los países occidentales. Seguramente está operación le ayudó a forjar un gran porvenir profesional, ya que con el transcurso de los años, llegó a ser el director general de los servicios secretos españoles, gracias a ello, tendría un papel de vital importancia en la Obra que se estaba gestando en la cabeza de Abul  Al igual que cuando eran crios, una noche compartieron sueños, ideas, soluciones utópicas para este mundo de descerebrados ¡Qué cerca parecían estar! ¡Qué lejos se encontraban!

fragmentoVI


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jueves, 18 de noviembre de 2010

los nudos del hambre

LA DIESTRA

fragmento V

Omar, admiraba a muy poca gente, tenía el culo pelado de ver “héroes” de tres al cuarto o solo de boquilla, ya llevaba, más de dos lustros, entregado a su fe, el Mulá. Este le hizo renacer, si, le puso en su sitio.
 Desde que se acordaba, se ganaba la vida trabajando en el país que había nacido, allí nadie le consideraba como un igual, ¿era su culpa que sus padres fueran moros?
De niño le vacilaban por las creencias de su familia, las barbas de su padre, por el atuendo de su madre y hermanas, en fin, ¡por moro! ; Él preguntaba en casa y tampoco le aclaraban  nada.
“Somos distintos”, era la respuesta.
Pero a medida que transcurría el tiempo las diferencias se agrandaban y, él no encontraba su lugar. En su propio país, se sentía y le sentían como a un extranjero, no un extranjero normal, no, ¡un ladrón!, O un...  vete a saber que, ¡uno de las “pateras”!
De cargador de muelles a carnicero, de camarero a camionero, siempre trabajando ¡cómo todo el mundo! Pero él no era normal, él era “el puto moro”,
Alicante, Tánger, Sevilla, Madrid, A Coruña, Barcelona, Marsella, Paris, y otra vez,... Tánger, siempre “el puto moro”.
 Parecerá que fue adrede, del sur al norte, y vuelta al sur, pero simplemente era..., donde encontraba trabajo, ¡allá iba!
No era ningún fanático, ni tan siquiera, un perfecto cumplidor de su religión, simplemente, de niño, en su más cercano entorno, era lo que le enseñaron, ¡lo que mamó!
Omar procuraba cumplir con su credo, pero nada más; No comía cerdo, los católicos en cuaresma no comen carne, ¡siempre qué no paguen la gula!, Y no pasa nada.
No bebía ni fumaba, no era bueno para la salud y... ¡qué ostias! No le gustaba.
¿Qué clase de fundamentalista iba a ser, si su bebida preferida era la Coca Cola?
Aquel día en Tánger.
¡Lloraba en aquel banco de madera!
¿Era eso un delito?
¡Un “puto” y frió mensaje al móvil!
 Ayer murió tu hermana. No vengas
 Su familia tampoco aceptó que quisiera ser normal.
“Estoy tan cerca, y... una mierda de mensaje”
Le provocaron.
 Esos dos turistas macarras y “colocaos”, le provocaron.
- Eh... “moraco”, ¿tienes “costo”?
- No, no fumo, “pasar de mi”, contestó Omar, sin levantar siquiera la mirada
- ¿Y a mí que cojones me importa si fumas?, le zarandeó uno de ellos
Omar se levantó del banco para marcharse, encogido por la pena, no les debió parecer gran cosa a los dos matones y volvieron a increparle:
-¿No me has oído?, “Muerto de hambre” ¿”Costo”? ¿“Chocolate”?. ¿“Porros”?.¿Me entiendes?

El Moro hacía tiempo que tuvo que aprender a defenderse, su adolescencia estuvo salpicada de peleas, día si y día también. Hacía tiempo que comprendió que a pesar de su descomunal fuerza no solucionaba nada, daba igual que hoy “ostiase” a dos que a tres, mañana, en otro lugar, con otra gente, seguiría la misma historia. Procuraba evitar el uso de la fuerza, aunque a veces, no le faltaban razones.
No peleaba desde los diecisiete años...
- “Galufo de mierda”
Es lo último que oyó, antes de sentir en sus riñones el terrible impacto de un cadenazo, que lo mandó, de bruces al suelo.
En su mente, solamente retumbaba una palabra,” ¡Galufo!” Su mote, el mote de cuando era niño, “¡Galufo!” La palabra que más podía vejarlo.
Toda la pena que llevaba en su alma, toda la impotencia por no estar en casa, por no poder despedirse de su hermana, se transformó en odio, no le dolían las patadas y cadenazos que estaba recibiendo, no escuchaba siquiera, los demás insultos que le proferían, en su corazón, en su cabeza, en su ser, solo oía: ¡”Galufo”!.. ¡”Galufo”!
Omar, de un salto, se levantó, al vuelo engancho la pierna de uno de sus oponentes y tiró con fuerza arriba y a la izquierda, al mismo tiempo con su antebrazo golpeaba en la rodilla del atacante esta chascó como si fuera una patata frita de bolsa; mientras tanto, el otro enemigo, rodeaba su garganta con las cadenas, apretaba con todo el espíritu, apenas para lacerar el potente cuello de la bestia, “¡Galufo!”,” ¡Galufo!”... su cerebro repetía una y otra vez. “¡Galufo”!,” ¡Galufo!”... aprisionó, con sus manazas, el cuello de su agresor, justo por debajo de la nuca, y tiró de su cabeza como si quisiera arrancársela de los hombros, el sorprendido “porrero”, voló por los aires y aterrizó delante de Omar, un brevísimo instante de cordura de este, fue suficiente para que el provocador sacara una navaja y abalanzándose sobre él gritara:
  -“¡Moro, “hijoputa”!.Te voy a rajar
El Moro, apresó la muñeca asesina y la retorció sobre la espalda de su oponente, puso al mismo tiempo, todo su odio en un brutal cabezazo que dirigió al entrecejo del rival…este, se desplomó como un saco.
Entonces, se dio cuenta de la situación, estaba en la parte de atrás de un complejo hotelero para turistas, dos de ellos yacían en el suelo, uno con la pierna rota y el otro, con la cara en un mar de sangre, y en el mejor de los casos..., sin conocimiento.
De pie, estaba..., Omar “el Puto Moro”.
Frío, comenzó a sentir frío.
Su cuerpo no controlaba la temperatura, empezó a notar un sudor ácido y gélido, todo su ser quedó destemplado.
Algo agudo y lacerante le recorrió por entero, traspasándole nervios, músculos y huesos.
De repente...
De repente percibió el miedo.
Una voz ronca y dulce, pero muy firme le dijo:
-Sígueme
Omar, ya no era bestia, era un hombre acojonado que acababa de matar a otro, o eso al menos pensaba él.
- Sígueme, o ¿quieres que te empapelen?
Caminó detrás de la silueta gris hasta una casa baja, cerca de allí.
-Gracias, ¿por qué hace esto?

Sin prestarle la menor atención la silueta se giró sobre si mismo, cerró la puerta de la casa, y le ordenó:
-Entra en el baño, lávate y cámbiate de ropa
Si, era una orden, pero dicho con esa voz, parecía un ruego, un favor que no se podía dejar de hacer, pasó al aseo, se desnudo y entró en la media bañera de albañilería, abrió la ducha, y el agua fría  se estrelló contra su cabeza y cuerpo, limpiando no solo la sangre seca sino también la parte de odio que todavía quedaba, poco a poco, el remordimiento ocupaba cada uno de los poros de su piel.
Diez minutos después, un hombre con acento extranjero, no occidental, le dijo en un imperfecto español:
- Mulá te dice a ti: pon ropa, sal fuera, comida
Dejó encima de un taburete ropa vieja pero limpia y se llevó la ensangrentada.
Omar se vistió y abrió la puerta, como si lo estuviera esperando, la silueta gris volvió a ordenarle:
-Siéntate y come, luego descansaras en una de mis camas
Sentándose, Omar pregunto:
-¿Quien eres?, ¿Que quieres de mi?
-¿Te he preguntado yo a ti quien eres tu?, ¿Acaso te he pedido yo algo? Esta noche he visto como el odio puede convertir a un inocente en una bestia, voy a convertirte en una bestia inocente.- abandonando la habitación, terminó la conversación – Come y descansa, mañana hablaremos.
“Descansa...”, la cabeza de Omar era un volcán, ¿”como puedo descansar...”?
 ¡Le iba a estallar!, ¡Su cabeza, iba a estallar!
Despacio, muy despacio, el somnífero administrado en la sopa, hizo su trabajo.
Cayó en un sueño poco reparador, sabes cuando duermes y te levantas con la impresión de no haber descansado.
Toda la noche su cerebro se empeñó en recrearse en la cara sangrante del turista, mezclando absurdamente la llamada de su hermana desde algún lugar igual de absurdo, cambiando continuamente de rostro, ahora era el turista, ahora su hermana, ahora... la sombra gris... y repetía esa visión, una y otra vez.
Sentía pánico ¡hasta en sueños!  
Aún era muy pronto, pesadamente, se levantó, se dirigió al lavabo. Todo estaba meditado, ya la había decidido:
“Voy a la embajada, me entrego, cuento mi versión... al fin y al cabo, soy ciudadano español... nacido y criado...”Advirtiendo, lo idiota de su propio razonamiento, se rebatió a si mismo en voz alta:
-¡Que “güevos”! ¿A quien “cojones” pretendo engañar? Soy un “moro de mierda” que ha  “ostiao”, como poco, a dos ciudadanos, ¡ellos si! ¡Ellos si que son ciudadanos! No yo, por mucha  “gilipollez” que ponga en mi carné.
En sus ojos, brillaban lágrimas de ira, estaba convencido, al último macarra, lo había matado. Continuó, a viva voz, reprochándose:
-Mi familia “mora” vive en este país de “moros”. Y aquí, se respeta al turista, la hospitalidad para el que viene con euros está asegurada. Y no, no se pone por delante de la dignidad de un “puto moro”. -o eso, creía, él.- Encima, ¿qué voy a decir? He venido a ver morir a mi hermana, he llegado tarde, y mi familia, no me deja entrar en su casa. Puedo decir también:

Soy un “puto moro español”, he venido a visitar a mi familia, que tuvo que abandonar España, por tener pinta de “moros”, nada mas que se han enterado que estoy aquí, me han advertido que no vaya a su casa, la casa de mis abuelos, ¿por que? Por que tengo pinta de “cristiano”.
Y mientras mi hermana de cuerpo presente...
Y  yo... yo me dedico a...
- Cállate.-El Mulá le estaba mirando.-Cállate, Omar.
Se quedó descolocado, en su momento de ofuscación, no se percató de la llegada de su extraño encubridor, y cuando, escuchó de sus labios, su nombre...
- ¿Quién es usted?-acertó a balbucir
- Yo soy la respuesta a todas tus preguntas, soy quien, si tu quieres, va a enseñarte tu destino.
Esa fue la seca y pronta respuesta del Mulá, continuó hablándole, con una voz dulzona pero al mismo tiempo, autoritaria, muy autoritaria, sin darle tiempo a reaccionar.
-  No tenemos mucho tiempo, hace algunos años, mi buen amigo Abdel...
- ¿Abdel?, ¿Que Abdel?- cortó Omar, sospechando que sabía perfectamente a quien se refería.
- Si. Abdel, tu abuelo, hace tiempo, en Córdoba, trabajó a mi servicio, ¡esa es otra historia!-contestó el Mulá.-Él me dijo tus inquietudes. Él me habló de tus dudas. Él te puso en mi camino.
- Pero... ¿por qué?-todavía incrédulo.- Mi abuelo no sabía...
- ¿Por que, preguntas? Acaso no conoces tu, tu vida. Y el lugar, la situación, que más da; tarde o temprano, algo de esto hubiera pasado
Sentenció el Mulá, y como si toda esta conversación no hubiera existido, apremió:
-Prepárate, a mí anoche no se me había perdido nada en tu bronca, Omar, te conozco mejor que tu mismo... ¡Dame una sola oportunidad!, mejor dicho, ¡tienes una sola oportunidad! Prepárate, no tienes nada que perder, te voy a sacar de aquí... conversaremos... y al final, tu tienes la última palabra.
La maquinaria mental del fugitivo, le facilitó la solución rápidamente.
La lógica respuesta, la única respuesta que el Mulá aceptaría y, al mismo tiempo, la única que Omar, yo que sé por que, quería dar:
- Tiene razón, no tengo nada mejor, ni peor que hacer.

fragmentoV



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jueves, 11 de noviembre de 2010

los nudos del hambre



TÍTERES

fragmento IV

Apenas recordaba bien la cara de su hermano, en unos cuantos años, su mundo, cambiaba todos los días, el Campo, no se parecía en nada a aquel al que llegó, todo estaba mejorado, ahora, tenían escuela y cerca del “embalse”, algo que llamaban, pista americana.
Les daban clases mujeres y hombres, algunos de ellos, decían haber estado alguna vez, en su niñez, en el Campo, comentaban, que ellos tuvieron que salir de allí, para acudir a escuelas o recibir entrenamiento físico. Hablaban de Sudan, Siria, Afganistán...
El Campo actual era de lo mejorcito, a veces, ¡hasta los daba clases el Mulá!
Lo único inalterable, su hambre crónica, el hambre que les había degollado el alma y, les dejó una cicatriz incurable, era el vinculo de todos los muchachos que estuvieron o estaban. Ellos eran los ojos del hambre
A Samuel, realmente lo que le gustaba, era la parte física de su adiestramiento, las enseñanzas teóricas, le aburrían, prefería que se las explicara después, León, él por lo menos se lo hacia mas ameno.
Sin embargo, en la “pista”, él era el mejor.
Era el más fuerte, el más rápido y no tenía rival a la hora del manejo de las armas: Cuchillo, pistola o fusil, eran como una prolongación de sus extremidades.
De genética afortunada, su cuerpo era, de por sí, poderoso. Si a esto añadimos, no solo el entrenamiento duro y diario, sino los años de empujar, por terreno inhóspito, la silla de León, tenemos un fenómeno de músculos, de acero, entrenados.
Desde que se llevaron a Dimas e Ismail, León y él se hicieron inseparables, al principio por consuelo mutuo, luego, no sabían estar el uno sin el otro, además, eran complementarios, León era a Samuel, lo que la sal al agua de mar. Eran amigos, sobre todo amigos.
Samuel, era la movilidad de León y este era el ingenio de los dos, aunque con sus muletas y luego, con la vetusta silla de ruedas, León, era más ágil y rápido de lo que uno pudiera creer.
Para ellos la marcha de sus hermanos, no fue del todo mala, unos pocos días de berrinche y luego por la misma inercia del Campo, a sobrevivir.
Fátima, ya hablaba, poco, pero hablaba, sin duda gracias a la dicharachera Fausta.
La cocinera de voz de flauta, delegaba muchas de sus faenas en la joven, y a ella, el sentirse útil le hacia recuperar la autoestima, no tardó en granjearse el aprecio, también de Omar y “los barbas”. Con ellos no cruzaba palabra, pero si estaba al tanto de su llegada, una sopa o un gazpacho, como Fausta la enseñó, no faltaba en la cocina.
- Desde que Fátima maneja el huerto, hay algo verde en el desierto.- solía decir Fausta.
Omar, se preocupaba de traerla alguna semilla para el huerto, incluso mandó, a los barbas,  cavar una especie de acequia con un regato, para recoger las escasas fugas del embalse y así no tener, Fátima, que transportar el agua a cubos.
No daba mucha producción, aun cuando, a veces podían darse un capricho con los frutos y hortalizas que Fátima conseguía robar a la naturaleza.
Su hermana era un verdadero chollo para León, esto al chaval le hacía ganar muchos puntos en la jerarquía natural del Campo.
Si entre los crios predomina la ley del mas fuerte, y allí, él mas fuerte es el que tiene mas fácil el acceso a la comida, León, era el único que gracias a los cuidados de su hermana, podía conseguir alguna ración extra, y por si esto fuera poco, Samuel, sacaba una cuarta a todos los demás, una señal de León y este, como un felino, saltaba a por cualquiera que osase molestarle.
La mayor alegría de su vida, se la proporcionó Fátima. Él siempre pensó en su hermana como alguien a quien debería proteger, pero desde que ayudaba a Fausta, era ella quien le cuidaba.
Uno de los días que Omar llegó con más muchachos, Fausta lo llamo por su nombre:
 -     León, tu hermana está en la cocina y quiere verte.
Colgado de sus enormes muletas, fue lo más deprisa que pudo:
 “Si tengo que ayudarla a algo, cuanto antes mejor” pensó el chaval tullido.
 Entró en la nave que hacía las veces de cocina y por primera vez en su corta vida le cayeron lágrimas de alegría.
-    ¡Es mía! Pídeme lo que quieras, ¿Quien la ha traído? ¡Ostias! ¿Es para mí?-León hablaba atropelladamente –Fátima, dime que es mía ¡joder!
La chica, sin volverse.
-   Te la ha traído el Moro
De un salto se sentó, no había puesto el culo en la silla, y ya hizo girar las ruedas todo lo que sus brazos podían, gritó, chilló con todas sus fuerzas:
-   ¡Samuel, mira! ¡Samuel mira el cojo! ¡Ostias Samuel!
En la cocina, después de años, la cara de Fátima se contrajo en una extraña mueca, parecida a un intento de sonrisa, y una lagrima resbaló por su mejilla, ni Fausta, ni Omar le pidieron nada a cambio... Si, hay gente buena...
Un momento perdido, de los pocos que tenia, hace ya... un tiempo, le hablo a Fausta de su hermano.
Y en la primera ocasión.
-   Moro. La voz de pito de la cocinera le llamó
-   Moro, la chica nueva, la hermana del chaval sin pierna, me ha dicho si podía hacer algo por su hermano, unas muletas nuevas, una ortopedia... ¡yo que se!, mira a ver tu...
El Moro no dijo nada, pero Fausta sabía que si León tenía alguna oportunidad, esta pasaba por Omar.
Le caía bien ese chico, es mas, ese chaval tenia algo que muy pocos de los demás mortales tenían. Inteligencia, una inteligencia de raza, de cuna, innata. Algo que no se aprende ni se enseña, con la que se nace, ese crío sin pierna era capaz de manejar todos los hilos del Campo, era el líder natural de todos los chicos, sabía manejar las ventajas de tener una hermana en la cocina y de tener el amigo mas fuerte y mas grande.
Para llevarse los honores, hacía la pelota a Fausta, la convencía, de vez en cuando, que hiciera pan dulce, luego él lo repartía y no era rencoroso, más bien procuraba que los demás le debieran favores.
La fila a la hora de comer, de un tiempo para acá, no daba ni un problema, los discapacitados y los más pequeños, delante, los demás por orden inverso de entrada en el Campo, el último León, con su sombra, Samuel.
Lo que ni “los barbas” ni él, el temido Moro, habían conseguido, lo había logrado este condenado tullido, por eso, por que era muy, muy inteligente.
”Fíjate”, pensó Omar,”ya no juegan al fútbol, juegan a la guerra, para que León pueda ser el jefe”.
De todos los criajos que había transportado durante estos años, solo conocía el nombre de este, León.
Quizá por su mirada, quizá por su forma de hablar, quizá por sus silencios...

“LOS NUDOS DEL HAMBRE” fragmento IV
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