jueves, 7 de julio de 2011

los nudos del hambre

¿CÍNICOS?
FRAGMENTO XXXV

El teléfono del Mulá había vibrado durante el recorrido hacia su despacho, el azogue que sentía y la rapidez con la cual leía la procedencia del aviso del móvil, le empujaron, literalmente sobre el sillón, olvidando cerrar la puerta de su escritorio, como si de un tic maligno se tratara, golpeó la tecla de rellamada, llevándose el auricular a la oreja tal que si la vida le fuera en ello. ¿Quién sabe?
- Omar ¡dime!
- …Todo... bien.
La voz del Moro no era firme, además se hizo esperar, esto terminó por exasperar al templado Abul.
- ¡No es la primera vez! ¡Parecemos niñas de primera comunión!
El Mulá exhaló aire con fuerza, necesitaba recobrar su autocontrol para contagiar la mesura necesaria al más entregado de sus acólitos, tardó algunos instantes en dirigirse de nuevo a su mudo conferenciante, esta vez sí, ahora quien hablaba era el Mulá Abul, el padre de los padres, el ingeniero del nuevo mundo, el creador de la Obra.
- A veces curar una enfermedad precisa de amputación, ninguna extremidad de nuestro cuerpo vale lo que importa nuestra vida, ninguna vida, por importante que sea, detendrá la curación del mundo.
Sin dejar contestar a Omar, continuó, usando el tono hipnótico de los magos de feria, encerrando con sus palabras, igual que un predador su presa.
- Amigo, hermano... también Gamal estaba preparado... él nos ha entregado su vida para que nosotros la negociemos ¿seriamos buenos gestores si nos derrumbásemos? La Obra, Omar, está ahí. Vamos a terminar con los xenófobos, con los racistas, con... todos aquellos que te tildaron de: ¡puto moro! ¡Moraco de mierda!...Vamos a la senda de verdad. Omar, eres mi pulmón, eres mi energía... ¡dime que vas a levantarte! ¡Dime que sigues conmigo!
Una leve pausa dio paso a la voz rasposa y dañada de Omar, El Mulá había sacado su alma por la boca y aspirado la poca, si es que alguna vez hubo alguna, reticencia en su cometido. Omar, el Moro, estaba ahí ¡para lo que hiciera falta!
- No se preocupe, tuve un mal momento paro ya ha pasado.
- De acuerdo Omar.- El Mulá volvió a ejercer de dueño.-  Te necesito aquí, eres el único correo en quien puedo confiar ¿cómo has visto a Ismail?
- Perfecto, tampoco él daría problemas, si fuera necesario ¡espero que no!- al menos la voz del Moro parecía recobrada.- Salgo para allá, lo antes posible me reuniré con usted.
- Toma precauciones, es muy difícil relacionarte, casi imposible, pero... ¡confío en ti!
La intranquilidad que sentía el Mulá había desaparecido por completo:
“Gamal cumplió y nadie sabe donde está la mano que porta la batuta, el Moro ha tenido un bajón, ¿quien lo iba a pensar de él? Que humanos son todos, los dejas mear en la misma taza y ya se creen hermanos de sangre”
Giró el sillón donde estaba razonando para sí, de pronto le vino a la memoria que no había cerrado la puerta y esperaba a León, alzó la vista y se topó con unos ojos silenciosos, pero inyectados en sangre.

La monja estaba de pie frente a él, no sabía cuanto tiempo llevaba allí, ni cual era lo que había escuchado, desde luego, poco o mucho, no la había gustado.
- ¡Fausta! ¿No te he oído?
- ¡Yo a ti, sí!
El desliz de su abuelo había proporcionado al Mulá el mejor guerrillero posible, le había dado una mujer con francos valores, entregada a su causa por el simple hecho de considerarlo familia, se convirtió en la mas absoluta de sus seguidores, en la mayor entregada a una causa, que desconocía en su fondo pero que compartía en su forma.
Él, el Mulá, su sobrino, tenía la formula para paliar el hambre de un montón de crios abandonados, de seres nacidos en un mundo que no era el suyo, incluso, repudiados por cualquier tipo de dios creado por los hombres.
Él, Abul, el nieto de su padre, un padre que ella jamás conoció, había encontrado la manera de reinsertar a miles de niños la ilusión, nunca valoró los medios, tampoco los conocía, pero estaba de acuerdo con los fines, ahora se daba cuenta que el propósito final también lo ignoraba.
Fausta no entendía muy bien porque la ira llenaba su razón, tal vez fueran las continuas preguntas sin respuesta de los últimos días, quizá la desazón que la producía darse cuenta de lo ignoto del alma de su sobrino, de lo poquito que la había importado conocer, descifrar algo de la vida, del que un día entró en la suya para hacerse el amo de su persona y sus emociones por el simple hecho de ser pariente y llamarla por su nombre.
En este instante, estaba delante de un extraño, todas las dudas la asaltaban, no tenía ninguna certeza pero, poseía un universo de sospechas.
- Tía... Fausta, hay alguna cosa que sería preferible desconocieses.- el Mulá hablaba despacio, evaluaba la situación por los gestos de la monja.- Todo tiene una razón, todo lleva a un fin, pero algunas veces... el sendero de nuestra ilusión queda cortado por un abrupto precipicio... Nuestra misión es crear puentes para pasar por encima de las injusticias y, a veces, esos puentes... provocan victimas...
El Mulá la hablaba como si dirigiera una plegaria, apelando con su mirada el perdón de la persona  más importante, hablando con un ritmo entrecortado, suplicante.
Dio la vuelta alrededor de la mesa para colocarse junto a Fausta, la ira de ésta, poco a poco, dejaba lugar al resquemor, a un cabreo menor por sentirse protegida de algo que ignoraba.
 Despacio, muy lentamente, con toda la parafernalia de la que fue capaz, Abul, el Mulá, el sobrino de la monja que solo buscaba alguien para no estar solo, la rodeó con sus brazos, apoyó la frente sobre su hombro y, apenas, musitando, rogó:
- Tu no ¡no me dejes solo! Al igual que tu Cristo de Galilea pidió a su Padre antes de morir.- Abul miró a los ojos de Fausta.- Apelo a tu asilo, acógeme...
La frente del Mulá, sudorosa, cayó bruscamente, de nuevo, sobre el hombro de la mujer, deslizándose seguidamente hasta su regazo, para allí descansar y demostrar una sumisión irreal.
La teatralidad del hombre desmontó las pocas suspicacias que la quedaban. “No tenía ninguna prueba real, todo era un recelo sobre otro,  no sería, precisamente ella, la causante de las desconfianzas”
El “papelón” del Mulá quedó genial. ¡Que manera de improvisar y de actuar!, ahora, toca la réplica de la monja.
¿Quién desempeña mejor su papel?


Fausta, acarició con sus dedos el pelo del Mulá, con una sonrisa y sin saber si venía a cuento, asevero.
- La misa y el pimiento, son de poco alimento. Sé que si no luchamos por lo que creemos nadie nos lo va a entregar.- Ella le hablaba sin mucha convicción, mas bien pretendía persuadirse a sí misma.-Creo en los resultados, he visto cientos de niños resucitar en el Campo, no te creo capaz de volver a matarlos.
Desde el regazo donde pretendía humillar su cabeza, con un hilo de voz, el Mulá, aun, remató la situación.
- Tú me has visto sufrir por cada uno de los chavales que no podía sanar, me has visto lamentarme por sus heridas, has sido partícipe de mis desvelos para llevar el Campo a buen puerto.
Se incorporó y dotando de todo el esplendor posible al momento, alzó sus brazos, levantó su barbilla y, casi... gritando, sentenció:
- Nadie mas que yo, padece el dolor de la falta de alguno de ellos, nada lacera mi alma más que el suplicio de uno de los míos pero, todos son mas que uno... y, esporádicamente, ese uno... es el camino de todos.
Abul entrelazó los dedos tras la nuca de Fausta regalándola una sonrisa cómplice, modulando la palabra para acomodarla al tono que la mujer deseaba oír.
- Tranquila, yo siempre estaré donde tu quieres que esté, mientras me acompañes, no sentiré la fatiga que me causa nuestra lucha y, ten seguro, no habrá fango suficientemente profundo del que no podamos rescatar a nuestros hijos.
El encantador de serpientes condujo a su victima camino de la puerta, colocando para ella un rostro angelical, a la vez que justiciero para con los otros, los que obraban mal.
Fausta, ya en el pasillo, notando mala conciencia por albergar dudas sobre su sobrino, se congratulaba por ser familia de este prohombre.
Ninguna de sus preguntas había hallado respuesta.
 “Tal vez... si las hubiera expuesto, pero... que tontería, solo ella veía lo que no había y, si acaso lo hubiese... seguro que Abul poseía un motivo, una razón tan poderosa que solamente él era capaz de entenderla”
Con esas reflexiones caminaba por el pasillo en dirección a ninguna parte, cortó sus pensamientos al cruzarse con León, le dirigió una sonrisa sosa, sin sustancia, el joven con un semblante preocupado la espetó.
- ¿Y bien?
Sin enfocarle la mirada y manteniendo el mohín absurdo en su cara le contestó:
- “Ve hay”
Lo cual en el lenguaje coloquial de la gente con edad medinense significa simplemente:
“La cosa está como está y no vale darle mas vueltas”. 
fragmento XXXV
LOS NUDOS DEL HAMBRE puedes comprarlo (7.50€ +gsatos envio en www.lulu.com  
INDICE
 http://fecarsanto.blogspot.com/p/los-nudos-del-hambre_02.html