jueves, 2 de junio de 2011

los nudos del hambre

EL CABO DESGAJADO

 FRAGMENTO XXX

La mañana siguiente de la ajetreada cena en Medina del Campo, había instalada, en la casona, una desconfianza palpable entre los moradores, por un lado, León y Abul, recelaban del papel del otro en los acontecimientos venideros, Fausta y Fátima, no sabían muy bien por donde venían los tiros y, de Stanley, de él, parecían dudar todos.
Muy temprano, demasiado para su costumbre, el ex-espía abandonó la cama, toda la noche, al menos la parte de ella en la cual el alcohol no embotaba su intelecto, estuvo dando vueltas sobre su situación, buscando desesperadamente una salida que se le antojaba quimérica, al final, casi al amanecer, sin haber podido pegar ojo, resolvió enfrentarse de nuevo al Mulá, buscar una oportunidad para hacerle creer que admitía su subordinación y de esta forma, tratar de conseguir algo de autonomía para perseverar en una vía de escape, ya que dada su situación ahora, se le antojaba harto difícil.
Se aseó en su baño, procurando recuperar la imagen impecable de otras veces, y en lugar de acudir al mueble bar, abrió la puerta de su habitación. Tal y como imaginaba, en el momento que asomó un pie fuera de sus dependencias, un miliciano se interpuso en su camino.
- ¿Puedo ir a desayunar o me lo vas a traer tu?
Stanley se dirigió a su vigilante con autoridad, haciéndole dudar de su cometido; al ver la indecisión del soldado, comenzó a caminar en dirección a las escaleras, haciendo caso omiso del escollo que este representaba en medio del pasillo.
El joven armado, confundido por la decisión con la que avanzaba su vigilado, dudó unos instantes para al poco, cuadrarse, ocupando el mayor espacio posible.
- ¡Espere!
El desconcertado guardián manejó un artilugio similar a un radio, quedando, supuestamente, en espera de órdenes.
Stanley al verse retenido se detuvo, alzó la voz para interrogar a quien pudiera oírle:
- ¿Que voy a estar, a pan y agua?
- Porque levantas la voz.- El Mulá acababa de salir a su encuentro.- Parece que la resaca no te ha quitado el hambre ¡me alegro! Voy a desayunar, si quieres puedes acompañarme, tengo alguna cosa que comunicarte ahora que aún estás sobrio.
- Por lo que veo soy su prisionero, veamos cual son sus órdenes.
Stanley se aproximó al Mulá, pasando rozando, prácticamente, el arma que portaba su celador, apuntándole con el dedo, preguntó con sorna:
- ¿Este viene con nosotros? O le vale con mi palabra de portarme bien.
- ¿Portarte bien? ¿Acaso te queda otra?- con un gesto despidió al joven.- Creo que el salón lo dejaste anoche sucio, e imagino lo estarán limpiando, desayunaremos en la cocina. Yo leche, ¿tú?... ¡deberías probarla!
Dándole la espalda, comenzó a caminar, esperando que Stanley se pusiera a su par, al llegar a la puerta de la cocina, Abul la abrió, cediendo el paso.
- ¡Buenos días!- comentó Abul todavía sin franquear la entrada.- Parece ser que el hijo pródigo vuelve al redil ¿Podríamos desayunar algo?
Fausta se sobresaltó al ver la compañía que traía el Mulá, quedó quieta, sin reacción. Fátima, fue esta vez más diligente.
Acomodó dos tazas con sus cucharas sobre una mesa, acompañando, había un pequeño cesto de mimbre repleto de magdalenas del convento de las Claras.
Señalando con un movimiento de la barbilla la leche, precisó:
- Usted como siempre, con azúcar.- más locuaz que nunca, ahora preguntó a Stanley.- ¿Y a usted, le pongo café o...  algo?
- Café solo, por favor.
Levantó la cafetera del fuego colocándola sobre un aro metálico próximo a los comensales, sin esperar más, entró junto con Fausta en la despensa anexa.
Quedaron los dos hombres frente por frente, callados, quizá maquinando ambos las cuestiones a debatir entre ellos, quizá urdiendo la forma de plantearlas.
En la despensa adyacente, las dos mujeres, ponían oreja a cualquier suspiro o sonido procedente de la cocina, después de los acontecimientos acaecidos en la pasada cena estaban alerta, no pretendían perderse, ni tan siquiera, un silencio de la conversación.
Como casi siempre, fue el Mulá quien habló primero, lo hizo en tono conciliador, pero a la vez dejando claro la idea de no negociar sus puntos de vista.
- Siempre tuve presente que llegado este momento serías un problema, ahora bien, también es cierto que pensaba que tendrías la suficiente inteligencia, para saber de parte de quien empuja el viento, tu sangre y la mía son muy parecidas, aunque el reparto genético te ha sido desfavorable en lo que se refiere al sentido común.
- Creo que no esta siendo del todo justo conmigo.- se defendió Stanley.- llevo treinta años trabajando para usted. Si es cierto, como dice, esta tan cerca de la meta, algo habré hecho yo bien ¡supongo!
- Todavía no te has caído del guindo, el problema es precisamente ese, llevas casi treinta años a mi lado, y eres un vulgar sicario.- el reproche de Abul parecía hacérselo así mismo.- Has sido participe de la Obra, y no has visto mas que dinero para tus arcas.
El Mulá calló, alzó la mirada, tal si fuera a traspasar escayola, yeso y tejas, para depositar su pupila en el cielo gris de la fría mañana castellana, entrelazó los dedos de sus manos formando un escudo que recogió presionando su pecho, atenuando así, tal vez, el inmenso dolor que le producía lo que iba a decir.
- Todos esos atentados perpetrados por mis chicos, todos ellos muertos como mártires, todos tachados de fanáticos...
Las lágrimas apuntaban en sus ojos, el brillo del agua salada asomaba en su cara, era como si recordase, uno a uno, los pobres desgraciados que dejaron su vida.
- Ninguno, absolutamente ninguno, lo hizo en vano. ¡Pobres! Sus capacidades no daban para más, hubo que educarles para ello, al menos murieron pensando recabar en un paraíso.
Con dificultad, el Mulá recobró el hilo de la conversación.
- ¿No te diste cuenta? Aquellos chicos que enviábamos como soldados, ¡carnaza de absurdas guerras! Defendían ideas, creencias... de otros.- Abul no transmitía con palabras el alud  que colmaba su corazón.- Necesitábamos pagar nuestra inmunidad, abonar al dios de los hombres la forma de acabar con los sufrimientos humanos, ingresar en nuestra caja el dinero que pagara la manera de asesinar un mundo hipócrita. Mientras yo veía esto, tú contabas tu comisión.
Stanley dudaba por donde acometer al Mulá, él mejor que nadie conocía la cantidad de sacrificados.
“¿Dónde estaba el beneficio? ¿Dónde los réditos de los que hablaba este demente?”

 A Stanley se le agolpaban las preguntas en su mente, y no conseguía contestar ninguna, por otro lado, todas sus interrogantes eran tabú para su interlocutor, si demostraba ignorancia respecto al discurso del Mulá, no optaría a ningún tipo de mejora en la relación con este, aprovechó el aparente bajón anímico de Abul para intentar seducir a su especial sobrino.
- Creo que merezco una oportunidad, al menos yo, como sabe usted mejor que nadie, he pagado un peaje caro a la vida.
 La voz de Stanley era un susurro, o los dos eran muy sinceros... o los dos eran muy actores, el espía alargó su mano hasta rozar las manos de Abul, musitó.
- Perdóneme, soy su familia.
En la despensa, las dos mujeres se miraron sin verse, se expresaron, sin emitir sonido alguno. La mano de Fausta apretó con fuerza el antebrazo de Fátima, como un aviso, como un “¡cállate! cuando aún no has hablado”.
- ¡Familia!- Abul esbozó una media sonrisa.- Los lazos de sangre son efímeros, solo se crean nudos de afecto en la infancia, y ahí... ahí nosotros no atamos nada.
- Mulá.- Stanley veía derivar la conversación fuera de sus propósitos e intentó canalizarla hacia ellos.- Estoy dispuesto para usted, para su Obra...
El estado de debilidad sentimental del Mulá Abul desapareció, en su retina saltaron destellos áridos y su palabra encontró la senda lacerante de las lanzas medievales.
- Perfecto, eres perfecto en tu papel. ¿Quieres ayudar? Tenemos dos formas para ti, la mas cómoda es darte un tiro y presentarte en sociedad como el bastardo del modo de vida occidental: hijo de gobernador y turista calentona, disfruta de una vida plena en deleites: drogas, putas,  alcohol... todo pagado con dinero del contrabando de personas, un amanecer alguien lo dispara y hace justicia, fin. ¿Imagínatelo en pantalla con música? Seguro reforzaría la moral de los infortunados de las plazas.
Esa opción, sin duda, a Stanley le servía de poco, tuvo que hacer un gran esfuerzo por contener su genio, la sola mención de su madre, y con ese trato más, le hería el alma. Tenía que contenerse, la segunda opción era la que el Mulá pretendía llevar a cabo. ¡Esa debería ser su oportunidad!
- Creo que aunque no la conozca me va a interesar bastante más la segunda de las posibilidades.- Diríamos que hasta sarcástica, sonó la voz de Stanley.- ¡Dispare! Con la boca, por favor.
- Grabaremos en video tu confesión.- Abul hablaba lento y bajo, marcando cada una de las silabas.- Todo el oficio que has realizado durante este tiempo conmigo y antes, con ellos. Vestiremos tu historia de lucha por tu vida, salpicaremos con su propia mierda a las empresas, gobiernos, creencias... a todos aquellos que han usado nuestros servicios. ¡Tú! De primera mano, darás los nombres de los diablos que habitan el infierno llamado tierra. Esa confesión, por antena, la conocerán millones de personas y será el descabello definitivo para esta sociedad.
  La roja cara de Stanley estaba lívida, pretendía hacer mil reproches y no era capaz más que de producir un inaudible tartamudeo.
- ¿Cuál es la elección?- El Mulá lo apremió.
- Estoy muerto ¿verdad?- solo el espíritu de supervivencia mantenía la pose de Stanley.- Da igual lo que haga, mi fin es el mismo.
Abul comenzaba a temer sobre el desarrollo de la elección, si bien para la primera no necesitaba el consentimiento de su tío, la segunda es la que reportaría más beneficios a su Obra, y en esa, si le necesitaba como partícipe.
Cedió una salida.
- Si colaboras, tendrás la suficiente autonomía económica para desaparecer y vivir como tú quieras, mejor dicho, morir despacio, con tus vicios, sin nadie que se inmiscuya.
- ¿Pero que pretende? Si yo aparezco en un video en televisión largando ¡mi cabeza es una diana! Nadie  podrá nunca protegerme.- Stanley exaltado, trataba de razonar.- Yo lo que le ofrezco es una salida, un escape para usted. ¡Tengo contactos! Sería cuestión de estudiar la forma de desmarcarse de la situación.
Abul se levantó de la mesa, caminando hacia la salida, reparó en la puerta entreabierta de la alacena, mirando a las dos estupefactas mujeres, sentenció:
- Escoge pronto, no quiero elegir yo.
fragmento XXX
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