jueves, 25 de noviembre de 2010

los nudos del hambre

EL MULÁ ABUL
 Fragmento VI
Era español, de Córdoba. Abul, apenas recordaba su niñez, los recuerdos eran vagos, inconexos, sin centrarlos en ningún lugar concreto. Él era el solitario hijo de un joven comerciante cordobés, fruto del matrimonio de este con una mujer árabe. Su padre, cristiano por la costumbre familiar, no tuvo excesivos reparos, para renunciar a su religión. - Solamente una condición.- anunció el Emir Yosuf, abuelo de Abul.- Mi hija es musulmana, solo la entregaré, a un hijo del Islam. Poco problema era eso, estando tan enamorado, que más da que divinidad bendiga la unión.  Así, a partir de ese día, a Córdoba, procedente de oriente medio, llegó, la cuarta hija del Emir Yosuf, y, además, llega con una buena dote, que sinceramente, le vino muy bien al padre de Abul, ya que si bien, a él no le importó el cambio de creencias, a su padre,  viudo, poderoso y acaudalado, si que le molestó.   En una España en la que entonces, el Caudillo lo era “por la gracia de Dios” y su territorio era reconocido, por las más altas esferas eclesiásticas como “la reserva espiritual de occidente”, era de entender, fuera de lo normal, que el consuegro del Excelentísimo Gobernador de Córdoba, se llamara Yosuf.  -Y todavía, tendrán un hijo, y lo llamaran Muza, ¡no te jode!- solía decir, a sus amistades, el abuelo español de Abul. Lo verdaderamente malo de ese enlace, ocurrió, transcurridos cinco años. La pareja, volvía de Madrid, uno de los muchos viajes que realizaban a la capital, bajando el puerto de Despeñaperros, en la cuarta o quinta curva, su coche, chocó contra el quitamiedos... La mujer, falleció en el acto, el hombre, dicen, tuvo tiempo, para abrazarla. La misma noche, los padres de Abul, fueron llamados por el dios de turno. Así, de un plumazo, se quedó huérfano. ¡Huérfano con tres años!  Su abuelo español, el Gobernador, acaso, comido por la mala conciencia, quiso hacerse cargo de su nieto. - ¡Como yo digo!- se justificaba, no se sabe bien por que.- ¡Es sangre de mi sangre!, Y quieras que no, eso tira. Abul, nunca sabrá si era eso, o simplemente, que en el sepelio, se enteró, que su otro abuelo, era moro sí, pero Emir, y con mas capital que diez gobernadores católicos juntos.  El Gobernador y el Emir llegaron pronto, a un acuerdo, los dos se hicieron cargo de los gastos del niño, los dos se comprometieron en su enseñanza y educación, pero, ambos, de lejos, sin que les afectaran en sus quehaceres. Egoístamente, ninguno de los abuelos renunció a su parte de nieto, de cara a la galería, los dos, fueron magnánimos, pero, a la personita, solo faltaba, que la hubieran partido en dos pedazos, la parte católica y la parte musulmana. Los siguientes dos años, el pequeño, continuó viviendo en la ciudad española, eso sí, en una rica casa, donde no le faltaba de nada y con una verdadera legión de domésticos a su servicio.
 En lo que sí pusieron, los abuelos, verdadero empeño, fue en la elección de una aya. No hubo forma humana de ponerlos de acuerdo: Que sí musulmana..., que sí católica..., que sí española..., que sí árabe... Imposible. ¿La solución? Fácil, salomónica Dos ayas, una por cada abuelo. Convivirían con el niño siempre, las dos. No solo esto era extraño en la educación del muchacho, una vez que transcurrieran un par de años, Abul, y su sequito, alternarían seis meses de estancia en Córdoba con medio año residiendo en Amman, donde el Emir le otorgó una mansión árabe. Por lo tanto, el chaval, recibía desde su más tierna infancia, enseñanzas y crónicas desde dos perspectivas, desde dos formas muy diferentes de ver la misma realidad. Cualquier persona en su lugar, es fácil que sostuviera un conflicto interior, pero, Abul no, no solo no le complicó la vida, sino que sacó partido de todo ello. A medida que los años pasaban, el personal que se ocupaba de la enseñanza de Abul, se daban cuenta de la inteligencia superior, fuera de lo normal, que demostraba. Rápidamente, los profesores se quedaban desfasados, y había que sustituirlos. Para eso, bastaba una llamada de cualquiera de las dos ayas a sus respectivos patrones. Inmediatamente, un profesor de nivel superior al anterior, se presentaba para quedarse, siempre y cuando el nieto diera su aprobación, esta, solo se basaba, en que fuera capaz de hacerle aprender cosas nuevas.   El niño no tuvo tiempo de encapricharse con ninguno de sus profesores, exprimía los conocimientos que pudieran mostrarle y pedía otro. Todos el mismo camino, todos… ¡todos no! Hubo uno, de los primeros, con el cual si se encaprichó, Abdel, ni tan siquiera era su profesor, realizaba trabajos en la casa de Córdoba, lo mismo podaba un seto que reparaba una tubería, pero cuando el niño Abul coincidía con él, se les pasaban las horas muertas contando y escuchando historias, casi todas árabes. Este hombre y las dos ayas junto con su amigo, Jacobo Dávila, serían los únicos recuerdos de infancia alegres de Abul. Abdel, una mañana dijo tener que marchar por razones personales, con Jacobo perdió la relación con tanto cambio de residencia, las dos ayas con el tiempo, poco a poco, desaparecerían de su vida, de una vida que iba muy rápida para él y con un ritmo normal para los demás mortales. Abul, el adulto, dejaba atrás todo.    No es de extrañar, que antes de cumplir treinta años, disfrutara de tres doctorados, economista, médico cirujano y ciencias políticas. Estando en todos ellos, entre los mejores de su promoción. Su inquietud interior, y el manejo de dinero fácil, seguramente, hicieron de Abul, un perfecto inconformista, siempre preguntándose sobre el interior y el exterior de, da igual que tipo de asunto.  La observación del mundo árabe, bajo su propio prisma, le hacia, no comprender, el por que de la no evolución del pueblo islámico.  Comparándolo con la civilización cristiana, no era capaz de ubicar, el momento, en que comenzó la recensión musulmana. Las “babas” que se echaban unos clérigos a otros, no eran sino boomerang de ida y vuelta: Las dos religiones mataron y persiguieron en nombre de su dios, las dos invadieron otros pueblos, para llevarles la fe verdadera, ambas trataron a la mujer como un ser humano inferior, ¡las dos! Tienen ramas separadas dentro del mismo credo.



Pero, un día, el progreso occidental separó el poder del Estado del poder religioso, y poco a poco, algunos, se dieron cuenta de que Dios no manda matar ni perseguir, ni mucho menos morir por Él. Abul, intentaba, comparando la historia de las dos religiones, como los cristianos, que hace algunos siglos, encontraban bañarse de poco machos, ahora poseían el futuro. Y el mundo musulmán, que debería ser el dueño de la energía que mueve el planeta, se debatía entre la miseria y la opulencia. Las razones de los occidentales creía comprenderlas, las árabes no. Su paso, por la universidad de Oxford, el conocimiento de algunas teorías islamistas, sembraron el desconcierto en sus convicciones, antiguos compañeros, estaban luchando en Afganistán, contra la ocupación rusa, él era médico, ¿por qué no podía ir?, Seguro que no dispararía un solo tiro, y allí, entre ellos, quizá, alguien le diera una respuesta. Pocos, escasos conocidos encontró en aquella contienda, pero las casualidades de la vida le llevaron a reencontrarse con su único amigo.  El único y singular niño con el que jugó allá en su Córdoba natal, Jacobo Dávila. Le atendió por un rasguño de bala sin importancia, comentó algo sobre un trabajo de corresponsal pero, él siempre estuvo seguro que su cometido no era ese, el transcurso de los años le dieron la razón. El atrevido joven ejercía de correo entre las fuerzas afganas lideradas por Masud y los países occidentales. Seguramente está operación le ayudó a forjar un gran porvenir profesional, ya que con el transcurso de los años, llegó a ser el director general de los servicios secretos españoles, gracias a ello, tendría un papel de vital importancia en la Obra que se estaba gestando en la cabeza de Abul  Al igual que cuando eran crios, una noche compartieron sueños, ideas, soluciones utópicas para este mundo de descerebrados ¡Qué cerca parecían estar! ¡Qué lejos se encontraban!

fragmentoVI


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