jueves, 29 de septiembre de 2011

los nudos del hambre


LA EXPLOSIÓN

FRAGMENTO XLVII

El coche había sobrepasado ya las primeras calles del pueblo, la niebla y el frío tomaban los cristales, la calefacción y la ropa de abrigo, hacían sudar al Moro.
Justo salir del pequeño paso subterráneo que salvaba la línea ferroviaria, cuando desembocaba frente al templo cristiano que vigila el puente que lleva su nombre, encontró la retención, varios automóviles eran parados y desviados hacia otra entrada alternativa por la policía, los agentes explicaban a los coches anteriores los pormenores y Omar se dispuso a esperar su turno.
Gotas de humanos que se unen y se dispersan, como las que se forman en el cristal un día de lluvia: de la nada surgen goterones, estos se transforman en regueros, que desembocan en otros goterones, aún más grandes, para que súbitamente, vuelvan a convertirse en unos regueros mayores, y así, sucesivamente.
Algo similar a una cencellada, daba una extraña belleza a la imagen, bajo un áurea cristalino y refulgente, siluetas andantes envueltas en abrigos, caminantes anónimos resguardados bajo tabardos, parkas, pellizas, mantas...
Protegidos, tapados los oscuros peregrinos, que espontáneamente ocupaban un lugar en la cola, una fila al final de la cual encontrarían, dignidad, comprensión, igualdad, integración.
Los ojos de Omar repararon en alguien en singular, un bulto, una persona rompía el caos ordenado de humanos y, tal vez perdido, descentrado, ocupaba el centro del puente, miraba la muchedumbre que abocaba de la calle principal y, desconcertado, giraba sobre si mismo, buscando orientarse.
 La faz del personaje se mostró difuminada a la luz de las farolas, el vaho acumulado no permitía al Moro reconocer la cara asombrada de Alfred.
 Con la bocamanga de su tres cuartos, Omar, abrió un circulo en el parabrisas:
- ¡Cabrón! ¡Es el espía!
Empujó la puerta del coche, con grandes zancadas descompensadas, corrió para atraparlo, su mente circulaba aún más aprisa.
“¡Maldito traidor! El Mulá no merece esto, ni Gamal, ni Fausta, ni ninguno de todos estos desgraciados lo merece”
Los brevísimos instantes, en los cuales, los dos hombres cruzaron la mirada, solo encontraron miedo.
Alfred Larsson en un acto reflejo, venció su cuerpo al lado opuesto del ataque de la bestia, Omar atenazó, firmemente con sus manazas, los hombros de su adversario, paralizándolo, adosados ambos, comenzaron un baile de improperios y blasfemias, una danza letal que apenas duró unos segundos.
Por un momento, tal que iluminados en un macabro escenario por un cañón de luz, se encontraron solos, rodeados de gente pero, como toda su vida, solos, conociendo ambos, que iban a morir en la más patética de las soledades.
Mientras Omar, con el antebrazo, trababa el cuello de Alfred, su mano izquierda presionó el detonador del cinturón...
Un par de corazones explotaron por los aires, dos seres baratos cercenaron su existencia...
Un fogonazo, un estruendo seco que colmó de silencio las calles...
Dos cuerpos, mutilados y muertos.
El mundo se detuvo en Medina del Campo.
Vertiginosamente después:
Alaridos, carreras, llantos...
Un enjambre de personas gritando, volvía sobre sus pasos, ciegos de pánico chocaban, pisaban, empujaban, derribaban a otro avispero humano, que buscaban su escape de igual forma.
Chillidos, golpes, atropellos...
Apenas diez minutos después de la detonación, las calles estaban vacías, ocupadas por cadáveres dispersos, recogidos sobre si mismos cual ovillos, tirados en los lados de la calle, pateados, abandonados sin vida...
Seguramente, cuando los nervios sean menos, cuando la pena venza al terror, cuando la desesperación por la perdida de seres queridos, haga volver a las personas necesitadas de esperanza, haga volver a las otras, aquellas encargadas de restaurar el orden...
Entonces se podrán contar los muertos, dos por la bomba, decenas por el pavor.

fragmento XLVII

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