jueves, 21 de abril de 2011

los nudos del hambre

SICARIOS DEL AMOR II
 FRAGMENTO XXIV

Una vez que hubo comido, Omar se dirigió a su cuarto para ofrecer sus oraciones, lo hacía por costumbre ya que nadie obligaba a nadie a seguir unos mandatos o trazados, El Mulá nunca le dijo nada, pero tampoco objetaba ninguna pega a las oraciones que Fausta enviaba al otro dios.
El Moro estaba expectante por que tenía claro que los hechos debían de sucederse, si la Obra había comenzado, estaba seguro que él no iba a quedarse en la cija contando ovejas.
No se centraba en sus rezos por lo cual, sin ningún remordimiento, los dio por terminados, tumbándose en su cama en busca de una reparadora siesta.
Quizás no transcurriera ni diez minutos, la puerta de su alcoba se abrió y Abul lo llamó.
- Omar, te aguardo en el garaje.
Prácticamente brincó de la cama, se ajustó los cordones de las botas y salió corriendo en pos del Mulá, al cual dio alcance antes de que hubiera salido de la casa, lo acompañaba Gamal, los tres en fila y en silencio se encaminaron a las cocheras.
Cuando faltaban apenas seis metros, El Moro se adelantó y abrió la puerta, se dispuso abrir de par en par el portón por donde debían salir con el automóvil.
 Un gesto de la mano de Abul lo detuvo.
- Mejor pasemos dentro, tengo que hablaros.
Fue el último en traspasar la puerta y tras él la cerró. El líder descansó su mirada en su pareja de hombres y sonrió convencido de ellos, se acercó colocándose en medio de ambos y pasó amistosamente sus brazos por encima de los hombros de los soldados.
- Así, como si nos uniera un yugo deberemos de estar. Así, todos los hermanos que vamos a cambiar este podrido mundo, Así...
Quedaron callados compartiendo pensamientos, propios y extraños, comunicando silencio... por que cada cual sabía su rol, héroe de conceptos, héroe de consignas y héroe de acción, momentáneamente se fundieron en un espectro en el cual la sustancia pertenecía al Mulá y la materia la ponían los dos proletarios de ideas ajenas.
Abul les soltó y se colocó frente a ellos
- Omar, quiero que escoltes a nuestro hermano Gamal a Madrid, a Las Rozas, allí se pondrá en contacto contigo algún hermano de la Obra, te llamara a este móvil, solamente vendrás aquí una vez finalizada la misión, ¡no admito que te sigan! Ni ahora, ni cuando vuelvas. El siguiente paso del guión lo han de dar Gamal e Ismail.
El gesto del designado se relajó cuando escuchó el nombre de Ismail, el Mulá cortó de cuajo cualquier relajación.
- ¡Gamal Said! Desde este momento no conoces a Ismail, y desde que Omar te deje en tu destino, tampoco lo habrás visto nunca ¡comprendido! Como te adelanté, solo harás caso a tus asesores y no olvidéis que estamos ante un... ¡código letal!  Ahora vete a tu habitación y ponte guapo, vas a salir en la televisión.
Omar y El Mulá quedaron solos, este abrazó al Moro, con voz entrecortada le susurró.
- Omar ¡ya hemos llegado! Falta tan poco para el éxito que siento vértigo.


Separó su cuerpo y limpió sus lágrimas con el reverso de la manga, Abul, de nuevo, se encaró con su protegido.
- Quiero que hoy sea para ti un día santo, igual que lo es para mí, Moro te voy a pedir que hagas este esfuerzo por mí, por la Obra, por el Campo, por todos esos muertos de hambre que hemos puesto en la vida,  por los que se nos quedaron entre las manos, Omar, no es ridículo lo que te voy a pedir.
Avanzó hacía un pequeño lavabo ubicado dentro de la nave, señalando el interior con su índice, Abul le suplicó, le ordenó.
- Si fuera necesario... si tuvieses que... inmolarte... me gustaría que te pusieses ese turbante negro, es un recuerdo de Afganistán, para mí... ¡es muy importante!
Omar le miró fijamente, no pronunció palabra alguna y entró en el aseo. Sabía cual era un “código letal”, comprendía lo del turbante negro, si llegara el caso, la policía le tomaría por un talibán y la confundiría un poco más, protegiendo así la Obra. Todo esto ya lo sabía o lo imaginaba, por tanto, no era mucha su preocupación. Haría lo que tuviera que hacer según se dieran las circunstancias.
Desde el interior, Omar, intentó bajar el grado de presión que parecía contener el encargo.
- ¿Cree que será necesario ayudar a Gamal?
- Quiero pensar que no, deseo fervientemente que no haga falta su martirio, pero debo avisarle, igual que a ti, cuando hable en televisión, él se convertirá en el único cabo suelto de la operación y, supongo, los servicios secretos querrán tirar de ese cabo.
- ¿No confía en la entereza de Gamal?
- Omar, sometido a lo que pudieran llegar a hacerle, no me fiaría ni de mí mismo.
fragmento XXIV


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