jueves, 19 de mayo de 2011

los nudos del hambre

¿HEREDERO?


FRAGMENTO XXVIII

Los ojos de León se retaron con los del Mulá Abul... ¿qué hay de verdad en esto?
Fausta y Fátima se retiraron juntas a una habitación contigua más pequeña donde conversar tranquilas, el Mulá así lo dispuso, estaba claro que necesitaba una conversación con León.
- Antes te llamé amigo.- comenzó.- Y amigo no es una palabra que yo regale, no lo hice por tu defensa, que la agradezco, lo hice por que lo siento de veras.
- No tiene por que explicarme nada, entendí que ese hombre le estaba faltando el respeto y que podía ir a más, en ese momento me salió así y... actué.
León se sentía incomodo después de las palabras de Stanley, sabía perfectamente que Samuel daría, si hiciese falta, la vida por él, pero no le gustaba que el Mulá sospechara nada de esto, su amigo era el responsable de la seguridad y mano derecha de Omar, por tanto, el Mulá era el principal de sus cargos, la refriega anterior descubrió a cualquier buen observador el orden de prioridades del escolta, en lo alto del podio estaba él, León, abajo los otros.
- Sé que no tengo que explicarte nada.- el rostro del Mulá estaba serio, como queriendo dar trascendencia a sus palabras.- Escúchame atentamente, yo soy el creador, el hacedor, el responsable... el único capaz de forzar a cualquier gobierno del mundo desde un establo de ovejas, solamente con haberlo deseado, y sin tener que hacer siquiera acto de presencia, he puesto patas arribas el estado español y, atención, hoy me darían todo lo que pidiera por solucionarles el problema pero mañana, me ofrecerán lo posible y lo imposible y, pasado... pasado me ofrecerán sus vidas, incluso las vidas de sus seres más queridos para que acabe con sus desvelos.
Abul calló, cortó en seco su discurso y fijó sus pupilas negras en el rostro de León, bajó la mirada recorriendo su cuerpo sentado, se detuvo a observar sus fornidos brazos, su ancho pecho, y su fortísima pierna, capaz de aguantar su peso y el de otro hombre a cuestas sin resentirse un ápice, luego, hizo el recorrido inverso para detenerse de nuevo en sus ojos, avanzó hacia él y con el dedo índice le toco en la frente, no le acarició, le golpeó con su dedo dos veces y levantando la voz le dijo:
- ¡Despierta! Yo tengo todos los musculosos brazos que necesite y más, pido voluntarios de rápidas piernas, y tengo que espantar a los que me sobran, ¡cientos, miles de personas! Sin tan siquiera conocerme, morirían en mi nombre ¡Se considerarían afortunados! Pero...
Abrió la mano, la que con su dedo índice antes, le golpeó, abrió la mano abarcando con ella la frente, ejecutando un movimiento ascendente, subió por la cabeza mesándole el rizado pelo hasta concluir en la nuca, enredando los dedos en el cabello fosco, presionando con las yemas, llegando a provocar un ligero dolor. El tono del Mulá ahora era casi un susurro
- ¡Es esto lo que yo quiero!- dijo refiriéndose a su cerebro.-  Aquello que no dispone casi nadie, ¡tú eres un privilegiado!, tienes inteligencia de cuna y... yo... ¡Yo la he cebado! Te he preparado para ello ¡tú eres yo! Solo tu podrás tomar mi testigo cuando sea necesario, y tenlo seguro, quieras o no...
La puerta entornada de la habitación contigua había dejado oír prácticamente toda la conversación, dentro, Fausta y Fátima, con los ojos muy abiertos, ponían cara de circunstancias.
El teléfono sonó dentro del bolsillo de Abul, ya conocía el origen de la llamada, dando un capón cariñoso en la testa de León, abandonó la habitación con un simple:
- Nos vemos.
La melodía del móvil se cansó, el silencio, otra vez, se apoderó del corredor que conducía al despacho.
Una vez cerrada la puerta con llave y acomodado, marcó el número del Moro, casi al instante la voz grave de Omar le recibió, demostrando estar más pendiente de esa llamada que de su existencia.
- Ya está, todo perfecto.
Así de conciso, así de breve. La noticia esperada.
El Mulá sonrió para sí, satisfecho, de la misma forma impersonal y robótica contestó:
- Ve donde otras veces, seguro que te llamaré.
- ¿Hay alguna posibilidad de evitarlo?
La voz de Omar sonaba compasiva y apesadumbrada, la respuesta de Abul segó todos los tintes piadosos.
- ¡Estás hablando de más! Puede haber ropa tendida.
El diálogo se cortó en ese momento y el Moro tuvo claro que su dios había colgado, suspiró resignado, arrancó el coche, continuando su marcha hacía el piso de Madrid donde tendría que ubicarse hasta el momento X.
Dentro del automóvil, su conciencia regateaba a su obligación, más penas, más sangre, más dolor...
No lo entendía, otras veces, percibía el motivo, quizá tan pequeño, que lo consideraba desproporcionado, pero, en esta ocasión, si la orden no viniera del Mulá, y no la hubiera oído con sus propias orejas, si, tal vez, no hubiera tenido la oportunidad, anteriormente, de intentar parar la operación... El Mulá fue muy explícito.
- ¡Código letal!
La brigada antiterrorista en una situación límite, y esta lo era, recurriría hasta la tortura en busca de información, al menos así lo creía el Mulá y también él, pero Gamal era ducho en situaciones peligrosas y estaba seguro que lograría salir con bien.
Por otro lado, no se podía comprometer el futuro de la Obra a un momento de debilidad de nadie.
Al Moro le dolía el alma, si en algún momento olían el tufillo a “secreta” la suerte estaría echada, sin vuelta atrás.
Comenzaba a entender el porqué no decir a Gamal que su hermano Samuel había estado bajo su propio techo.
fragmento XXVIII
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