jueves, 9 de junio de 2011

los nudos del hambre

EL CLAVO ARDIENDO
 FRAGMENTO XXXI

La nerviosa calma que pululaba en las oficinas de la Inteligencia española, servía para centrar a sus ocupantes en la tarea encomendada por su jefe, mas que un trabajo rutinario parecía tratarse esta vez de un ultimátum, la amenaza velada de otras veces sobre la falta de información o carencia de detenciones en algún caso, no correspondía con la crispación observada esta mañana en el mandamás de la oficina, por todos era conocido el equilibrio y sosiego que este hombre mantenía en las situaciones más crispantes y precisamente por eso, la tilde de su voz y lo acerado de su mirada, habían puesto en guardia sobre las represalias posibles sino aparecía, pronto, algún hilo del que tirar.
Delante de la pantalla de su ordenador, la eficiente secretaria de gafas gruesas, manejaba cientos de informaciones restringidas, el acceso a las bases de datos de la guardia civil, policía española y autonómica, incluso, las fichas guardadas por la INTERPOL, no daban, apenas, referencia a los personajes buscados.
El pequeño altavoz de su mesa que conectaba con el despacho de su jefe volvió a tronar con la consabida pregunta.
- Señorita, ¿sabemos algo?
La mujer miró por encima de sus gafas el maldito dispositivo y cargándose de paciencia repitió, por enésima vez, la misma respuesta:
- Estamos en ello, señor. De momento, no hay novedad.
En el despacho contiguo, el hombre responsable del departamento, se devanaba los sesos, al mismo tiempo retorcía sus dedos unas veces, otras apretaba sus nudillos, produciendo ese “crac” tan característico que se escucha al forzar las articulaciones, ese “crac” que ponía de los nervios a su mujer cuando esta le oía en el salón de su casa, mientras intentaba concentrarse en un crucigrama o en un estúpido programa de la tele, era un tic, sin duda, algo que utilizaba su subconsciente cuando su cerebro no encontraba la lógica del asunto que tuviera entre manos, un mecanismo de aviso para decirse a si mismo que no tenía ni pajolera idea del tema.
Con su mano derecha activó, de nuevo, el telefonillo.
- Señorita, por favor, podría venir a mi despacho.
Había luchado por modular el tono de la voz, sabía que su palabra se escuchaba agria y seca, desde luego, no era su intención abroncar a la única persona que hasta hora había arrojado alguna hipótesis, confundida o no, era lo que tenían.
- Traiga los papeles de los perfiles de esos elementos.
- Enseguida, señor.
La mujer recogió unos folios emborronados por la impresora en los que se daba fe de lo que ella ya sabía.
¡No tenían nada!
Conjeturas absurdas, historietas sin pies ni cabeza.
Con los ojos cerrados y las palmas de las manos soportando su nuca, de espaldas, ejerciendo un poderoso autocontrol para que su voz no se alzara, el hombre hizo participe a su secretaria de sus dudas.

- ¿Cómo es posible que no tengamos nada? El ministro del interior está “cagao”, el presidente se va de vareta, yo, yo los tengo de corbata...
Girando su silla, su demacrada cara se enfrentó con la mujer.
- Disculpe mi lenguaje, me siento un tonto guiando un ejercito de agentes inútiles.
Respiró hondo, como cogiendo fuerzas.
- Siéntese. Quiero que me lea su informe, incluso con las notas al margen que haya puesto. Quiero que se siente delante de mí y repasemos, palabra por palabra, lo poco que tengamos.
El hombre de las ojeras esbozó un amago de sonrisa, intentando crear un ambiente, un pelín mas relajado.
Ambos sabían que era tontería dar más y más vueltas a lo exiguo que tenían, el intento de  encontrar una aguja en mil pajares no servía, ni siquiera, para olvidarse del reloj, el día había transcurrido lánguido, moroso, como si la noche tuviera que masticar para tragarse la claridad.
El único dato nuevo, reseñable, era el seguimiento al taxi que condujo a Gamal del aeropuerto al hotel, como estaba escrito en el informe, el susodicho pernoctó en Madrid, para la mañana siguiente volar rumbo a la capital de Jordania, el conductor del coche desapareció sin dejar ningún tipo de pista ¡quien coño se iba a preocupar entonces del paradero de un taxista!
La tarde en Madrid tocaba a su fin, hacía tiempo que la luz eléctrica iluminaba la calle y con ella alargaba las sombras de los hacinados bajo el techo celeste, la sensación de los de abajo, no debería ser muy distinta a la que sentían la extraña pareja recluida en el despacho de inteligencia. El ahogo y la carencia de espacio de los manifestados, podría compararse con la claustrofobia generada en la gran habitación, ocupada solamente por dos personas, las cuales llevaban casi veinticuatro horas respirando su propio oxigeno, reciclado un millón de veces, mezclado con las cortinas de humo formadas por las decenas de cigarrillos encendidos y consumidos, unos agotados en el cenicero, sin apenas ser aspirados, otros, los más, mandando sus ponzoñas directas a los pulmones del jefe de la seguridad y de su secretaria.
Parecían sentirse culpables de algo, un mínimo rastro, algún dato idiota que no hubieran comprobado ya cien mil veces...
Volvían, una y otra vez, volvían a repasar para nada, solamente paraban los escasos segundos que tardaban en encender otro cigarro o en tomarse el enésimo Termalgin, al menos, el martilleo que sentían en las sienes les hacia creer que estaban intentando remediar algo.
El reloj digital de la oficina marcaba las veintidós dieciocho, el hombre estaba pensando decir a su secretaria que se fuera a casa, él seguiría un poco más, con la esperanza, eso sí, que ella no aceptara, se encontraba tan sumamente solo, que el olor corporal de algún ser humano le bastaba para sentirse menos desalentado.
Se levantó dirigiéndose a la ventana, atisbó entre las persianas de plástico los seres de su raza que se acomodaban enroscándose, apoyándose, juntando cuerpo contra cuerpo en un intento de resistir el frío, de amilanar las ausencias, de escapar al miedo... ¡entre tanta gente!... ¡cuanta soledad!
Las dos personas dieron un respingo, el estridente sonido del teléfono corto la venenosa atmósfera de la habitación.
El hombre intento coger el aparato, pero la secretaria más acostumbrada, robó, literalmente, el auricular de las manos de su jefe.
- ¡Si, dígame!
- Al habla el oficial Alaguero ¡póngame con el Inspector, es urgente!
El llamado, por medio del manos libres, ya estaba escuchando la conversación y voceó sin ningún tipo de reparo.
- ¡Hable Alaguero! Por su madre ¡hable!
- ¡Ponga la televisión, el CANAL108! Está hablando Gamal.
Milésimas de segundo con el cerebro en blanco fueron suficientes para despabilar el desanimo del inspector jefe, enseguida, como golpeado por un látigo, comenzó a preguntar y repartir ordenes, poseído por el demonio de la esperanza.
- ¿Cuándo ha sido la aparición? ¡Pónganse en contacto con el canal inmediatamente! ¿Que coños es lo que ha dicho?
El interlocutor trató de dar respuestas con tanta rapidez que quedaron atropelladas unas con otras dentro de su laringe, solo acertando a decir, a gritar mejor:
- ¡Ahora mismo está hablando!
- ¡Llévese dos hombres y deténgalo! Rápido el programa es en directo.
- Si en directo y con una audiencia de cerca de ocho millones ¿cortamos la emisión?
La mente del hombre al mando intentó imaginar las consecuencias de un corte de emisión, máxime cuando en todas las plazas ocupadas existía una macro pantalla emitiendo el puto CANAL108, los segundos transcurrían y no era capaz de dar una orden tajante, volvió su mirada buscando la solución en los ojos encorsetados tras las gruesas lentes de la mujer.
Ella, como si esperara esta reacción, apuntaba con su dedo índice la pantalla de la televisión.
Sobre imágenes rebuscadas de las aglomeraciones, postales de dramas, escenas de pena, fotogramas agrios de miserias humanas...
Un recuadro pequeño, dentro, la faz seria a la vez que vehemente de un hombre joven, un hombre que hablaba de derechos, de esperanzas, de remedios... un hombre situado al lado de los débiles, de los desposeídos, de los inútiles económicos...
En la parte inferior de la pantalla, con las consabidas letras amarillas fosforitas, un nombre y una misión.

“GAMAL SAID, el profeta del Iluminado”

De nuevo el jefe volvió su cara sin articular palabra, otra vez la mujer estaba esperándole, ahora sin gestos, ahora se dirigió a la ventana situada sobre las cabezas de la mal llamada chusma, la abrió, a la vez que se colaba un aire nuevo y frío, entró con todo el fragor la ovación que los malditos dedicaban a Gamal, su rostro, su hombre, su clavo ardiendo.
El jefe habló reposado, casi abatido, pero muy firme.
- Alaguero, coja los hombres que necesite, ocupen el plató con la mayor brevedad y  discreción y... a la mínima oportunidad.- ahora si ¡Ahora si que explotó!- ¡Tráigame a ese hijo de puta!
fragmento XXXI
LOS NUDOS DEL HAMBRE puedes comprarlo (7.50€ +gsatos envio en www.lulu.com  


INDICE
 http://fecarsanto.blogspot.com/p/los-nudos-del-hambre_02.html