jueves, 7 de marzo de 2013

El viento de la Guareña

¿Y yo que se ?: relatos del viento: EL VIENTO DE LA GUAREÑA SOLUCIONES POLÍTICAS El cotizado presentador de televisión,  especialista en manejar las entrevistas de tal fo...

domingo, 3 de marzo de 2013

relatos del viento


EL VIENTO DE LA GUAREÑA
SOLUCIONES POLÍTICAS
El cotizado presentador de televisión,  especialista en manejar las entrevistas de tal forma que sus interpelados sacaran todo lo bueno y lo malo que llevaban dentro, había concertado a modo de encuentro previo, una comida distendida con los dos protagonistas más solicitados del momento. Igual que hacía otras veces; los llevaría a su pueblo, y en el bar de su cuñado, después de un cocido entre maragato y madrileño que según él mismo, su hermana preparaba como nadie, tomarían un café y unas copas para desatar las lenguas. Así, de cara al debate televisado, advertiría “de qué pie cojeaba” cada uno.
 Para él, era otra muesca más en su larga serie de exclusivas impensables. Enfrentar a los dos posibles futuros amos de los próximos gobiernos antes que nadie, era un buen tanto para su prestigio. En cuanto a cualquiera de ellos, suponía, de salir ganador en la confrontación con su antagonista, el espaldarazo definitivo para alcanzar el éxito en sus ya meteóricas carreras políticas, no en vano, el programa de Ernesto Agudo, triplicaba en audiencia a cualquier espacio que pretendiera hacerle sombra.
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No fueron ni mucho menos a un restaurante de boato, la reunión tuvo lugar en una tasca de pueblo para salvaguardar, según expresó Agudo, la intimidad y el secreto ante otros periodistas, siempre a la caza de noticias trabajadas por ajenos.  En un cuarto adosado al bar, separadas las estancias por una cortina de tela gris, sobre una camilla humeaban los cafés de los tres reunidos. Bonifacio Diestro y Benedicto Zurdo, que así se llamaban los invitados, confirmaron las excelencias culinarias que les había adelantado su anfitrión y celebraron la buena elección de este, no solo por la comida, también por la privacidad que los había dejado mostrarse tal y como eran, sin ningún tipo de corsé mediático.
Tras ellos, una mesa pequeña con encimera de mármol rodeada por cuatro sillas de metal y fornica, aparecía bajo la luz de una ventana. Encima de ella, una baraja y un tapete verde.
La cortina se abrió y entró un hombre ya mayor, tenía la boina embutida en exceso, lo que obligaba a su pelo blanco a remontarse en graciosos crespos. Unas gafas redondas, cuya montura de metal ya amarillento señalaban su antigüedad, le alegraba las facciones regordetas y sonrosadas. Sin preocuparse en mirar siquiera a los ocupantes, saludó y fue derecho a sentarse frente a la ventana.
―¡Güenas tardes los de Dios! —como si fuera una necesidad perentoria, observó con atención las nubes tras el cristal y sentenció. Vié el aire de la Guareña, ¡qué jodío! Se va´priparar ¡anda que se pripara!
El cuñado, propietario ya la vez camarero de la taberna, asomó tras del vejete y con cariño le dijo.
―Pacuco, ya te tengo servida la palomita ahí fuera, señaló a los de la camilla, hoy tengo la sala ocupada con estos clientes, ven conmigo que va ha deshacerse el hielo y se te va aguar el anís.  ¿Te llevo las cartas para que te entretengas?
Pacuco miraba fijo al cielo y parecía que la conversación no iba con él. El camarero, algo avergonzado se acercó a los otros ocupantes, movió en circulitos su dedo índice sobre su propia sien para que entendieran el problema del abuelo.
—No te preocupes cuñado, ya le conozco de otras veces —con un guiño de ojo, Ernesto, dio a entender que se hacía el cargo—. Déjale con sus manías al tío Pacuco, se le ve un poco majara pero no es mala gente. Pon la palomita en mi cuenta que a nosotros no nos importa que se quede ahí sentado.
Ajeno a la conversación, Pacuco, ladeaba lentamente su cabeza y con gran pesar murmuraba.
—Por ahora son cuatro gotas, pero... ¡ya verás ya! —alzó su mano como si fuera un orador en un púlpito—. Lo que trai el viento la Guareña nunca es güeno. Si lo sabré yo.
El periodista hizo caso omiso del comentario y comenzó a departir con sus contertulios.
—A mí, me gustaría que mañana delante de la cámara, os mostraseis como aquí: relajados, frescos y directos, siempre con vuestro interés por bandera, vuestros ideales y a ser posible; deis soluciones.
Los dos hombres notaron que la parte seria del encuentro comenzaba, mecánicamente mutaron su pose y se trasformaron en correctos hombres de estado, con cultivados tic y ensayados gestos.
Zurdo, vestía un jersey granate de lana con cuello alto, vaqueros de marca cara lavados a la piedra, que le daban un aspecto más cercano, todo ello, conjuntado con unos zapatos deportivos de última moda.
—Si, es importante que un medio como el tuyo de voz al pueblo. —Benedicto pretendía dejar claro que él, era esa voz—. Todas las soluciones que nos planteemos no pueden pasar por encima de los derechos adquiridos por los trabajadores después de tantos años de lucha y sacrificios. Debemos concienciar a los entes sociales para que en un esfuerzo supremo, regulen los flujos económicos para que lleguen a todos y cada uno de nuestros ciudadanos.
La callada quiso ocupar el lugar tras esta perorata mas fue rota por la vocecita del anciano en un soliloquio eterno.
—Miálas nubes, corren pal Simplón achuchás pol biruji la Guareña ¡bien que nos va a joder, bien! —Nadie parecía oírle, aunque él seguía con su retahíla.
Bonifacio Diestro, mostraba elegancia hasta en el pañuelo que asomaba por el bolsillo de la americana. El atuendo se notaba hecho a medida, seguro que junto con los pantalones, el diseño sería de uno de los mejores modistos de la capital. Mostró un rictus de desacuerdo con lo planteado por su opositor y quiso aclarar con un tono firme pero modulado:
—Todas esas consignas están muy bien. Nadie duda que el poder emana del pueblo, lo ejercita siempre que acude a las urnas a elegir a sus representantes. —se acomodó en la silla y habló directamente al presentador—. Son ellos, los electos, los que deben resolver los problemas y no ampararse en los votos conseguidos. Hay que procurar que todas las castas sociales afronten el reto como propio, y así, encauzar los vaivenes coyunturales según demanden las heterogéneas circunstancias, para que la riqueza alcance a los diferentes estratos de la población.
—Estoy de acuerdo con los dos —matizó Agudo—, pero me gustaría saber, en un idioma más común: ¿dónde está la diferencia entre ustedes?
La pregunta los pilló desprevenidos. Se hizo un silencio de ánima. Ninguno tenía preparada la respuesta. El abuelillo se levantó de pronto e hizo caer una silla con estrépito. Los otros tres hombres botaron en sus respectivos sitios.
—¡Ya sarmó! Tié cojones que yo lo viá venir —señalaba la ventana por donde se veía la ventisca cargada de lluvia—. ¡Pos no he dicho quera viento la Guareña!
—Tranquilo, Pacuco —dijo Ernesto, todavía asustado por el ruido del asiento al dar contra el suelo—. ¿Qué es eso de la Guareña que te tiene tan preocupado?
El viejo indicó con su brazo izquierdo un punto del espacio y con el derecho el contrario, y muy enfadado, contestó.
—¡Dallá vié el viento la Guareña y dacá, el del Simplón! Cuando bufa desde la Guareña me desmonta toas las tejas del cobertizo y me las tira deste lao.
—¿Y cuándo sopla desde el Simplón, es más suave? —volvió a preguntar Ernesto.
—Paece lerdo, ¡pos qué más da!
El periodista, atónito, no acertaba a comprender.
—No veo la diferencia, señor Pacuco...
—Posque si vié la ventisca del Simplón, me escojona las tejas pal otro lao, coña. ¡No ves cal fin y al cabo, to es aire!


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