jueves, 4 de abril de 2013

RELATOS DEL VIENTO


 LA DOLOROSA
LA PROCESIÓN DEL DESCREÍDO
Campanas que suenan a muerto reciben al viajero. Medina del Campo se recoge en su plaza, a los pies de la iglesia Colegiata.
La tarde agoniza aplastada por la noche oscura. El sol, exhausto, esconde su vergüenza en el horizonte marchito, sus rayos dejan un rastro morado nazareno salpicado de amenazantes y rojos brillos. Toma el testigo la luna para ser ella quien alumbre el final de la aciaga jornada. El Castillo de la Mota, adusto vigilante de los siglos, refugiado entre sombras, rinde homenaje al sepelio.
La Virgen, con paciencia infinita, está en la puerta de la iglesia. Su figura labrada a golpe de gubia por el hábil imaginero, espera el recorrido anual por las calles de su pueblo.
Perpetua Alcaldesa la llama Medina entera, las gentes se reconfortan en su dolor con mil promesas y al terminar la procesión, arreglados de domingo, ocupan bares, demandan vino, limonada, torrijas y dulces ciegas; porque hoy... también es fiesta.
Afligida pero bella, la imagen de la Virgen de madera, bajo la cruz continúa en su eterna pena. Precioso ornato la viste, superfluo y banal regalo de pecadores interesados, aunque, por qué no decirlo, la mayoría fueron y aún son; humildes dadivas de corazones heridos en busca de consuelo, de gracia o... arrepentidos. La colman de flores y fortuna y si por Ella fuera, no lo hubiera consentido, le habría servido un pañuelo, plena sería con un suspiro.
Cerca de cinco siglos tienen los maderos tallados, tanta fe puso en ello el artesano, que cuando concluyó evitó firmarlo, pues creyó su mano guiada por ángeles al ver la majestad de lo allí representado. Aquello para él era divino y no lo ensuciaría con ningún símbolo humano. Yo miro a La Dolorosa, veo su carita apenada y creo que el autor se equivocó, lo que allí se muestra es dolor, esperanza y amor, y eso lo sienten las personas, tal vez, puede ser, enseñado por un dios.
El Paso, abandona el atrio de la iglesia y enfila al gentío. Cientos de almas lo aguardan. La noche es fría, como siempre en Semana Santa.
La primavera castellana se envuelve en un clima destemplado y se dice ya desde antaño, que cuando mueven los santos revuelven el tiempo. Algo de razón tienen los naturales, porque aquí no se recuerda procesión sin ponerse abrigo.
La muchedumbre se separa, deja una senda en medio para que transite la comitiva. En pie, atisban la imagen cuando se aproxima.
Un confuso murmullo se eleva desde la plaza como una nube sonora que explota y después... calla, al son del primer acorde de corneta.
Se hace un silencio que pesa, que aploma cualquier susurro, que enmarca el triste ritmo de un atabal plañidero, el cual, con su armonía, realza más el profundo silencio. Las gentes se apiñan y forman muralla, así se protegen del gélido viento que los traspasa.
Aire que aparenta mármol de cementerio; suave y frío, tétrico y sereno. Los redobles se convierten en latidos de este templo a la intemperie, se acomodan al pulso de la gente y hasta el respirar se hace quedo..., y el pisar de pies descalzos, se escucha como en un eco.
La Virgen, escoltada, avanza al son del tambor, las luces de los escaparates se humillan ante el resplandor del fuego de los hachones. Protegen el Paso decenas de cofrades, cubiertos sus hombros con capas charras, detrás; oferentes, personas en penitencia, y figurones —que también los hay—, alumbran con velas, arrullan con plegarias este velatorio ambulante.
El público, a medida que la procesión se acerca, observa a La Dolorosa. Quizás por el baile de luz que produce el fuego, los ojos de la imagen simulan mirar a todos y cada uno de ellos. Cada alma de las reunidas lo siente de una manera, pero nadie es ajeno al mágico contexto.
 Algunos mueven los labios en una oración solo escuchada por ellos, ven a la Madre de todos, la sienten y la adoran. Otros, alaban la ilustre talla, celebran disfrutar del arte en plena calle.
Lágrimas petrificadas que parecen vivas brillan en la cara de la Señora, invitan al recogimiento o a la reflexión: la imagen es de la Virgen con el Cristo yaciente, la estampa es la de un hijo muerto en el regazo de una madre impotente.
La procesión termina cuando da la vuelta entera a la gran plaza, catedral por un día de sentimiento y respeto, del creyente y del escéptico. Un redoble cierra el errante círculo como hace quinientos años, antes del regreso a su capilla, los congregantes encaran a La Dolorosa frente a su pueblo y todos cantan la Salve.
Igual que casi todos los hombres, por miedo o por egoísmo, me he creado mi propio dios, muy distinto al que me enseñaron. Sé que todo lo narrado es folclore, sé que es pura tradición, pero el ambiente es sagrado, inexplicable desde la razón. Guardan el Paso en la iglesia y, qué extraño, ¡parece que Ella me mira! Sigo siendo un descreído pero este rezo que noto por dentro, que ocupa mis pensamientos; no necesita mis labios, y mis oídos, tampoco. 

Todos los derechos reservados  
fecarsanto 2013

aquí puedes acceder al ÍNDICE del borrador de"LOS NUDOS DEL HAMBRE"