jueves, 28 de julio de 2011

los nudos del hambre




LA CONTRASEÑA DEL ECO


FRAGMENTO XXXVIII

Cuando las ruedas de la silla de León asomaron en la puerta del despacho del Mulá, este le hizo un gesto con la mano para que pasase y guardara silencio.
La pequeña televisión empotrada en una cavidad de la estantería mostraba imágenes en directo de las cunetas y márgenes de las calzadas españolas.
Las hileras infinitas de gente impersonal se sucedían en los diferentes planos emitidos por el realizador, gente tras de gente, hombres siguiendo a hombres, niños rastreando niños, mujeres persiguiendo el rastro de las mujeres que las preceden y estas, a su vez, perseveran en pos del humano que marca el sendero marcado por su anterior.
 El destino final parece irrelevante.
Con menos de una hora de diferencia y, en apariencia, una sincronización fantasma, los regueros de personas, como manantiales surgidos de sorpresivos géiser, avanzaban amenazantes, por su forma, no por sus modos, buscando convertirse en afluentes, después en ríos y mas tarde, desembocar en un océano de masas que amenazara, tal vez, un tsunami de pacifismo capaz de reventar cualquier dique.
Las pantallas colocadas por la cadena en la mayoría de las plazas ocupadas, las voces de los locutores de radio, ávidos de ser los primeros en dar la noticia, las televisiones competidoras, en busca de una audiencia usurpada por el CANAL108, enviaban imágenes de la nueva coyuntura informativa al último rincón del mundo, consiguiendo, sin imaginarlo, ser la espoleta del siguiente plazo en el plan de la Obra y de paso, destrozar cualquier intento de control serio en las carreteras, que no fuera el dirigido a mantener el orden de las filas humanas, eso beneficiaba a Omar y Abul lo sabía.
.- Míralo.
 El Mulá indicaba con su dedo el televisor a León.
- Todos tienen su papel en la Obra, todos lo conocen, todos lo cumplen. Todos desean, esperanzados, tener su cuota de protagonismo en esta conquista, y tú no tengas ninguna duda.- Abul acorraló con sus ojos y envolvió con su palabra al discípulo.- Todos seréis protagonistas, y aunque ahora no alcances a ver tu momento ¡no dudes! Porque llegará y cuando seas preciso... ¡lo sabrás!
Los ojos de León estaban abiertos, casi hasta proporcionarle dolor, la mandíbula, no llegaba a cerrar su boca, en sus oídos repicaba el badajo de la voz del Mulá y en su cerebro entraban las oscuras estampas de las carreteras españolas en movimiento, su imaginación añadía el frío de la noche de diciembre y prácticamente, palpaba las ateridas manos de las personas allí iluminadas por los cañones de luz de los operadores de prensa. No acertaba a contestar, tan solo miraba...
- Nunca has visto un encierro de campo de toros.- prosiguió dulce el Mulá.- se trata de conducir una manada de un corral situada en la dehesa al coso. Los toros no conocen ni el camino, ni el destino pero, el grupo va acompañado por bueyes que guían la torada.
Abul dejó que León masticara la explicación, apagó la televisión, cerró la puerta, abierta de par en par, y se sentó junto al joven.
- La Obra conocía la posibilidad ocurrida, y es tan fácil...

El Mulá parecía recrearse en un tipo de recuerdo agradable, incluso daba la impresión de sentirse relajado.
- Nuestro todo tiene muchas partes, creí que ya lo habrías comprendido, si ordenas a varios peones la solución a una situación, solo hace falta esperar, que ocurra esa situación, porque la solución ya la conoces.
El gesto de León poco a poco se iba relajando, a medida que comprendía el galimatías.
El Mulá se recreaba en una explicación casi  esotérica, pero la mente de León trabajaba ya por su cuenta.
“Concretando, unos cuantos esbirros, pocos o muchos, conocían una sola orden: Si la televisión coloca en pantalla a, pongamos: Marilyn, os encamináis a las carreteras. La misma orden en ocho o diez pueblos, contando con el amplificador de las cámaras de televisión, suponían la salida a los caminos de miles de personas, limpio, fácil y sin huellas”
El Mulá terminaba su demagoga explicación.
- ...esos hombres solo sirven de guías, no conocen mas de la Obra...
- Si, volviendo al ejemplo taurino, esos hombres son los cabestros.- León, por fin, era León.- Cuando cumplan su cometido les queda el toril o el matadero.
Abul se encontró sorprendido por el inciso cortante, se levantó serio, abrió la puerta y reculando se colocó tras la silla de ruedas, empujando esta, salieron del despacho los dos hombres, y en mitad del pasillo León preguntó.
- ¿Cómo puede parar esto, Mulá?
- Yo soy el terrorista, no es a mí a quien corresponde desactivar esta bomba.
- ¿Y que gano yo, Mulá?
- Esa es tu parte en la Obra.
Abul separó las manos de la silla de ruedas, giro a su despacho y dejó una pregunta en el aire:
- Si no eres lo suficientemente inteligente para comprender lo quiero de ti, es que no mereces estar en mi pensamiento. ¿Eres el hijo de un dios?
Fátima, agazapada hasta que el Mulá desapareció en su despacho, asaltó prácticamente a su hermano, este colocando su dedo índice sobre los labios continuo su marcha hasta desaparecer del pasillo, una vez en el salón, con un hilo de voz, autoritario, exigió a su hermana.
- Busca a Samuel. Dile que vaya a mi habitación, me apetece un paseo.
Con un gesto firme de su cara dio a entender que sobraban las preguntas, que lo verdaderamente importante era la petición que acababa de realizar.
Ella, a pesar de tener mil preguntas y cincuenta mil precauciones, abandonó la estancia en busca del mandado.
León trepó a sus muletas para acceder por la escalera a su habitación, llegó a ella mientras se devanaba los sesos, con la última pregunta
“¿El hijo de un dios?”
¿Que pretendía? ¿Era él su heredero?
Las hipótesis golpeaban sin ningún sentido su cabeza, necesitaba actuar y parar al loco que hasta hoy era su mentor.
Decidido, y sin nada obvio que oponer, dispuso que lo mejor, ¿quizá? Era ganar tiempo, poner chinas en la bota del Mulá, la única acción de sabotaje que acudió a su mente fue Alfred, o como se llamara.

fragmento XXXVIII


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