jueves, 13 de enero de 2011

los nudos del hambre


LA SINIESTRA
FRAGMENTO X
Cientos de países, millones de metros... La distancia es aun mayor cuando hablamos de intenciones... Los dos hombres allí citados no encajaban en nada, nunca hubieran tenido la más remota posibilidad de estar de acuerdo, ¡Ni en el color de los calzoncillos!  Existía una corriente mutua de antipatía no disimulada, bien es cierto, los dos obtenían beneficios de esta relación.
Algunos años más de sesenta, pero sin aparentarlos, los dos hombres llevaban un aspecto bien distinto, contrastaba la elegante ropa de marca de Stanley con la vestimenta anodina del Mulá, ya que este cuando acudía a las reuniones privadas con su espía nunca vestía ropa árabe, incluso, disimulaba sus barbas en la sombra de un sombrero vaquero, elemento este que era el único resalte en la imagen de Abul.
La tez, extrañamente entre sonrojada y amarillenta del nórdico, marcaba diferencias con la piel aireada y morena del español, los dos mantenían lo que un día fue un cuerpo duro y ágil, ninguno estaba torpe y seguramente estaban en mejor forma que muchos con veinticinco años menos. ¡Hace más de tres lustros que se conocen!
Aun hoy, igual que el primer día que se vieron, no se tragan, como también diría Fausta:
“Se caen como gapo en pared”.
Los dos barcos se unieron por un seguro puente, El Mulá saltó sobre la tabla y muy pronto pisó el suelo de la otra nao
- Deberíamos de espaciar mas estas citas, cada día tengo mayores problemas para encontrar los sitios de encuentro oportunos.- saludó Stanley
- Yo también te quiero- respondió agriamente Abul.- No te preocupes, ya queda poco.
- Bajemos al camarote, no me fío
Se encaminaron a las escaleras que daban acceso al interior del yate donde Stanley acababa de recibirle, inmediatamente el barco partió en dirección norte separándose de la otra nave que puso rumbo sur.
El recóndito e indefinido punto del océano Atlántico quedó en calma, la inmensidad de sus aguas olvidaron rápidamente tan pequeño abordaje y fue borrando el rastro que dejaron las embarcaciones, una luna incompleta era el único testigo del encuentro y sería perenne el silencio del astro, igual que si se tratara de un mal presagio, las nubes taparon el resplandor del cielo y, como si hubiera llegado a oídos del dios Neptuno los tratos de esos dos mortales, comenzó a soplar el viento poniéndose el mar de uñas, pero no con la suficiente fuerza para hundir a esos malditos, se ve que a Eolo no le molestaban tanto. ¡Cosas de dioses!
- Permítame que le sirva algo de beber, ¿whisky tal vez?
No era cortesía, Stanley estaba al tanto de lo mucho que al Mulá le molestaba la bebida y la comida de trabajo, sin embargo, a él, sobre todo la bebida, la gozaba toda: La de trabajo y la de ocio, la de sociedad y la de soledad, esta la que más.
Sin hacer caso en absoluto de la puya lanzada contra él, Abul disfrazó de gravedad su voz y comenzó a murmurar, empezó con un tono inaudible para que Stanley pusiera todos sus sentidos en lo que iba a decirle.

- Las cosas van bien, van muy bien, aunque deberías controlar tu vicio, el alcohol te va a llevar a la tumba y no precisamente de una cirrosis
Las espadas habían chocado, el ambiente era suficientemente espeso y allí no había partidarios.
Barcos y tripulación, era sorda, ciega y muda por interés, eran alquilados a muy buen precio, ellos pagaban, subían, hablaban, bajaban... ninguno buscaba problemas... lo mas barato eran las vidas y, todos lo sabían.
Stanley quiso rebelarse, protestar su vínculo con la bebida pero el Mulá con un gesto continuó:
- Difícilmente podrían ponerse nuestros asuntos más de cara, aun así hay que forzar mas la maquina.- con un tono claramente imperativo pero sin apenas levantar la voz fijó su mirada en la nada y se explayó.- ¡Más! Quiero mucho, muchísimo ¡más! Las pateras se tienen que contar por centenas, la costa sur española tiene que parecer Normandía en la segunda guerra mundial, ¿donde están los miles de sin-tierra apostados en las verjas? ¡Más! Muchos más ¿como tengo que decirlo? ¡Ostias! Quiero más, quiero en las verjas de Ceuta y Melilla miles de “morenos” y en los caminos... en los caminos quiero que haya mas que árboles ¡me entiendes!- la adrenalina le salía por la lengua y el discurso no tenía visos de terminar.- Quiero ver tantas barcazas cruzando a las Canarias, que los piojos puedan saltar de cayuco a cayuco, de África a las islas. ¿Para que pagamos a esos mierdas?
La última pregunta dejó un poso de asco en su lengua, él podía matar, vejar, hacer cualquier acto necesario para el buen fin de la Obra, pero ellos... “Esas putas mafias que se lucraban con la necesidad humana, con la angustia y la miseria de hombres y mujeres deseosos de mejorar” del pensamiento regresó a la palabra, esta vez el verbo si era suficientemente elevado.
- Esos hijos de perra han cobrado por hacer el transporte y no me vale que ahora digan que están más vigilados, adviérteles que a partir de la próxima semana el precio pactado será por hombre vivo depositado en suelo español. No digas nunca que son suficientes, ¡Más, quiero más!
Stanley hablaba un castellano claro, incluso se permitía el lujo de incluir algún dicho, la vida le había enseñado algo más que idiomas y no en vano, trabajó antes en el país, antes de conocer a este lunático que le obligaba a utilizar su idioma, eso sí, lo pagaba ¡vaya si lo pagaba!
Acostumbrado como estaba a estas peroratas, el enlace contestó seco y sin emoción:
- Tenemos controladas todas las mafias costeras y aduaneras, por que aunque no lo crea, nosotros también trabajamos, es difícil, muy complicado explicar a gobiernos y compañías que aflojen la pasta para algo que no entienden y que encima no se les explica. Aun así, no solo le estoy llenando las costas de ilegales... rumanos y  búlgaros por carretera y, por aire, media Sudamérica.
Todo esto el Mulá lo sabía, y también sabía que este sicario disfrutaba con su misión, a pesar de no aguantar al que le pagaba, forzaría más y más a esa gentuza, obligaría a todos a ir al limite, eso sí, previo pago de sus altos emolumentos.
- Continuemos así.- Abul intentó relajar un grado la conversación.- Tienes un mensaje claro para todos, a los transportes cállales con dinero y amenazas, a las compañías: ¡dalas protección, ni un solo atentado en sus infraestructuras!  Y los gobiernos tranquilos, tendrán la estabilidad necesaria para poder esquilmar sus pueblos. ¿Acaso buscan algo más?
La reunión dio con su final como siempre, los dos sabían lo que hacían, los dos sabían lo que tenían que hacer y los dos sabían que lo harían.
Tenían una cita regular para recordarse mutuamente que ambos se necesitaban.
El yate del Mulá recibió la señal para acudir por su pasajero, no hubo despedida.
La popa del barco de Stanley se alzó impulsada por las olas provocadas por la marcha de la otra nave, el espía quedó quieto en proa, subiendo y bajando a merced de las aguas oscuras y sin fondo, el océano recuperó la calma, esa calma que él nunca tuvo, desde que vino al mundo su vida era un secreto, un enrevesado lío que nadie conocía del todo, ¡nadie!, ni siquiera, el mismo.
El confidente a sueldo quedó extasiado observando el balanceo de las aguas confundiéndose y mezclándose allá, en el fin del horizonte con el cielo más negro que recordaba, convirtiéndose en metáfora de su existencia, explicándole su inicio omitido... ¡inexistente!, su final oscuro... ¡vano!
Nunca nadie le amedrentó tanto ¡sin utilizar nada! solo su mirada, sus palabras.
¡A él! A él que no tembló cuando estuvo infiltrado en un grupo paramilitar en Sudamérica, ¡a él! Aquella vez que a punto estuvo de ser descubierto por los extremistas del sur de Europa a quienes espiaba.
 Drogas, prostitución, terrorismo, lo que hiciera falta... siempre y cuando estuviese bien pagado.
Y ahora ¡ahora! Aparece en su vida el chalado mas rico que pudiera imaginarse, le propone una misión archí-pagada que podría realizar cualquier boy scout con cuatro pelos en las piernas y, “estoy cagao”.
Stanley gritaba al océano sus temores, tenía tan dentro de él la figura del Mula que hasta sus reflexiones las hacía en castellano.
- Si, estoy “cagao”, “cagao” de miedo ¡Acojonao!
Su experiencia le mandaba callar, sus entrañas gritar, liberarse, agarrar una pistola y pegarle tres tiros a ese fanático “hijo de puta”.
- El primer día, tuve que hacerlo el primer día que lo conocí.
Agotó de un trago los restos de hielos deshechos en whisky, la cara desencajada en una mueca de ira retaba a los dioses vigilantes para que acabaran con su vida de ficción, ya que existencia verdadera no podía ser.
Lanzó lejos el vaso apurado, ¿lejos? El cristal se estrelló en la cubierta del yate sin romperse y con la siguiente inclinación del barco rodó, de nuevo, a sus pies... allí estaba, como toda su existencia, sus recuerdos, sus hechos... ¿lejos? Todo demasiado cerca.
Chilló contra el cielo, contra el mar, contra los siniestros ojos que se imaginaba pendientes de su silueta.
- ¡Iros todos a la mierda! ¡A la puta mierda!
Se dejó caer de rodillas, envolvió la cabeza entre sus brazos y dobló los riñones hasta notar el suelo, ahí si, ahí las lagrimas saltaron a borbotones, estallaron dentro de su ser y le recordaron que era un hombre, que un día fue un niño y, que nunca supo llorar.
Un intenso olor a café ascendía desde las tripas del barco, su aroma parecía adiestrado para que antes de mezclarse con el aire marino anegase sus fosas nasales rememorando el instante exacto que Abul entró en su vida.
 En aquel momento estaba en España, ya había realizado alguna “hazaña” en favor de la guerra sucia contra el terrorismo de aquel país, ahora como le habían indicado, esperaba a un contacto con su paga y nuevas ordenes, aunque quizás hubieran decidido retirarle de la circulación por un tiempo, en la ultima “avería” tuvo que matar dos jóvenes, no le causó ningún tipo de remordimiento, ellos antes pusieron una bomba en un autobús de “guripas” y se cargaron seis o siete “picoletos”, era algo que no entendía.
Él, al fin y al cabo, se ganaba la vida así y no era cuestión que alguien pudiera ponerle rostro, pero,  estos gilipollas, mataban para cambiar la historia, ¡a quien! Fóllate a alguien que merezca la pena, no ha media docena de chavales que están en el tinglado por que no encuentran trabajo en otro sitio.
La nota recibida había sido escueta:

Palencia – bar Iris – 18 h - 13/abril 

Cuando me apeé del TALGO en su pequeña estación, un escalofrió recorrió mi espinazo, tal vez fuera una presentimiento, estiré las piernas y me dispuse para hacer tiempo hasta la hora de mi cita, ¡no hay perdida! Cruzas los jardincillos que rodean una selección de árboles, para mí, extraños, y desembocas en la calle Mayor.
Ya comido, recorro de arriba abajo el eje la ciudad.
Paz y austeridad, como un gigantesco convento se me hace la calle a estas horas, palomas insolentes pasean por sus losas de piedra mirándome desafiantes, recriminándome con sus, siempre para mí, crueles ojos, que invada sus propiedades, que patee por sus dominios, como si ellas no fueran amas y dueñas.
Busco alguna persona que me de razón del bar de mi destino, pero mi mirada perdida y la falta de prisa hacen que no repare en mas seres vivos que los “pájaros de la paz”.
La capital castellana es señora y a poco que la observes te prenda, despacio van pasando las horas y cuando menos te lo esperas...
Café, un penetrante y  agudo aroma de café impregna toda la ciudad y como estimulados por la cafeína, la calle Mayor se va llenando paulatinamente de gente, en una y otra dirección y, entonces...
Sin darme la vuelta siento en mi cogote que me miran, sé que estoy siendo observado, tengo la misma sensación de perseguido de otras muchas veces y conozco de manual los pasos a seguir.
Continuo mi paseo sin rumbo pero ahora si que tiene destino, poso mi vista en las fachadas, más mis ojos buscan los reflejos chivatos de los escaparates, en uno de ellos, casi de soslayo, una imagen, una forma... algo que solo yo sabía ¡estaba seguro! Me seguían.
¡Era un novato! La figura se iba materializando, no cabía duda, lentamente se transformaba en el reflejo cada vez mas preciso de un hombre, mi mano derecha, con el mayor disimulo posible, entró dentro del bolso interior de la cazadora, aferrando a la vez que descorriendo el seguro de la pistola...
El rastreador se vio descubierto,  rápidamente alejó sus brazos del cuerpo y se apresuró a enseñarme las palmas de las manos limpias, vacías.
Caminó despacio hacia mí, su boca portaba una sonrisa y no traslucía ningún tipo de nerviosismo, hoy estoy seguro que él sabía el contenido de mi mano, aun lejos de mis pies su voz clara y sin atisbo de miedo dijo:
- ¿Richard? creo que hoy este es su nombre
- Can you speak English, please?.- Fingí no entenderle mientras, me situé buscando el ángulo preciso, la “pipa” apuntaba directamente a su corazón.
- ¡Oh!, perdón no estoy acostumbrado. ¿Cuál es la ermita del Cristo del Otero?
 “¡Sabía la contraseña! “Aquí hay gato encerrao”.  No puedo fiarme ni un poco...”
- No entiendo, I’m sorry, speak me in English.- ganando tiempo no perdía de vista ni uno solo de los movimientos que hacía, pero... ¿O era muy tonto? ¿O era muy listo?

- Soy tu contacto.- casi me lo susurro al oído.- no me extraña tu desconfianza pero solo tu puedes confirmarlo, tu pistola me está apuntando desde hace rato y puede seguir haciéndolo, aunque creo que lo mejor que debemos hacer es encaminarnos a donde tú te encuentres seguro y allí realices la llamada oportuna ¿te parece?
¿Que opción tenía? Si eran enemigos ¿a qué coño venían estas contemplaciones conmigo? Y si eran amigos... no entendía nada.
Con un movimiento rápido introduje la pistola por detrás de su chaqueta quedando oculta por esta a miradas indiscretas, encañoné sus riñones y con rabia le dije.
- ¡Vamos! ¡Camine!
El río Carrión sería un buen lugar para finiquitar esta situación.
Bajaron despacio por las rectas calles que daban al río, el ahora llamado Richard vigilaba su espalda y ajustaba giros absurdos por el corto recorrido intentando reconocer algún otro perseguidor.
- No es de mí de quien tienes que preocuparte, marca la tecla de tu teléfono, ¡cerciórate! - con una voz tranquila el encañonado intentaba marcarle una pauta de actuación.
- No es usted quien debe dar ordenes aquí, continúe andando y, ¡cállese!
“Este hombre lleva una pistola en su costado y “no tiene salto en tripa” pensó el sicario y continuo para sí _Voy a esperar cinco minutos, o recibo una llamada de confirmación, o le doy “matarile” y salgo por pies de aquí.”
La barandilla, frontera entre las aceras del paseo y el cauce del rió, servía de apoyo a  los dos hombres, con sus espaldas de cara al agua, cualquier movimiento extraño significaría un disparo...
El minutero del reloj, a cámara lenta avanzaba la resolución… eternos tres minutos y cuarenta segundos de espera...
El frío material del gatillo semejaba estar al rojo vivo, el dedo flexionado no encontraba la sensibilidad suficiente para discernir donde acababa la piel, donde comenzaba el detonador asesino... eternos cuatro minutos...
La encrucijada, bien mirada era sencilla, además, no era la primera vez que mataba, ¡por que sudaba! Un disparo, lo volteo al curso del agua y si alguien se da por enterado, en la confusión desaparezco ¡no es la primera vez! Sin embargo, esta vez no estaba seguro, no sabía por que... eternos cuatro minutos diecisiete segundos...
Lentamente, con mimo, estiró el índice, con los ojos oteaba los alrededores, cierro el dedo y se acabó...
Como un golpe en los tímpanos sonó la música hortera del teléfono móvil.
El dedo de la muerte relajó su presión, al mismo tiempo con la otra mano extrajo del bolsillo un pequeño auricular introduciéndolo en su oreja, ambos hombres guardaron silencio, solo uno estaba en disposición de escuchar, al cabo de unos breves segundos el pequeño altavoz cobró vida.
- ¿Haber? Eh... ¿Palencia, La Trapa?
- ¿Cuál es la ermita del Cristo del Otero?- oír de su propia voz la respuesta a la contraseña en estos momentos, cuanto menos era surrealista.
- Richard.- desde el otro lado le hablaron sin ninguna entonación.- El contacto de esta tarde es nuevo. Necesitamos alejarte durante un tiempo. Aquí estás algo “quemado”. Te van ha proponer un asunto, queremos que lo aceptes.
- Si llegan a llamar cinco segundos después el “asunto” estaría criando malvas.- el espía enfadado prosiguió.- ¿Como pueden poner mi vida en manos de este “pringao”?
- Sabíamos que lo detectarías, el profesional eres tu, no él.
La comunicación quedó cerrada y la pistola, con desgana, fue apartándose de su victima, le hubiera gustado matarle, estaba completamente seguro, no sabia muy bien por que, pero, le hubiera gustado matarle.
Dirigiéndose al contacto mintió.
- Lo siento, esto es así. Su vida o la mía.
- Entiendo perfectamente tu postura y me gusta, de hecho es lo que busco. Me llamo Abul.
Le tendió la mano esperando su presentación, cuando se apercibió de que está no llegaría, comenzó a caminar a la vez que le hablaba con esa exasperante mezcla dulzona que contenía su tono de voz.
-  Me dieron esto para ti.- sacó un sobre alargándolo al alcance de su mano.- Supongo será tu paga, me he permitido la licencia de husmear dentro y creo sinceramente que no valoras mucho tu trabajo.
- Poca confianza le he de tener cuando a las primeras de cambio mete las narices en asuntos que no son suyos.- contestó el espía, sintiéndose molesto al ser ninguneado.
- No hay nada que haga mejor que meterme en los temas de los demás y, créeme, te juegas la vida a precio de saldo.- Abul se detuvo en seco, perforándole con su retina, continuó hablando y caminando.- Tengo trabajo para ti, no vas ha necesitar ir de Rambo ni nada parecido, solamente traer y llevar mensajes, solamente hacer que unos tipos muy poderosos y muy ricos sientan miedo, solamente oír cuanto se deba oír y escuchar cuando nadie crea que escuchas...
De nuevo detuvo sus pasos, de nuevo la mirada del Mulá penetró en sus entrañas violando sus ojos y con ellos su propia confianza, con un gesto de su dedo índice vetó cualquier intento de participar en la conversación, con ademán severo, como cuando alguien recrimina algo a un adolescente que no conoce aun la trascendencia de sus actos, retomó la palabra.
- Te ofrezco algo que para ti debería ser un juego de niños, algo que conoces relativamente bien y, te daré tiempo para que lo conozcas mucho mejor.
- ¿A quien hay que matar? ¿Dónde está el pero?- El hoy llamado Richard intentaba, sin éxito, esconder su inseguridad tras unas malas frases hechas.
- No encontraras problemas de personal ni de efectivo, solamente puedes confirmar mi oferta con tu jefe, Sr. Dávila, me pondré en contacto contigo cuando estime oportuno, por último, dentro de tu sobre tienes un billete de avión con tu destino, no te preocupes es un viaje de placer, ah... he sumado algo de dinero a tu soldada.- Paró en seco y le espetó.- Por hoy hemos tenido suficiente.
Giró sobre sí mismo y sin despedirse comenzó a andar en dirección contraria, inmediatamente, dos hombres aparecidos de la nada le flanquearon y un tercero ocupó el espacio que dejaba tras su espalda, este le dirigió una mirada asesina que pudo sentirla hasta verlos desaparecer doblando una esquina.
El irreal mundo que transitaba daba este tipo de situaciones extrañas, aun así, Richard tenía claro la pauta a seguir, todo lo sucedido debería corroborarlo en la medida de lo posible, por tanto, su mente confusa, pero entrenada y relativamente acostumbrada a funcionar dentro de contextos raros, le prescribió el siguiente paso, consultó el reloj, su tren salía dentro de dos horas, doce minutos mas tarde haría la primera parada en Venta de Baños... miró la larga avenida descubriendo un taxi, alzó su mano para detenerlo y en breve se acomodaba en los asientos traseros.
- Necesito desplazarme a Valladolid, dos horas allí para realizar una gestión y vuelta ¿es posible?
- Ciento cincuenta euros, caballero. Por favor, deben de ser abonados antes de la bajada de bandera.
Pagó al conductor y escuetamente le informó.
- Voy al centro comercial más frecuentado de la ciudad, usted conocerá mejor cual es.
El automóvil puso rumbo a su destino y no volvieron a intercambiar palabra hasta entrar en la segunda planta del parking. El pasajero se incorporó de su asiento fijando al conductor el lugar de su recogida.
- Si en una hora no he vuelto, espéreme en la estación de autobuses. Gracias.
   Abandonó rápidamente el aparcamiento, a grandes zancadas, entró en el edificio comercial, buscó ávidamente una tienda de telefonía y ya, localizada, entró en ella.
El dependiente solícito esbozo su mejor sonrisa para quien, en ese momento, era su mejor cliente, el único.
- ¡Buenas tardes! ¿Le puedo ayudar en algo?
Richard concisamente afirmó.
- Quiero un teléfono con tarjeta que pueda utilizar en cinco minutos, me da igual la compañía.
Muy poco tardó el comerciante en activar el pedido y entregárselo, menos aún tardó el espía en abandonar la tienda.
Concentró su atención ahora en la búsqueda de la salida del macro centro, una vez divisada accedió a la calle, examinó la vía hasta dar con una parada de taxis y, pronto, ocupaba el asiento trasero de uno de ellos.
- Quiero que me lleve a la estación de autobuses de Santander ¿puede ser?
- Le va a costar un pico pero por poder, si, si que puede ser.
El taxi vallisoletano enfiló la autovía que llevaba a la ciudad cántabra, curiosamente la misma carretera, pero en dirección contraria, que le trajo de Palencia hace pocos minutos.
Mientras el coche avanzaba, Richard borró los pocos datos que pudieran delatarle del teléfono antiguo, veladamente introdujo el aparato bajo el asiento del conductor y esperó...
En el arcén de la calzada las señales orientativas se iban sucediendo, aparecían borrosas en el horizonte, según se acercaban tomaban forma primero y se hacían legibles después, luego abandonaban el campo de visión como arrancadas por una fuerza invisible. Allí, a lo lejos, se adivinaba azul, esa era la señal que esperaba:

                                                        VENTA DE BAÑOS
7 Km.

 - Disculpe, puede tomar el desvío hacía Venta de Baños
- Nos va a retrasar, pero como usted mande.- accedió el taxista
- Sabe, he olvidado algo en Valladolid, me dirigía a buscar a mi hermana y ahora es vital que vuelva a la ciudad.-mintió Richard.- voy a pagarle el trayecto hasta Santander, lo dicho, acuda a la estación de autobuses donde le estará esperando la señora Alonso, la recoge y la trae de vuelta al centro comercial donde me encontró a mí. ¿De acuerdo?
- Si quiere doy la vuelta lo regreso a usted y me vuelvo para Santander.- amablemente, intentó ayudar el chofer.
- No, no se preocupe por mí, me apeo en este pueblo, ¡malo será que no encuentre otro taxi! Usted, por favor, diríjase en busca de mi hermana sin mas tardanza.- Extrajo de su cartera un billete de quinientos euros depositándolos en el asiento del copiloto.- Esto por las molestias, por favor, no me falle.
El vehículo se detuvo a la entrada de la plaza Mayor, el contento taxista bajó del coche para abrir la puerta a su generoso cliente, este, a modo de despedida le suplico de nuevo.
- ¡No me falle!, ¡Señora Alonso! Ya la llamo yo por teléfono y la pongo en antecedentes. ¡No me falle!
-  Quédese tranquilo.- contesto el conductor asomándose a la ventana mientras cogía dirección, de nuevo, a la carretera.
Richard quedó de pie con la mano alzada en señal de adiós, en cuanto el coche se perdió de vista, se encamino a la estación de ferroviaria, miró su reloj.
“Perfecto, el tren no me hará esperar ni diez minutos.”
Si alguien le seguía apoyándose en su antiguo móvil, lo había mandado al Cantábrico.
La estación de ferrocarril de Venta de Baños había conocido tiempos mejores, le pareció grande, muy grande, gigantesca para el tamaño del pueblo que la daba nombre, entró en los lavabos y corrió el pestillo de la puerta, era hora de estrenar su nuevo móvil.
Marcó el número y esperó que alguien descolgara, unos tonos de espera y el vacío que demuestra que te están escuchando.
- ¿Dávila?- preguntó con voz áspera.
- ¡Maldito hijo de puta! ¡Que listo eres, cabronazo! Media agencia te busca por Pucela y la otra media en Palencia. ¿Dónde cojones estas?- el interlocutor estaba francamente sorprendido.
- Dávila, el tal Abul ¿es de fiar?
- Todo lo que todos en este negocio podemos serlo, tu sácale la pasta y, ¡ojo!, Mantennos informados. Esto... escucha... quería decirte...
El jefe buscaba retener la conversación con Richard, pero este se despidió.
- Le dejo, no se preocupe en localizar este teléfono, el ruido de fondo es la cisterna del water donde lo voy a dejar, un saludo.
Colgó el aparato y sonrió imaginándose al temperamental Dávila dando ordenes para su localización, sin aspavientos, sin ruidos, pero desde el taxista palentino al pucelano, pasando por el dependiente de telefonía, todos ellos serian investigados, por no decir la santanderina imaginaria señora Alonso.
Subió los peldaños que le llevaban al tren de cercanías, buscó, ¡Qué coraje!
¡Siempre buscando!
 Un asiento apartado y solitario. Al fondo encontró uno, para hacerlo mas aislado cambió la situación del respaldo, se sentó en la butaca que daba al pasillo y en la de la ventana acomodó su cazadora.
El cercanías silbó y comenzó a moverse, la voz autómata de una señorita dejó en el aire venteño las próximas paradas:

“... con parada en Valladolid, Medina del Campo, Arévalo, Ávila y Madrid-Chamartín”

Hoy era el último día de Richard, esa personalidad quedó muerta en el aseo de la estación, ahora era él pero, ¿quien era él?
Esa pregunta le martirizaba, quería creer que de tanto imitar personalidades ajenas se le había olvidado la suya pero él sabía que no, simplemente no se conocía, dominaba mejor cualquier vida suplantada o espiada que la suya propia.
Decidió centrarse en cosas más importantes, soterró la mano en el interior de la chaqueta hasta encontrar el sobre con su paga.

Abrió con sumo cuidado, tenía curiosidad en saber a donde pensaba Abul que debía de irse de vacaciones.
En billetes de cincuenta y cien euros encontró su salario, después un sobre algo mas pequeño contenía una reserva de vuelo y hotel para Punta Cana a nombre de David Stanley, otra pequeña carpeta de papel incluía toda la documentación de su nueva identidad y otro sobre, este rotulado con la siguiente leyenda:

“Esto para tus gastos,
Abul, tu amigo”

El interior del último sobre guardaba diez mil euros y diez mil dólares.
Ahora, quince años después, ¡borracho y helado! Tirado en medio del Atlántico lo tenía claro.
Aquel día debió matarle.