jueves, 26 de enero de 2012

RELATOS DEL VIENTO


        MARCIALIDAD

    PREDICAR CON EL EJEMPLO

El campamento militar albergaba más de cuatro mil reclutas en periodo de formación. Estos, estaban instalados en barracones; los cuales eran denominados como Compañías seguido de un número de dos cifras, así, donde se alojaban nuestros protagonistas era la Compañía 47.
La  mayoría de los soldados cumplían el servicio militar obligatorio, hecho este que se apreciaba a simple vista en las caras de niños asustados y desubicados de los guripas.
Ya el recibimiento provocó temor en los chicos. Apenas llegados al campamento y todavía de vestidos de paisano, se les acercó un hombre gritando como si la vida le fuera en ello, al mismo tiempo que, con ademanes estentóreos, se señalaba una especie de pegatinas amarillas que portaba en ambos hombros y le diferenciaba como sargento.
─¡Marcialidad! Panda de señoritingos amariconados. Desde que habéis entrado en este cuartel sois soldados y si no os lo creéis, ya me encargaré yo de recordároslo.
Los aprendices del ejército quedaron epatados ante tal derroche de fervor militar. El hombre uniformado prosiguió con su retahíla.
─Soy el sargento Cerrillo. Desde hoy vuestra peor pesadilla y el tío más toca cojones que encontrareis en vuestra puta vida.
Hizo un silencio como  para pavonearse delante de ellos. Los miró uno por uno a todos. En todos y cada uno encontró alguna falta y se lo hizo saber con comentarios hirientes o al menos impertinentes. Uno de los reclutas, Augusto, tras las risas forzadas del pelotón para con los chistes del suboficial, osó preguntar:
─¿Puedo ir al servicio?
El sargento clavó su mirada en el chico esbozando una sonrisa cruel.
─¿Crees que estás en una residencia de señoritas? Aquí no se va al servicio amigo. Aquí se caga o se mea, pero… eso sí ¡nunca cuando se está en formación!
─Es que desde que he llegado…
─¡Cállese y póngase firmes! ─El mando se aproximó hasta escasos centímetros de la cara del muchacho─ Lo primero: yo soy su sargento. Diríjase a mí siempre como tal. Lo segundo: aquí , hasta para hacer del vientre hay que tener marcialidad. Vayan a por la ropa, póngansela y vuelvan. Tienen quince minutos ¡paso ligero. ar.!
Esta último mandato dejó al descubierto una de las manías de Cerrillo; ponía tanto énfasis en dictar la orden, que cuando había terminado de hablar, su boca se mantenía durante unos segundos abierta con los labios torcidos y presentando una mueca estúpida y ridícula.
En el barracón de suministros, las voces de los reclutas más veteranos, encargados de repartir las botas y ropaje reglamentario, apremiaban a los recién llegados llevándoles casi a una histeria absurda por hacer algo, no sabían el qué, rápido. Esta circunstancia producía que chavales de casi dos metros portasen trescuartos dos tallas pequeñas, para ellos, llegándoles las mangas poco más abajo del codo así como a otros mas bajos, sus gabanes malamente, dejaban que les sobresalieran los dedos.
─¡A formar! ─El sargento Cerrillo apareció en la puerta─ ¡Todos! Estén como estén, salgan al patio.
La facha de los seudo militares era para verla. Unos con otros, a la carrera, se cambiaban tallas intentando mejorar su aspecto. Recorridos unos metros debían volver por la gorra u otra prenda olvidada en el mostrador de la intendencia, chocando entre ellos y multiplicando las situaciones grotescas.
Entre tanto, el sargento chusquero, ascendido por tiempo en el ejército no por méritos, se mofaba y repetía lo mismo que decía a todos los reemplazos anteriores, buscando la risa fácil de los veteranos, que no hace mucho sufrieron también el mismo escarnio.
─Mamarrachos, no sabéis ni vestiros sin la ayuda de vuestra mamá. Ya que corréis hacerlo con marcialidad. Me vais a durar dos días.
Por fin las filas formadas. Como a cincuenta metros, frente a la formación, se situó el militar mandón, desde allí, grito.
─A mi orden, desfiláis hacia mí. Yo digo: uno, vosotros, levantáis el pie derecho. Yo digo: dos, vosotros el pie izquierdo. ¡Quiero ver mar-cia-li-dad! ¡De frente, ar!
Con la boca abierta y la mueca extraña, el sargento observo como el grupo se ponía en marcha, sus gritos, intentaban acompasar a los reclutas que marcaban el paso como autómatas, algunos de nervios, avanzaban la mano derecha  a la vez que la pierna del mismo lado y cuando intentaban rectificar, tropezaban y volvían, sin comprender ellos mismos el por qué, al caminar absurdo anterior.
─Uno, dos, uno, dos, uno…
Bajo un sol de verano, el  tal Cerrillo vociferaba la pauta una y otra vez, solamente la variaba cuando llegaban al extremo del patio o a un metro de él.
─¡Media vuelta, ar!
La excitación de los reclutas no había aflojado con el paso del tiempo, más bien al contrario. Augusto, estaba apunto de reventarse los riñones por contener sus ganas, pero el miedo a volver a verse ridiculizado le sellaba la boca. Llegó un momento en que desfilando en dirección al sargento, su contención falló. Toda su vejiga se vació de golpe. Augusto, ruborizado pero feliz, continuó la marcha con tanta marcialidad como pudo. El sargento, a medida que se acercaba, descubrió la mancha oscura en la pernera desde la ingle hasta la bota, que delataba la meada. Al llegar frente a él gritó.
─¡Firmes, ar!
Quedó su boca abierta, en la mueca crónica que marcaba, mirando fijamente la pierna del recluta que se alzaba con ímpetu. Unas gruesas gotas salieron despedidas de la bota del chaval sobre la cara de su superior que las recibió, por mor del destino, en pleno paladar. El sargento, al cual parecía iba a estallarle una vena en la frente, subió la mirada a la cara del guripa, tras un instante eterno, miró al cielo azul libre de nubes y con la mayor marcialidad posible, dijo.
─Vámonos, parece que va llover. ¡Rompan filas, ar!

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fecarsanto 2012
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