sábado, 12 de octubre de 2013

EL CASCARRABIAS

¿Y yo que se ?: RELATOS DEL VIENTO: EL CASCARRABIAS SOLEDAD Colgó el teléfono con nervio, enrabietado igual que un bebé privado de su chupete. Marcó una equis en el cua...

domingo, 6 de octubre de 2013

RELATOS DEL VIENTO

EL CASCARRABIAS

SOLEDAD

Colgó el teléfono con nervio, enrabietado igual que un bebé privado de su chupete. Marcó una equis en el cuadrante que preparara en alguno de los múltiples ratos de tedio. Ya le habían llamado los cinco hijos; en dos horas se concentraba la preocupación y los cuidados que le dispensaban: una llamada por cabeza y jornada, y pobre del que faltase a la cita, el abuelo le podía estar respondiendo monosílabos durante un mes.
“Y qué cojones les voy a decir. Hago lo mismo que todos los días y cada vez estoy más viejo, ¡joder, si quieren novedades que esperen a que estire la pata!” —pensó.
Con prisa se dirigió al váter. Debía de orinar y ajustarse el pañal si no quería repasarse.
—¡Manda güevos, viejo y meón!, para eso ha quedado mi orgullo. —refunfuñaba sin esperar que alguien le contestase.
Caminaba lo más aprisa que sus ajadas piernas le permitían. Ya llegaba tarde y encima tenía que entrar a comprar pan. La cotilla de la panadera le asediaba siempre con las mismas preguntas idiotas:
—¿Para qué compra usted el pan por la tarde?, ¿se hará unas sopas?
Alguna vez, el anciano había contestado mal. Él no se recriminaba nada, más bien al contrario.
“¡Coño, no me busque la boca, tía chismosa!”
Hoy no tenía tiempo de discutir con ella. La dejaría el dinero sobre el mostrador y se marcharía:
“Ni las buenas tardes doy”
Entró en el parque arrastrando los zapatos, no se apoyaba en el bastón; lo acarreaba resbalándolo tras de él, le daba confianza. Buscó su sitio, un banco de madera escondido por un sauce llorón al que colgaban las ramas hasta casi rozar el suelo. Sentándose, ajustó las gafas y oteó furtivo: un niño jugaba en un tobogán, otros, más allá, con una pelota...
¡Allí!, la Rubia y la Ceniza. Se movían con pasos cortitos, casi saltos; sin fijar la dirección. Le habían visto. Maliciosas, se acercaban. Giraban las cabecitas mostrándose, parecían querer hacerse las interesantes. El abuelo colocó sobre su pantalón el cebo; el premio que ellas esperaban. Deseaba notar el contacto, sentirse tocado... Para disimular, se inclinó hacia delante. Comenzó a seguir los dibujos de los adoquines con la punta del cayado hasta llegar a la base del árbol y presionar, como si quisiera corregir la escasa inclinación del tronco. Espiaba por encima de las gafas. Sonreía:
“Es más valiente Rosita, Juanita se queda un poco atrás”
Despacio se acercaban. Mirándole de soslayo le comprometían.
Como en cámara lenta, el anciano se recostó en el respaldo del asiento. ¡Ahora estaban cerca! Quería que vieran el regalo sobre las piernas...
Un balón botando perseguido por un crío de enormes y relucientes botas, chocó contra las ramas colgantes del sauce.
Las dos palomas huyeron. Primero con vuelo rasante y luego, tomaron altura y desaparecieron por encima de unas tapias.
El abuelo, con  gran esfuerzo se levantó, sacudió de pan las perneras y se marchó para casa rezongando a la vez que abanicaba el aire con el bastón:
—¡Mocoso babieca, le habría dado con la cachava en las corvas!

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