jueves, 12 de mayo de 2011

los nudos del hambre

LA ÚLTIMA CENA
 FRAGMENTO XXVII

La cena estaba en la mesa, el amplio salón comedor de la antigua casa medinense esperaba el acomodo de los comensales.
La ocupación de la casona había disminuido, pero el comedor recibiría esta noche la mayor concurrencia de los últimos días.
Abul, el Mulá, así lo había querido, todos los residentes fueron llamados a cenar, sin ninguna excusa que objetar para la no asistencia.
A medida que entraban se acomodaban en la mesa, sin ningún orden, pero con una disposición claramente emocional.
Para situarnos en el salón, imaginemos por un momento cualquier cuadro de la Santa Cena, la situación era esta:
En el centro Abul, a su derecha estaba Fausta seguida de Fátima, esta en el lado diestro de la mesa, para así, tener mejor acceso en la entrada y salida de la cocina con las viandas o el menaje, en el lado siniestro del Mulá, junto a él, se encontraba León y a continuación, frente a la hermana de este, en la parte de la habitación mas alejada de las puertas, cenaba Alfred, o Morten... le llamaremos Stanley.
A la derecha de la reunión, frente al Mulá, y sin ningún impedimento visual para los comensales, bajaba desde el techo una gran pantalla blanca, parecida a las del cine, donde se proyectaba la televisión.
Hora de máxima audiencia, la cadena que desde hace un par de días acaparaba el interés de toda España, media Europa y parte del resto del mundo, emitía un documental.
Un documental real de los dos días de tensión en las calles españolas, aglomeraciones de personas quietas, retando a no se sabe quien, masas de gente levantando sus manos en busca de algún liquido caliente que entone sus cuerpos o los de sus hijos, carreras y frenazos de espontáneos, de miembros de la Cruz Roja, de voluntarios de cualquiera de las decenas de ONG´s que intentaban repartir mantas, agua, caldo, cacao o café caliente, policías, cientos de policías rodeando esa masa humana, intentando el imposible de frenar su expansión y a su vez, colaborando en hacer la mancha de seres mas y mas grande.
Imágenes captadas en directo de desmayos, lipotimias, lagrimas... un sin fin de penalidades que llegaban al espectador impactando en su retina, el dolor de esa gente desconocida entraba en las casas de España por la ventana virtual, nadie cambiaba el canal, nadie estaba dispuesto a perderse en directo el suceso lacerante que sacase del anonimato a algún desgraciado.
Como comentar luego, ya en el estudio, las mil desgracias del personaje, si antes no hemos visto como se derrumbaba en el suelo o como marcaban las lagrimas trazos en sus mejillas.
Imágenes mucho peores que las que se emitían, veíamos todos los días en los telediarios, pero siempre alguien decía aquello de:
” Pobrecillos, cambia de canal ¡qué vamos a hacer!” O la frase aún más irresponsable de:
” ¡Joder! Cambia que estamos comiendo” esto o algo parecido nos daban pie a permutar el canal de la tele y olvidarnos del asunto ¿por qué ahora no usábamos el mando?
- ¡Nunca!, en la civilización del bienestar, ¡nunca! nos echaron la mierda en la cara.
El Mulá hablaba, exponía en voz alta sus pensamientos.
- Siempre los enfermos, los desgraciados, los desheredados estaban en un marco extraño, rebozados en barro de alguna inundación, tapados por el polvo de algún terremoto, impregnados en sangre por culpa de un atentado o guerra remota...
Parecía el locutor, su voz adquiría los tintes adecuados... ahora grave, o melancólica, o triste, o...
 -  Incluso cuando el suceso era cercano, los medios de comunicación, en un acto, que pretenden, les honra, por no herir la sensibilidad de los telespectadores, bajan la intensidad de las imágenes.
El final de su comentario estaba cargado de ironía y sorna, callados todos, nadie parpadeaba, el televisor enseñaba planos de distintas ciudades, monumentos y rincones típicos que acercaban y situaban al televidente en el caos del suceso.
- ¡Esto es! ¡Tontos mezquinos, ignorantes meapilas!
El volumen en la voz del Mulá ascendió de repente sobresaltando a los reunidos para cenar, aunque tenían el plato vacío, sus gritos iban dirigidos a la pantalla, a unos oyentes figurados que todavía no estaban allí.
- No van a cambiar de canal ¡claro que no! ¿Acaso cambia alguien durante la retrasmisión del encierro de su pueblo? ¡Pues claro que no! Y si encima un toro cornea a alguien, lo grabamos para verlo después, ya más tranquilos.  Lo único que hay que hacer es buscar imágenes familiares, enfoca una embarazada vomitando junto al Ayuntamiento de Valladolid y tendrás toda Pucela pendiente ¿quien es? ¿La conoces?
Abul estaba enfadándose cada vez más.
- ¿Que coño importa los niños negros panzudos? ¿Cuanto tiempo pienso en los cadáveres de crios pudriéndose en las guerras de esos “piraos” con turbante?
Ahora su voz bajó, casi un susurro...
- Ahora si os importa, ahora lo tenéis en casa...
La pantalla enseñaba un conjunto de seres sin nombres, una relación de personas anónimas. El productor y sus bien preparados secuaces eran quienes elegían la imagen que enganchaba, buscaban la foto singular, la que producía ternura haciendo que el telespectador se sienta encariñado con el personaje recién creado, o aquella otra que llamaba al asco, a la animadversión hacia alguien hasta ese momento desconocido.
Luego trabajaban la nueva cara, en programas, debates, entrevistas... y antes de que perdiera el interés, ya tenían otra foto con una nueva jeta con la que captar audiencia.
Pocos conocían que la mayoría de estas historias estaban ideadas antes, antes de ni tan siquiera haber soñado con la macro reunión, el CANAL108 disponía de las historias que necesitase, y si se acaban ¡se inventan más!
Una voz en of planeaba por encima de aquel reportaje, narraba miserias, penurias... contaba hechos que se producían al instante, anécdotas macabras sacadas desde el interior del enjambre humano formado en cualquier rincón, mas menos habitado de la península, hablaba superficialmente del agónico problema, no por que él quisiera, simplemente porque el fondo del asunto solo lo conocía Abul, el Mulá.
La cena era servida por Fátima, muy despacio servía los platos de los presentes, ¡no podía ir más ligera! Sus ojos estaban pegados al televisor y era bastante probable que derramase la sopa de cocido sobre algún comensal, Abul la sujetó tiernamente el brazo y la arrebató el cacillo de servir.
- Déjame, hoy seré yo quien os sirva a todos.- la voz del Mulá sonó hasta cariñosa.- No será la primera vez que me desviva por vosotros, pero tal vez si que sea la última...

Quedaron las enigmáticas palabras levitando en la conciencia de los presentes, ninguno de ellos rebatió la epitáfica frase, quizá la conciencia de todos estaba en las imágenes de la televisión.
Abul terminó de llenar los platos, mirando su reloj abandonó el comedor, no sin antes disculparse.
- Perdonad, tengo que llamar por teléfono.
Se acomodó en su despacho, el único lugar de la casa donde las ondas anti-móviles permitían la conexión, guardó las llaves de la habitación en el bolsillo y abriendo un cajón de la mesa cogió el móvil de tarjeta comprado para la ocasión.
Allí sentado, el Mulá, pensó gratamente en el plato de fideos abandonado, seguro que Fausta o Fátima se reconcomían al verlo enfriarse impunemente, una ligera sonrisa asomó entre su pulcra y cuidada barba.
Solo, en la media penumbra que proporcionaban las luces halógenas instaladas para tal fin, Abul dedicó una milésima de segundo a algo parecido a un acto de contrición:
“¿Y si  estuviera equivocándose? Él sabía, había manejado los hilos perfectamente hasta poner en jaque al gobierno español, pero, ¿sabía como parar esto a tiempo? ¿Tenía  suficiente poder para desconvocar lo que él nunca convocó?”
Soltó un manotazo al aire intentando alejar las ideas negativas.
“Hemos llegado hasta aquí para algo y ahora... no seré yo precisamente quien se raje”
Con su mano izquierda sujeto el teléfono, con la derecha buscó un papel en el fondo del cajón, ahí estaba, marcó el número del móvil que llevaba Omar.
El sonido repetitivo de intento de conexión martirizaba la oreja del Mulá, por fin una voz ronca se oyó en el aparato.
- Dígame.
- Soy yo Abul ¿donde estas?
- Estoy en el desvío de Las Rozas.- La respuesta del Moro fue igual de corta que la pregunta, esto es carácter o entrenamiento, en el caso de Omar daba igual que no lo hubiera entrenado, era así: parco y conciso.
- Párate en la primera área de servicio que encuentres, llama al número que tienes pegado en la parte de atrás del móvil, quedaros dentro del coche hasta que te llamen, una vez que Gamal se haya ido, llámame.
La conversación no daba para más, la orden estaba dada y Abul no tenía ninguna duda que sería cumplida.
Se estiró en el sillón hasta rozar la indecencia, conteniendo la respiración y forzando sus extremidades, como si con ello y, en los escasos segundos del ejercicio, fuera a expandirse ilimitadamente, era algo que le relajaba sobremanera.
 “Debería poder hacerse en público” pensó.
Mirando desde su trono, recorrió con la vista todo el despacho, sobrio, elegante, antiguo con pinceladas modernas ocultas, sobre todo impersonal. Si alguien propusiera el lugar como habitáculo de un arquitecto, tendría las mismas posibilidades que si se decantara por médico, político o corredor de seguros, ni una sola de las cosas o  muebles   allí almacenados habían sido escogidas por él, nada, absolutamente nada.
Las cosas, los objetos, todo lo inanimado le traía al pairo. Las personas si, esas las examinaba y elegía únicamente él.



“Que diferencia: sus alamares siempre fueron elegidos por otros, su vida, casi que también, no se le permitió el arraigamiento en ningún sitio por celos ajenos, pero esos celos nada tenía que ver con el amor, sin embargo, ahora que se acercaba el clímax de su Obra, veía... percibía, cada ser, actor o figurante... todo lo que rodeaba su cosmos, absolutamente todo... había sido creado o elegido por él, por Abul en primera persona”
Salió despacio de su indefinido despacho cerrando la puerta con llave, despacio también, procuró desandar el tramo hasta el comedor donde le esperaba la sopa... y sus elegidos compañeros de cena.
Habría transcurrido casi media hora cuando Abul retomó asiento delante de su plato, ninguno de los presentes siquiera había tocado la cuchara, una costra fina de grasa flotaba sobre el caldo evidenciando la riqueza en sustancia de la vianda. Nadie había probado bocado esperando al anfitrión, nadie... excepto Stanley.
Su plato aparecía vacío y su copa también... al igual que el resto de la botella de tres cuartos de blanco de Rueda.
La cara coloradota del espía denotaba ganas de gresca, el miedo a su destino y el alcohol, se escapaban por cada uno de los poros de su piel, disimulando el pavor que le producía Abul, se dirigió a él con cajas destempladas.
- ¿No hay más vino? Jefe, mulá, padre, rabino o como se le ponga en los huevos que le llame.
Como si un potente muelle tirara del cuello de los otros cuatro, volvieron al unísono sus cabezas. Sin perder la compostura, Abul se levantó encaminándose a la cocina para volver rápidamente con tres botellas, se sentó, pausadamente se acomodó, asió su cuchara llenándola de la sopa aun tibia, acercándola a la boca probó su contenido y, no había terminado, Fausta con un gesto de disgusto se levantó intentando recoger el plato de su sobrino.
- ¡Trae lo caliento, coño!
Abul hizo un ademán indicando a Fausta que devolviera el plato a su lugar, clavó sus ojos en Stanley a la vez que habló para los presentes con ese tono de párroco de iglesia de pueblo.
- Acaso amada Fausta no te das cuenta del detalle, si el caldo está cocinado con buenos productos, al enfriarse, todo lo mejor sale a la superficie, ¿no recuerdas las sopas del Campo? Por mucho que se enfriara nada flotaba, si acaso, ¡alguna mosca!- El Mulá decía esto para todos pero su mirada apuntaba al espía, no soltaba la presa, con el mismo son, continuó.- solamente, Fausta, exclusivamente lo que no tiene nada que ofrecer, necesita estar caliente para valer algo, las sopas del Campo y los cobardes son el mejor ejemplo, para las primeras su fuerza reside en el calor que da valor al alimento, para los segundos el alcohol, es el único combustible que calienta su sangre.
Dicho esto apartó con su mano en dirección al sicario las tres botellas de vino.
- Ribera de Duero, Rueda o Toro ¿los tomarás en copa o directamente te los inyecto en vena?
El comentario final del Mulá hirió en el fondo de su autoestima a Stanley, sudaba copiosamente, los dedos, agarrotados, oprimían el mantel de tal forma, que la parte de las palmas de sus propias manos que soportaban la presión, amainada por el trozo de mantel pillado, de sus uñas, quedó blanco como la leche, quizá en este momento era la única parte de su cuerpo donde la sangre no hervía.


León seguía muy atento el devenir de los acontecimientos, el Mulá comía placidamente, o eso al menos parecía, Fausta y Fátima hacían como si cenaban, pero sus ojos, pasando de un comensal a otro, delataban la tensión que tenían entre ellas.
El joven León notaba que su vecino de mesa estaba a punto de explotar, y así, de menos a más, primero sin atreverse a levantar, ni la voz ni la mirada, y, de repente, como abducido por los mil demonios que le carcomían, golpear con violencia la mesa a la vez que agarraba la botella vacía que tenía a su mano diestra, haciendo amago de levantarse, para, en ese instante... sentir una garra de acero prendiéndolo del cuello y notar el frío metal de un tenedor hincándose por encima de su labio superior, muy cerca de sus narices...
- ¡Si te mueves, te mato!- León, cuyo tren superior era poderoso, estaba demostrando que también de reflejos andaba sobrado.
La presión constante del tenedor sobre la piel de Stanley reventó algún pequeño vaso sanguíneo, y un reguero rojo bajaba desde encima de su boca, resbalando por la barbilla, para desembocar en el puño de la mano de León que le ahogaba, no dejándole apenas balbucear.
La puerta del comedor se abrió de par en par apareciendo Samuel, el coloso guardaespaldas portaba en sus manos un subfusil, en milésimas de segundo evaluó la situación, apuntando directamente a la cabeza de Stanley.
El tenso silencio que colmaba el recinto hizo parecer los segundos, horas, la cara desencajada de Stanley contrastaba con el relajamiento en las facciones del Mulá, incluso este, se permitió un esbozo de sonrisa al comprobar la eficacia del sistema de seguridad diseñado por Omar, apenas pulsó el botón de su alarma personal y el centinela apareció de la nada.
 Fueron segundos los transcurridos entre la entrada de Samuel y el gesto con la mano de Abul ordenándole retirarse, el Mulá volvió a colmar su cuchara antes de dirigirse, tranquilamente, a León.
- ¡Suéltale! No merece la pena que te manches las manos, de todas maneras ¡gracias, León, amigo!
Las tenazas formadas por el dedo índice y pulgar del lisiado aflojaron su presa, volviendo, de golpe, el oxigeno a la garganta de Stanley, unas marcas violetas adornaban ahora su cuello, mas tarde esas marcas se tornarían negras, el alivio causado en los pulmones al recuperar el vital aire, le provocó  un ataque de tos que parecía no tener fin, se le llenaron los ojos de lagrimas por los esfuerzos, e incluso, se le escapó algún pequeño escupitajo. Aún con todo esto, Stanley, no tuvo redaños para abandonar su silla, no fuera a ser que León malinterpretara sus intenciones.
- Si has terminado, puedes retirarte.-La voz del Mulá, teñida de sorna,  le habló cuando terminó de toser.- Llévate el vino, te hará falta para conciliar el sueño.
Acariciando su cuello, Stanley se levantó, sin mirar al frente arrastró sus pasos camino de la puerta, giró el pomo, dio media vuelta, sin alzar la vista, le preguntó:
- ¿Ya no tengo sitio en su Obra?
- Todo el mundo útil o inútil tiene cabida en la Obra.
- Eso ya lo sé, me he convertido en un mártir con fecha de caducidad, pero, ¿ellos? ¿Saben ellos donde van?
- ¡Vete ya ha dormirla! ¿Vuelvo ha llamar a seguridad?- intentó cortar Abul pero Stanley desde la puerta prosiguió.
- ¿Le ha explicado al cojo cual es su papel? Yo no le veo de guardaespaldas ¿y la gorda? Y... ¿la fea?
El dedo de Abul apretó de nuevo el pulsador que llevaba disimulado en su muñeca, Samuel agarró por el brazo al discrepante forzándolo hacia atrás, inmovilizándole.
- ¡Acompáñele a su habitación! ¡Cuando alguien no sabe mearlo, no debería de beberlo!
El guarda giró al reo encaminándole a sus aposentos, este, a pesar del dolor, ahora en su hombro forzado, todavía le dejó un recado al Mulá.
- ¡Abul! Se ha fijado, el guardia entró en la habitación y enseguida supo a quien proteger, me parece que el renco tiene mas poder del que usted piensa...
El discurso fue cortado con un tirón poderoso del brazo apresado que arrancó un grito de dolor del espía.
fragmento XXVII
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