jueves, 30 de junio de 2011

los nudos del hambre

¿HEREDERO II?
 FRAGMENTO XXXIV

- ¡Que ilusos! Ahora que tenía a la gente en el bote, cortan la entrevista, como se nota la falta de profesionalidad ¿cuanto quiere alargar esta comedia?
Stanley, dirigió esta pregunta directamente al Mulá, aunque sus gestos, atónitos, y su mirada buscasen el asentimiento de León. Este, con los ojos puestos en la televisión, evaluaba la situación, no pretendía dudar de la inteligencia de su mentor, pero al igual que al espía, la circunstancia, cuanto menos, le descolocó.
- ¿Ha ocurrido algo anormal?
Se animó a preguntar al Mulá, como no obtuvo respuesta volvió a intentarlo.
- ¿Va todo bien?
El Mulá los miraba sin verlos, los oía sin entenderlos, por fin, advirtiéndosele buscar el acopio de todas sus fuerzas, pudo mascullar.
- Seguramente. Todo va sobre los ejes marcados
Les dio la espalda para abandonar la estancia, y conforme salía les advirtió.
- Todos vamos en el mismo carro, queramos o no, estamos atados por el mismo yugo
Giro ciento ochenta grados, encarándose con ellos, ordenó.
- Alfred, tienes encima de tu cama un dictado de tu vida, debes leerlo ¡memorízalo! Te será fácil, es tu vida, sin trampa ni cartón. Únicamente, los técnicos de la Obra han dispuesto como debe contarse para que llegue a esos, a los que tú denominas masa.
Retrocedió asiendo el picaporte de la puerta para salir, a modo de despedida, dijo.
- León, hablaré contigo en treinta minutos. No me gusta que dudes, espero que tras la charla quedes definitivamente enganchado a mi Obra ¡es la tuya! ¡La de todos!
 Finalmente abandonó la estancia, sin prestar atención a Fausta y Fátima, que continuaban en el diván mas apartado, sin aparentar prestar atención a las palabras de los hombres, aunque la realidad fuera otra muy distinta.
Stanley, hizo un gesto de fastidio dirigido al Mulá y salió comentando:
- Creo que voy a estudiar, algo me dice que en este examen me va la vida.
León viró su silla enfrentándose a las mujeres.
- Fausta, deberías mover tu alguna vez, en los últimos quince minutos Fátima ha movido tres veces.
- ¡Demonio de hombre! ¿Acaso tienes ojos en el cogote?
La monja, tal si fuera una chiquilla pillada en falta, se sobresaltó, se incorporó costosamente del sofá y abandonó la partida, en su mente una sola idea.
“¿Por qué su sobrino la había ocultado la existencia del tal Stanley? ¿Que más se estaba callando?”
Sin pararse a reflexionar, se encaminó al despacho de Abul.
Fátima, plantada delante del tablero, intentó dibujar en su rostro una expresión amable, se levantó, apoyó sus manos en los robustos hombros de su hermano pequeño, inclinando la cabeza hasta situar su boca a la altura de la frente de León, le besó con un ademán huidizo, pleno de rubor, parecía que esta simple demostración de cariño entre hermanos la estuviera vetada.

León la rodeó con sus brazos, dándola fuerza, agradeciendo un gesto desconocido hasta ahora, reconfortada, buscó con sus labios la oreja del benjamín, en un susurro, solo acertó a decir.
- Ten cuidado
El hermano pequeño aflojó la presión del abrazo, esta vez fue él quien besó la frente de Fátima, sonrió y la sujetó la cara entre sus mano, hablando igual que si mimara un bebé.
- Ahora estoy preparado para protegerme, para protegernos, tú te has ocupado de mí durante tanto tiempo que has olvidado que soy yo quien debe velar por ti.
- No pienses en mí, yo no corro peligro, soy la chacha, el juguete de mi querida Fausta.- replicó Fátima.- Escuché al borracho el otro día en la cena y, tú también le oíste, pero... el problema es que el Mulá también piensa lo mismo, Tú eres el único que puede poner en entredicho su autoridad.
- Crees que no he pensado en ello.- León acariciaba el pelo de su hermana consiguiendo un efecto sedante sobre ella.- Si yo fuera el problema del Mulá, simplemente, no estaría aquí ¿No te das cuenta?
El hombre empujó suavemente los brazos de su hermana para incorporarla, prosiguiendo con su teoría.
- El Mulá no tiene un pelo de tonto, todos y cada uno de los que aquí estamos desempeñamos un papel, ya nos lo advirtió, aunque, puede que el papel que nos tiene asignado no sea el que al final desempeñemos.- Esto lo dijo con cierto tono sarcástico, luego, retomó su discurso confiado.- Mantente alerta, pon mil pares de oídos y cien de ojos en todas partes ¡Verás como también salimos de esta!
Volvió a atraerla sobre sí para repetir el gesto recién experimentado, se mimaron, se estrecharon con el ansia de dos hermanos reencontrados después de muchas penurias, ella dijo:
- ¡Ten cuidado! ¡Ten muchísimo cuidado!- repitió, ¡mil veces! ¿Quizás?

fragmento XXXIV
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