jueves, 23 de junio de 2011

los nudos del hambre


EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR
FRAGMENTO XXXIII 

El carrusel de empresas publicitándose de manera original y responsable tuvo que alargarse algo mas de lo habitual, la idea de recaudar dinero mediante llamadas de teléfono de los televidentes mientras se emitan ciertos anuncios seudo-solidarios, no solo había sido un éxito económico para el canal, sino que a la par, parecía haber comprometido a los telespectadores para no abandonar el programa durante los anuncios, ya que la cuantía  de dinero a ingresar por estas sociedades, era proporcional a la cantidad de gente conectada en ese momento al programa, haciéndose responsable así, al público del aumento o disminución del montante económico conseguido.
Ese retraso, comenzó a poner nervioso al Mulá, él ya se temía que pudiera ocurrir algo que trastocara sus planes, y había puesto los medios para solucionarlo.
“Era un código letal y sus hombres lo acatarían, Gamal ¡seguro! Estaba preparado... y, sino, el Moro, con el atuendo típico talibán, zanjaría su cobardía y crearía más perplejidad sobre el o los causantes de la ocupación”,   pero la incertidumbre que se ocultaba tras la ventana de cristal liquido, le tenía en un sin vivir.
Trataba de razonar las supuestas posibles opciones, todas ellas le llevaban al mismo destino.
“Si Gamal no hubiera actuado como debiera, Omar lo habría solventado, en cualquier caso, él y la Obra, solamente podían salir reforzados”
Con estos pensamientos, poco a poco, recuperaba la serenidad, eso sí, hasta que no hablara con el Moro no concretaría el plan a seguir.
Otra vez la emisión se vistió de luto para reemprender el programa allá donde lo había dejado, otra vez la música y las estampas afligidas creaban el ambiente oportuno para cauterizar el mundo, otra vez, y sin embargo, nunca igual, Ismail enamoraba con su voz a las audiencias...
En el estudio, ya recobrado el pulso a la transmisión, se había actuado con reflejos, si falla un invitado ponemos a otro.
Ismail Blanc sentía roto el alma, pero una máscara cubría su tez morena disimulando el dolor que emanaba de su ánima. Su as, su golpe más certero, su verdadera arma de conquista, era la voz, en ella se notaba duelo, algo imposible de solapar.
Habló lento, la añoranza de lo que pudo ser y no fue afloraba en las papilas de su lengua dejando un sabor amargo, el pecho contraído sobre sí, apretaba y asfixiaba el aire que debía emitir el sonido de su palabra, el sufrimiento reservado, estrangulaba el ritmo de sus frases...
- Nuestro entrevistado, el señor Gamal Said, parece ser que se ha sentido indispuesto. Esperamos que más tarde, otro día  tal vez, podamos volver a reunirnos.- respiró buscando fuerzas.- Sin duda, así será.
Ismail jugó con sus dedos dentro del bolsillo del pantalón con una pequeña cápsula. ¿Cuál era el motivo de su abatimiento? La muerte de Gamal o la posibilidad de su propio martirio. No lo sabía, continuo en su papel:


- ¡Seguro! Muchos de ustedes creen que el mayor progreso de la humanidad está en la medicina ¿estarían tan seguro si les contáramos que hay países en África cuya esperanza de vida no llega a los cuarenta años? Hoy tenemos una niña aquí, tiene quince años, allí, en su país, todo el poblado colaboró para enviarla en un cayuco a las costas de Canarias, llegó hace seis meses, tiene que acostarse con, al menos, cinco hombres diarios, para pagarse su comida, vivienda y pasaje, durante... los próximos cinco años, aun así, procura enviar, todos los meses, cien o ciento cincuenta euros a su familia. Así ¡va a lograr que su hermana pueda tener una oportunidad como la suya! ¡Marilyn!
El presentador cayó en un silencio abrupto mientras una chiquilla pintada como una puerta avanzaba hacia él, “seguro que esta vivirá más de cuarenta años”.
Inmediatamente recobrado el ritmo del programa, Abul cercioró el presentimiento que tuvo instantes antes.
Su corazón aumentó los latidos, llevando la presión sanguínea a un punto cercano al desboque, tomó aire varias veces y, pasado unos momentos prestó atención a la conversación que mantenían sus invitados.

fragmento XXXIII
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