jueves, 20 de enero de 2011

los nudos del hambre

LA DOCTRINA
FRAGMENTO XI

El tiempo pasa y la Obra va cumpliendo etapas, la paciencia infinita que demuestra Abul va teniendo sentido.
Él ha basado su éxito en el estrangulamiento de la opulenta sociedad industrial, ha aprovechado la llamada jactanciosa de la forma de vida de occidente para con el tercer mundo, se ha lucrado de la ostentación inmadura de las libertades y leyes de las democracias y, así, despacio, sin prisas, sin ningún tipo de alarde, introducir guerreros propios en todos los submundos de la puerta de Europa, de las clases urbanas a las rurales, de los bajos fondos a las altas esferas, infectando toda una sociedad.
El idioma prioritario y obligatorio impartido en el Campo era el castellano, ¡no se daban cuenta!
La puerta de Europa, el rellano de la abundancia está en España, simplemente ¡geografía!
Para los alumnos que tuvieron que sacrificarse en oriente medio o en las chiquicientas guerras santas o pecadoras, para los cientos de niñas enviadas a conventos cristianos europeos imaginarios en busca de una nacionalidad que compartir mas tarde, importaba muy poco su lengua, su manera de expresarse, a todos ellos solamente se les daba la consigna base, el logo que valdría mas que su persona, ¡hambre, hambre, muchísimo hambre! Grabado en sus frágiles personalidades junto con quien eran los culpables de su inanición.
 Todos los sacrificados, no importaban si eran muchos, cumplían un plan dentro de la Obra. Cada muerto y cada vivo eran una pieza valiosa del estudiado puzzle.
Gobiernos insanos, empresas sin escrúpulos, personas mezquinas siempre han existido y de todos ellos ¡ya era hora! Él, el Mulá Abul supo aprovecharse, aprovechó la codicia de toda esta gente.
Burdeles, drogas, atentados, asesinatos...
 ”Dadme dinero y os daré mártires.- les dijo.- Dadme dinero y pondré soldados en vuestros ejércitos.- les convenció.- Dadme dinero y os mantendréis en el poder”.
Y aquellos hombres basura creyeron encontrar un chollo, un iluminado que apartaba todos los escollos para que ellos, humanos inteligentes, siguieran amasando fortuna. Torpes, no veían, ¡tenían los ojos llenos de carne!
¡El ejército del Mulá lo estaban formando ellos! La tropa del Mulá estaba formado por desheredados, por millones de humanos a quien se les negaba titulo de personas, y con el tiempo, esos millones de humanos defenderían con su vida la Obra, sin importarles siquiera quien era Abul, el Mulá.
Él solamente tenía que colar, pasar por un cedazo una porción importante de esa marea de mortales para escoger los aptos, los válidos, los que con una formación suficientemente exigente se convirtieran en tentáculos, en prolongaciones de sus manos y sus palabras, en sus profetas.
Moldear las mentes infantiles en una religión confusa y sin nombre, suficiente para mañana conducirles al templo que interese ¡Era fácil!
La mayoría de los humanos se rinden al poder del hambre, pocos cuestionan moralmente la procedencia del alimento.
¡Esa era la misión del Campo! Algo que llevaba su tiempo, algo que requería mucha, mucha paciencia.
Los crios debían crecer, madurar, demostrar sus aptitudes y él, seleccionar.
La parte mas difícil del magistral plan ya había sido realizada, la baraja de sicarios del sentimiento estaba preparada, minuciosamente se eligieron y educaron para las diferentes especialidades necesarias, unos para agitadores de la chusma, otros como encendedores del odio a occidente, aquellos para cabecillas, esos para gregarios, estos... estos para lo que sea, para algo se usarán.
También dentro de la Obra encontrarían injusticias, las menos, y siempre por motivos del bien común, cuando se repartieron las cartas, a unos les tocó el as a otros ¡no!
Entre tanto material humano para satisfacer las necesidades, el Mulá encontró casi siempre el sitio adecuado para cada cual, si se equivocó tampoco nadie le iba a reclamar.
Soldados para agradar a los paganos en sus absurdas guerras, mártires para los ilógicos atentados, eran las dos categorías mas sencillas y, por tanto, las mas recurrentes.
Para los demás espacios a llenar se necesitaban siempre aptitudes, desde gobernar una patera, hasta sobornar a un aduanero tenía su aquel.
Pero lo realmente complicado era encontrar sus apéndices, aquellos que de verdad estuvieran llamados a ser protagonistas, Abul tenía claro que algo superior, algún dios, alguna forma infinita, trabajaba por sus desvelos.
Su vida era un carrera en pos de lo necesario para acometer su empresa, sus abuelos, sus padres, el rosario de personas que iban entrando en su vida, todos ellos encajaban perfectamente en el perfil buscado, absolutamente todos, Omar, Fausta, Stanley, incluso los nuevos Ismail y Gamal, pero sobre todo su predilecto, León.
¿La casualidad?
¡No! Alguna fuerza divina les colocó para ser encontrados por él, un ser superior halló la forma para que él, Abul, instruyese y modelase estas personalidades, por eso, él sabía que estaba en el camino correcto, conocía antes que nadie el desenlace de su Obra... él era lo mas parecido a un dios.
Exclusivamente faltaba por controlar el público de su Obra, esos que asistirían en primera línea a la puesta en escena del mayor atentado contra la civilización dominante jamás pensado, esos que con su conducta influirían pronunciadamente en la última etapa, aquellos que ahora eran el primer mundo serían los verdugos de su propia cultura.
Para eso también existía un proyecto, “por la caridad entra la peste”, y si conjuntamente la peste entra por tus ojos, la compasión de una plebe hipócrita haría lo demás.
Era la única pieza ajena a su cerebro, la fórmula para imponer un nuevo orden salió de la inteligencia de León, solamente él conocía una parte importante del conjunto de la Obra, los pocos que tenían nociones del gran plan sabían de la existencia de su parte, de la porción en la que ellos eran actores principales, no tenían ni idea del fin conjunto.
Muchos días y muchas noches Abul intentó dar aspecto al desenlace, y todos esos días y esas noches erró, unas veces en la forma, otras en el fondo, no conseguía elaborar la manera que le diera la victoria sin posibilidad de vuelta atrás, una tarde, tal vez la única tarde de su vida dispuesto a abandonarlo todo, se sinceró con León. No, no le contó la mitad, ni la cuarta parte del asunto pero, de pronto, a bocajarro le soltó:
-  Televíselo.
Y ahí se dio cuenta, en una respuesta, quizá poco respetuosa, encontró la solución.
Poseía los actores, la trama y el escenario, bien, vamos a metérselo por los ojos, vamos a llevar la miseria a los propios hogares europeos.
La televisión iba ha ser su escaparate al mundo, la pancarta acusadora señalando los corazones sensibleros. La televisión era el mejor salvoconducto para la Obra y sus actores, la tarjeta de visita de los invitados molestos.
Para el Mulá Abul, el chico, en ese momento dejó de ser un candidato firme a mártir, para León, sin darse cuenta, su mala contestación le salvó la vida... de momento.

Fragmento XI

LOS NUDOS DEL HAMBRE puedes comprarlo (7.50€ +gsatos envio en www.lulu.com