jueves, 28 de junio de 2012

amor veterano

¿Y yo que se ?: RELATOS DEL VIENTO: AMOR VETERANO  LOS MOCASINES Ciento cincuenta años sumaban entre los dos; setenta y cinco él por tres cuartos de siglo ella. De los cuales;...

domingo, 24 de junio de 2012

RELATOS DEL VIENTO

AMOR VETERANO
 LOS MOCASINES

Ciento cincuenta años sumaban entre los dos; setenta y cinco él por tres cuartos de siglo ella. De los cuales; alguno más de cincuenta llevaban juntos.
Aseados, bien vestidos y con olor a limpio entraron en la zapatería. Ella había decidido que su marido debía de estrenar calzado.
Agarrada del brazo de su esposo increpó a quien quisiese escucharla.
¿Aquí quien atiende? casi la precedió en su entrada su voz, alta y carrasposa.
Un dependiente veterano fijó su vista en la pareja. Sopesó las posibilidades que tenía de lograr una venta y convencido acudió solícito.
Buenos días. ¿Le valgo yo a la dama?
El comercial se hizo el gracioso con la señora, al mismo tiempo que la dedicó una amplia sonrisa tratando de ganársela.
“Ella es la de las perras.” Su vasta intuición mercantil ya le había avisado.
―Mira majo. Quiero unos mocasines de color para este —informó la señora señalando al marido.
―Que sean buenos y mollares, que este es muy delicao de pies.
De un pequeño tirón, colocó a su pareja frente al vendedor y le incitó.
―¡Pero díselo tú, que son pa´ti coña! A este aquí le da igual, pero luego me viene a mí con las monsergas ¿sabes majo?
El hombre la miraba sumiso y con un gesto entre amable y bonachón. Parecía importarle muy poco las acusaciones de su esposa. Con las yemas de sus dedos aplicó unos golpecitos sedantes en el  dorso de la mano de ella, que aún seguía colgada de su brazo.
―Que cosas tiene esta mujer. Sáquele usted algunos zapatos que los vea, y si eso… ya me voy probando yo.
—Ves lo que te digo majo, a él, que se lo den to hecho.
El comerciante atendió servicial, buscó varios modelos para que la mujer escogiese. Ella los agarraba, los olía, los sobaba y por fin, los que creía oportunos, se los daba a su esposo para que él, se los midiera.
—Este de tono claro me va de perlas. No me manca y se adapta a mi pisada —comunicó el marido.
De inmediato recibió la regañina.
—¡Nos ha jodio, cómo tú no los limpias, a ti te da lo mismo! Cógete otro más oscuro ¿verdad majo?
Ella buscaba la connivencia del comercial. Este observó a la pareja con simpatía ya que le estaban provocando una gran ternura. Ella era una mujer grande que de joven debió de lucir un tipazo, ahora, aunque los trabajos y los años mutaron todo en más ancho, conservaba un buen cuerpo, envidiable para su edad. Marcaba un pecho grande y alto, unido eso si, con la tripa amplía —recuerdo de cinco embarazos— pero tensa y dura. Vestía en tonos ocres, discretos, pero enseguida reparabas en ella por el aroma a jabón de cantero de toda la vida. Se la notaba una mujer capaz y a gusto por controlar su vida y la de su marido.
A él se le veía cómodo en su papel; regañado y mimado en partes iguales. Bajo una apariencia sumisa se adivinaba un hombre conquistado, enamorado. Dependiente y orgulloso de serlo, de los cuidados de ella, aunque estos desvelos no pudieron sujetar el pelo en su cabeza, ni aminorar la crecida de una gran panza esparramada, imposible de disimular aún subiéndose los pantalones de tergal cuatro dedos por encima del ombligo, que al menos le servía para sujetar la camisa de alguna forma. La esposa lo llevaba como un pincel y él se bañaba en Barón Dandy por complacerla; bien sabía él que ella era muy maniática con los olores y las presencias; una y otra vez repetía:
“Según te ven, asín te tratan“
Cada vez más convencido —el vendedor— de que el trato debía cerrarlo con la doña, se olvidó del marido, y redobló las lisonjas y ofrecimientos con la mujer.
—Mire usted éste —dijo refiriéndose al enésimo par de zapatos que mostraba—, es muy cómodo, es oscurito y además, muy elegante. Va a presumir de esposo.
—Bien que pueo presumir de él, majo —dijo con una voz apenas audible. —. Ha sio, de siempre, mu trabajador y no hubo primeros que no me haya llegao el sobre intacto. Ahora, desde que se jubiló me sisa algo. ¡Pa algún chato! sabes majo. Pero es mu bueno y mu bien mandao.
Miró a su marido con una devoción inesperada en aquella dura mujer para, derepente volver al tono de voz habitual.
—¡Vámos acaba! Nos han sacao media tienda y tú no has encontrao, entoavía, árbol donde ahorcarte  ¡coña!
—Yo creo que me voy quedar con los de color claro que te gustaron —mintió el hombre.
El dependiente, de inmediato, le dio su apoyo buscando cerrar la venta.
—Los de color beige. Modernos, muy originales y agradables al tacto. Tiene buen ojo la señora.
—¡Vaya par de tunantes! Como se nota que vosotros no los vais a limpiar. ¡Venga majo! Ponnos los de color panza burro.
Una vez pagados los zapatos, del monedero de la mujer —el cambio del efectivo se lo quedó el hombre— la pareja abandonó el establecimiento de la misma forma  que llegó: agarrados del brazo.
Ella presumiendo de marido y él, tan feliz con su mujer.
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fecarsanto 2012
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