sábado, 8 de marzo de 2014

RELATOS DEL VIENTO


Café para todos
 MUJERES, HOMBRES Y VICEVERSA


El local rebosa de vida, está de moda y decenas de personas acuden a él a diario. Alrededor de una mesa de forja con cubierta de mármol blanco, cuatro personas discuten sin ponerse de acuerdo sobre el eslogan que debería aparecer en los carteles de las jornadas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres. Reunidos en un bar amplio que a la vez trasmite una sensación de intimidad —intimidad proporcionada por estratégicos biombos de apenas un metro, que no ocultan a nadie, pero parecen delimitar conversaciones— dejan que sus voces fluyan altisonantes en busca de una aleación perfecta con los sonidos habituales del local. Entre risas mezcladas con el ruido de la cafetera al calentar la leche y suspiros cómplices que arropan el incomodo triquitraque del molinillo, recrean un ambiente familiar que solo molesta al cazador de confidencias ajenas. Debaten vivencias enmarcadas en una atmósfera, densa y casi vitamínica, realzada por el aroma del torrefacto. Hablo de un café café, pues en este establecimiento solamente se vende ese producto; solo, con leche, con hielo, descafeinado, corto o largo, pero únicamente café, y al mismo precio en cualquiera de sus formas; el valor de la esencia es el mismo, no se cobra por el disfraz exterior.
Los presuntos creadores del lema tratan de apartar frases manidas, pero sobre la mesa solo hay rebujos de papel desperdiciado con ideas tachadas y dos pares de tazas vacías. Salieron de la oficina a buscar inspiración entre el gentío, pero no han hallado nada original. Uno de ellos, un hombre trajeado y con bigote, se reclina en el respaldo de la silla y resopla ante la ceguera de su mente. La mujer que tiene a la derecha juega con el piercing del labio, tal vez pretende dar cuerda a la imaginación. Frente a ella, un varón rapado y con tatuajes en el cuello masajea su calva como si fuera la lámpara de Aladino y él esperara la aparición del genio. Otra mujer completa el cuadro. Con traje de chaqueta recto y media melena de reciente peluquería trastea un bolígrafo entre los dedos y observa el desanimo de sus acompañantes. Hace un gesto con las manos como si quisiera envolver el recinto y levanta la voz lo suficiente para llamar la atención de sus compañeros.
—Mirad este lugar. Nadie repara en el sexo del que sujeta la taza de café. Ninguno es igual al otro y nada les hace diferentes.
—¿Qué quieres decir? —se interesa el tatuado—. Somos iguales cuando estamos de risas y no hay pasta de por medio...
—No, fijaros en las mesas —corta el del bigote—. La mayoría son amigos que comparten con sus afines, pero a la vez interactúan con otras personas; al convivir en el mismo espacio cooperan para que el establecimiento funcione como un aglutinador donde todos estén cómodos.
Los cuatro publicistas observan absortos a los distintos grupos que dialogan, salen o llegan al popular café. Ven las sonrisas cómplices, entre desconocidos, ante el gesto rápido de unos por atrapar la mesa que otros dejan. La presteza con que intercambian los azucarillos o las servilletas de papel. Personas anónimas que se reconocen en idénticas situaciones y se emplean como les gustaría que hiciesen con ellos. Mujeres y hombres creando un universo agradable a otros hombres y mujeres. La pensadora del piercing se pone de pie sobre la silla y golpea con la cuchara un vaso de cristal; a la vez levanta la voz:
—¡¿Podéis escucharme un minuto?!
La sala calla en el acto. Todas las miradas convergen en aquella figura encaramada en el asiento, antes que los murmullos recobren fuerza pregunta:
—¡Mujeres! ¿Por qué venís aquí?
El silencio hace notar que hay un televisor encendido, lo ha estado siempre. La clientela no entiende la situación; alguien se cree víctima de una broma. En el fondo del local, una chica con el pelo naranja se incorpora de su banqueta y contesta.
—Por el café.
Una aclamación general acompaña la respuesta.
—¡Ahora los hombres!
—Pues por lo mismo, por el café —corrobora un señor de la mesa contigua.
—Gracias amigos, por lo que veo el café no tiene sexo —bromea la mujer mientras se sienta entre una carcajada general.
El dueño del negocio deja la barra y se acerca solemne a la mesa donde divagan las cuatro personas, de forma jovial sentencia:
—El ser humano no tiene género, el sexo del individuo es solo un matiz.

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