domingo, 12 de diciembre de 2010

los nudos del hambre

LOS CAMINOS DEL SEÑOR...

Fragmento VIII

Muy rápido, lo más rápido posible, Abul se desplazó de Amman a Córdoba, vía Madrid, en un tiempo record... demasiado lento.
El entierro, ¿qué entierro no es triste? El gobernador no sumaba demasiados amigos, familiares pocos, lejanos y todos ellos ninguneados en las escasas ocasiones que se rebajó a cruzar algún monosílabo con cualquiera de ellos.
Viendo pasar la corta procesión, un espectador neutral deduciría que el muerto no era una gran persona.
Solo él, Abul, daba la impresión de sentir pena, aunque la verdad, lo que le dolía, es que el maldito testarudo no le dijera por teléfono el motivo de su extraña llamada...
Sintió como le sujetaban del brazo, era su aya española.
 Le abrazó entre gimoteos y reproches:
        -      Cinco años que no te veo, y eso que a Córdoba, estoy segura que has venido.
        -      Aya lo siento... estoy muy liado... no tengo perdón... ¡cuánto me alegro de verte! Descuida, que te voy a compensar... ¡dame un beso!
Abul se sonrojó como un quinceañero, solo sus ayas eran capaces de secarle las ideas y dejarle sin palabras.
Su aún empleada, de un contento, que se ruborizaban las estatuas del cementerio, aferrándole del brazo le comentó:
- Silencio zalamero. ¿No pensaras que estoy aquí por él? El muy “cabrón” me conocía bien. Tenía seguro que cuando me enterase que tu venias, haría lo que fuera por verte. En fin... toma... me dio una carta...
La rodeó por los hombros con una sincera alegría, la arrebató de un tirón la misiva, guardándola en el bolso interior de su chaqueta, y con tono jocoso la invitó:
- Tú y yo nos vamos a merendar al centro, mientras, al abuelo lo ponen cara al sol...
 La tarde de Córdoba, se fue apagando. En el palacio de la melancolía no quedaba sino silencio y soledad, un cementerio no es sitio para reproches, sin embargo, su nuevo ocupante, no tuvo quien lo llorara.
Sobre la lápida, una corona:
“El Movimiento no te olvida”
¡Que ironía!
El otrora Excelentísimo Gobernador de Córdoba estaba quieto, parado, esperando que su Dios le juzgara.
Velándole... nadie.
Abul se despidió de su aya, prometiendo todo lo que quisiera que la prometiera, y sabiendo los dos, que ninguna de las promesas podría cumplirse, aun así, ambos estuvieron contentos, de hacerlas y de recibirlas.
Se encaminó hacia la casona del Gobernador lentamente, no le gustaba la idea de dormir allí, no por ningún reparo especial, simplemente, ahora, ya, la cabeza la tenía en Afganistán.
El Gobernador le guardó el sobre que contenía la carta, dentro de otro amarillo. En este último, se podía leer:



A/A de ABUL
Por  favor, ábrela en mi casa




“Haré una gracia al viejo”. -pensó.-“Si esto es su último deseo, no me cuesta excesivo trabajo”.
Quizá Abul, en su fuero interno, no estuviera demasiado contento consigo mismo por no sentir, ni poco ni mucho, la muerte del Gobernador, así, lavaba un poco su conciencia.
Apresuro el paso, la mano dentro del bolsillo de la chaqueta sobaba una y otra vez la carta, pudiera pensarse que en su subconsciente quisiera borrar su contenido.
Sentado en el despacho de su abuelo, con el sobre amarillo lacrado entre las manos, un hálito de desconfianza parecía impedirle abrir la carta.
No notó hasta estar allí solo, el intenso y pegajoso olor de la casa. Apenas llegar, dijo al servicio que se retirara, necesitaba intimidad con sus recuerdos y sus pensamientos.
El despacho, el dormitorio, la cocina, los baños, el salón, incluso el jardín, todas las, dependencias, no, mejor, todo el espectro de la casa, toda la sombra de la vida del Gobernador olía a soledad, olía a reproche, emanaba un aroma amargo a vejez, a fin de un ciclo.
Abul rasgó el lacre y se encontró con la inédita escritura de su abuelo, era una letra alargada y pequeña. “Como su alma”. - pensó.


                                                               Querido nieto:
He intentado decirte lo siguiente muchas veces, ninguna he sabido.
Te he querido mucho, a mi manera que no es la mejor, pero no he encontrado la forma de hacértelo saber...  quizás no sepa venderme, da igual, así veras que lo que te voy a pedir solo se lo demandaría a alguien en quien tuviera una fe ciega.
Vamos por el principio:
Tú no conociste a tu abuela que en paz este, se la llevó Nuestro Señor cuando dio a luz a tu padre. En esta casa desde entonces no ha entrado ninguna mujer, ella era la señora y así, debe de ser.
Yo estaba muy enamorado, aunque no lo creas, también tengo corazón,  entendí  que
Nadie debería ocupar su sitio.
Pero la carne es débil, la mía más débil que la de nadie.
En estos, mis aposentos no hubo otra dama, puedo jurarlo, fuera de ellos, dama o lo que fuera, lo único con faldas que respeté, fueron los curas.
Te cuento esto por que fui un cobarde, tu padre por amor, renunció a su religión, y si hubiera hecho falta, hubiera renunciado a su vida. Yo no, yo no he sido capaz de privarme de nada por nadie, ni tan siquiera de tiempo.
¡Bien!, ¡Vamos al tema!
Tengo dos hijos, una mujer algo mayor que tú y un hombre, más o menos de tu edad.


Al llegar aquí, Abul, levantó los ojos del papel, lo que estaba leyendo le hacía descubrir otro hombre.
“Así que tenía tripas el golfo”
Se levantó al mueble bar sirviéndose un Chivas Regal doble, necesitaba el calor del whisky.
-Hijo de puta... dos hijos... si me pinchan no tengo sangre.- Se comentó así mismo.
.Mirando la foto de su abuela, en un marco de plata, encima de la biblioteca, encendió un cigarro, de los que tenía el viejo en la mesa, no se tragaba el humo, ¿para qué? No sabía ni quería fumar. En estos momentos, necesitaba tener algo entre los dedos, algo que supusiera un mínimo entretenimiento, que le ayudara a procesar la noticia.
“Joder con él de los votos... joder con el celibato. Dos hijos... ¡qué cabrón con patas!”
 El copazo y el habano, fueron más que suficientes, para ponerle los ojos vidriosos y embotarle ligeramente la mente.
Parecía mentira que no le azuzara la necesidad de terminar la carta, el último renglón le dejó ensimismado, no conseguía centrarse en otra cosa que la cara del Gobernador, una y otra vez, su cerebro lo procesaba, y una y otra vez, retornaba la misma jeta engreída de su abuelo.
Varios intentos por continuar con la lectura e idénticos fracasos después, Abul decidió despejarse un poco, salió del despacho y se encaminó a los aposentos del finado.
- ¿Qué motivo tendría este hombre para querer que la leyera aquí?-se interrogaba, como si el espectro de su abuelo tuviera que darle la respuesta.
- ¿Qué coño tengo yo que ver con su historia de paternidad?
Se tumbó en la cama vestido, la luz mortecina, el cansancio, las emociones, el vapor del whisky...
Vencido por Morfeo, cayó en manos de una pesadilla, entremezclados, el Gobernador, el Emir, sus ayas, un niño y una niña llorando... Afganistán, disparos, sangre... un hombre y una mujer llamándolo... las caras de sus abuelos, risas... llantos... el cementerio, un avión... ojos... ojos inyectados en sangre...
Despertó sudando, apenas estuvo dormido cincuenta minutos y le pareció una eternidad.
Abrió de par en par las ventanas del dormitorio, necesitaba expulsar el aire reconcentrado de la habitación, caminó en pos del baño, se notaba sucio, contaminado por la mentira que flotaba en cada poro de la casa, era prioritario quitarse el hedor a falsedad que notaba en todo su cuerpo. Pronto notó que no solo él, sus ropas incluso su alma olían de ese modo.
Abrió la puerta de la calle y entró en la noche cordobesa, al principio iba como lelo, poco a poco, la ciudad penetró en él, primero en sus ropas, luego en su cuerpo, por fin... en su alma.
Ya era dueño de sí mismo.
“Estaba abierto a todo tipo de ideas y actitudes”. -pensó.-“Pero la leche era blanca y el Gobernador un hijo de puta que le iba a complicar la vida”.
Sus pasos le encaminaron cerca de la antigua gran Mezquita, allí, no tuvo excesivos problemas para divisar un pequeño hotel, no era gran cosa, pero tenía cama y baño, suficiente.
La ducha, tonificó sus músculos, incluso, le hizo soltar la adrenalina que rezumaba por su cuerpo.
El largo paseo y el agua caliente a presión, le habían despejado, y de nuevo, notó las ganas de leer la carta, de continuar descubriendo la vida escondida de su abuelo.
Solamente cubrió su cuerpo desnudo con la sabana, no osó colocarse, ni tan siquiera el calzón, en su subconsciente aun, sentía aquel putrefacto aroma.

Comenzó a leer, desde el principio, despacio, examinando cada silaba, cada palabra, buscando a todo, un doble sentido... justo, cuando llegó al último párrafo conocido...

Tengo dos hijos, una mujer algo mayor que tú y un hombre, más o menos de tu edad.

Abul, inspiró aire, tragó saliva y continuó leyendo...



    No sé ni como se llaman, y no me arrepiento, la madre de la mujer era una castellana, de Medina del Campo. El hombre es hijo de una extranjera, sueca o inglesa, yo que sé, rubia.
Sabes por experiencia que no dejo en olvido mi sangre, ninguno de los dos nacidos, ni sus madres, podrán decir que les ha faltado un duro mientras yo he vivido. Dirán las mariconadas esas del afecto, del cariño, de la protección de un padre... lo que yo digo... mariconadas. Tú eres huérfano, y no has necesitado de esas pijoterias para hacerte un hombre.
Lo dicho. “Poderoso caballero es don dinero”, de eso, nunca han carecido.
Aquí, es donde entras tú.
Para mí, tu solvencia ética esta fuera de toda duda, tu patrimonio, muy superior al que tu abuelo, el Emir, y yo te donamos en su momento, cuando menos demuestra, unas aceptables dotes como gestor.
Por todo esto, por arrancarme el poco cariño que he donado al mundo, y no nos engañemos, eres el único familiar que tengo al cual la cabeza le sirve para algo mas que peinarse, he dispuesto que seas el principal y singular heredero de mis bienes, algunos, ya lo hablaras con mi abogado Sr. Núñez-Recio, son perfectamente legales y tangibles, otros, los mas importantes, corresponden a títulos, terrenos, derechos, explotaciones, en fin cosas del antiguo régimen que al igual que yo le he sacado partido, tu sabrás aprovecharte, lógicamente todos los documentos y papeles de los “otros negocios” están a buen recaudo.
Si como te he pedido estas en mi casa, debajo de la mesa de mi despacho, bajo la alfombra, hay una tabla de la tarima suelta, levántala, por el reverso de la madera frota ceniza, el número que sale es el que abre mi caja fuerte.
Una cosa mas, tómatelo como un deseo póstumo.
Son mis hijos, mi sangre y la tuya, en la caja de seguridad encontraras los números de las cuentas donde les ingreso su mantenimiento, puedes encontrar algo elevadas las sumas, no seas tacaño, tienes para eso y para mucho más.
Confiando en ti, me despido, si esta carta está en tu poder, quiere decir que yo estoy muerto y enterrado, mejor, me he ahorrado mirarte a los ojos para confiarte mis pecados.
Reza por mí, a tu Dios, al mío o al de los dos, nunca he sabido tu religión, ni me ha importado.
Un abrazo:

Exmo.Sr.D. Santiago Agüero San José

GOBERNADOR DE CÓRDOBA



Anonadado, terminó la lectura.
 “Este hombre es tan impersonal, que hasta en esta carta utiliza un tampón para estampar su firma.”
Abul, notó de repente, en la boca del estomago nauseas:
“Este decrépito viejo hipócrita, no solo ha vivido una mentira, sino que, además pretende que yo la continúe...”
“¿Qué me cuenta? La falta de un padre lo tapo con dinero y me quedo tan oreado. ¿Qué sabe él, ni nadie, lo que siente un hijo?”.
“¡Manda huevos! No le importa, ni tan siquiera como se llaman... ¡y las madres! La castellana y la rubia. ¡No te jode!”
Se sentía indignado, otra vez, comenzaba a polucionarse con el olor, el sudor ácido le empapaba el alma, el fétido aroma, no le entraba por la nariz, lo percibía por el corazón, a través de la sangre, anegaba su cuerpo y espíritu.
¡Cuanto tiempo había pasado!
A día de hoy, veinte años después, cuando evocaba aquel pasaje de su vida, aún sé sentía manejado como un títere, pero si lo pensaba bien, fue ese preciso instante el que cimentó su Obra.
El Gobernador se había salido con la suya, Abul, económicamente un potentado, no encontró ningún problema para llenar las cuentas corrientes de sus nuevos tíos.
Eso sí, no los regaló nada, tanto el uno como la otra, tenían su cometido, encajaron perfectamente en su plan... era como si una mente superior adivinase cada una de sus necesidades, y se las sirviese en bandeja.
En Afganistán, percibió el verdadero desequilibrio entre civilizaciones, apreció como una banda de hambrientos, de seres sin nada que perder, era capaz de aguantar y vencer a toda una potencia, comprobó lo que él siempre tuvo claro, una vez expulsado un opresor, occidente regalaba otro, uno distinto, diferente, otro tirano a la postre si, pero este mas peligroso si cabe. Normalmente elegían uno o varios “Salva patrias”, aceptando convencidos todos los, de por sí, ignorantes luchadores, que eran ellos, “los muertos de hambre”, quienes erigían a esa posición al nuevo déspota.
Convenciéndose ellos mismos:
¡Hemos hecho una guerra!
Hemos visto morir mujeres y niños, propios y extraños.
Hemos creado un país donde el hambre tardará decenas de años en saciarse.
Hemos condenado, dos o tres generaciones de nuestro pueblo al desencanto y la desesperanza.
¡Lo hemos conseguido!
Hemos cambiado... un dictador por otro.
Siempre así, Cuba, Corea, Sudamérica, Centroamérica, África... y ahora, Afganistán.
Esto, esto es lo que hay que erradicar, cientos de miles de muertos, al final, ¿para qué? ¿Para quedar todo igual?
“Hay que cambiarlo”
Abul se lo repetía interiormente:
“Hay que cambiarlo”.
 “Esos ojos inyectados en sangre... Ese desprecio por la vida propia y ajena... Ese sentimiento irreal de no importar nada...”
  “Todos los hombres, desde que el mundo es mundo, sienten miedo a perder la vida cuando poseen algo en ella, pueden temer por sus bienes, por sus seres queridos, por sus ideas.”


“Existe en el mundo hoy, cientos de millones de personas que no tienen miedo, ¡no tienen nada que perder!, alguien tiene que canalizar todo ese poder, es mas fuerte que el dinero, que el petróleo, que las armas...”
“Es el poder de los desheredados”.
“El poder de esos millones de niños que aún bebés, intentan chupar el pellejo seco que tienen por teta sus madres, no sacando de allí mas que el sabor salado del sudor”.
“Ese poder, el poder de no temer nada, por que nada tienes”. “El poder del hambre”. 
“Quien sea capaz de manejar el hambre, manejara la historia”.

fragmentoVIII



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EL INICIO

Fragmento VII

Con la muerte del Emir, algunas de sus empresas pasaron a su propiedad, el abuelo árabe pensó en su nieto medio cristiano. No pudo cederle favores políticos, pero, en los económicos, se excedió. Ni él, ni los nietos de sus nietos, necesitarían trabajar para llevar una vida opulenta.
Abul, se encontraba en Amman, la muerte del Emir... si, le había molestado, si esa era la palabra, molestar, no lo sentía, el roce hace el cariño, y entre él y sus abuelos, en plural, siempre corría una gran cantidad de aire.
“Cualquier rato, me avisarán del Gobernador, él, como antes el Emir, está pidiendo tierra a gritos”
Aprovechando su salida de tierras afganas, estaba preparando algunas cosas: medicinas, material quirúrgico y algunos enseres más, que luego, sabía por experiencia, le iban a hacer falta.
 Pensaba volver al frente ya, en pocos días.
Esa noche, no podía conciliar el sueño, tumbado en un sofá, llevaba al menos, tres horas en un estado semi-inconsciente, como en trance, hablando a su conciencia:
“Lo más fácil en esta vida es llevarnos bien. ¿Por qué lo complicamos? Cada día tengo mas claro que todos los pueblos, en su momento, recibieron el mismo mensaje.
Unos ni tan siquiera lo escucharon, otros, los peores, lo interpretaron como a ellos les convino. ¿Acaso los cristianos obran según las enseñanzas de Jesús? ¿Y Mahoma?, ¿Estaría de acuerdo con sus actuales seguidores? Incluso los pensadores modernos, ¿qué diría Marx de los países llamados socialistas?
Todos sabemos la solución, ¿no hay nadie que se atreva a decirlo? ¡Decirlo es muy fácil! ¡Todos somos iguales, todos somos hermanos!, Todas las religiones, todos los pensamientos inteligentes de cualquier ser humano, nos llevan en la misma dirección. ¿Por qué? ¿Por qué nos empeñamos en destruirnos? ¡Que fácil es decirlo!
Si, mas no basta con decirlo, no, es mejor no decirlo, ¡hay que actuar! Hay que aprovechar la coyuntura montada.
 Para cambiar el mundo, necesito soldados.
 No, no soldados con fusil, soldados con ideas, guerreros con esperanza, sicarios del amor.”
Abul, en lo más recóndito de su corazón, todavía sin matizar, tenía un plan, un plan para comenzar muy pronto su Obra.
Mientras soñaba, se rozaba repetidamente... ligeramente... las puntas de las uñas de los dedos pulgar y anular, alguien le dijo que hacer esto, hacia que tus deseos se cumpliesen, ¡por sí acaso!
Sonó su móvil.
El repetitivo son le hizo volver, alargo su mano, y a tientas buscó el aparato. En el luminoso, pudo leer:

GOBERNADOR
 
 -  Abuelo, buenas noches, ¿a qué se debe su llamada?- extrañado, preguntó.
En el otro lado, le respondió una voz débil, apagada, triste.
-  Hijo, no sé dónde estás, tengo que verte... ¡esto se acaba!, necesito verte
- Abuelo, ¿está usted bien? Tranquilícese, cuénteme. ¿Qué le pasa?
- Mira hijo, lo que tengo que decirte, no se dice por teléfono.- la voz del gobernador, cada vez, se oía mas clara.- Quiero que vengas ahora.
- Abuelo, no se preocupe, la semana que viene...
- No se como coño tengo que decírtelo. Ahora.
El teléfono se cortó, su abuelo le había colgado. Abul, estaba desconcertado, no por que le colgara el teléfono, ni por el tono final de la conversación, justamente, por todo lo contrario, por el inicio de la llamada. Poquísimas veces tenía el honor de hablar con su abuelo, ¡para qué engañarse! Una vez al año, por navidad.
Pero, los rasgos de amargura y decaimiento notados al descolgar...
Presionó la tecla de rellamada...
- ¿Abuelo?
- ¿Qué parte es la que no has entendido?
La respuesta fría del Gobernador, robó el mínimo sentimiento de culpa  que pudiera haber albergado, dolido, intentó de nuevo establecer una conversación:
- Abuelo, no se preocupe, el próximo avión que salga para Madrid, es el mío.
- Me alegro, es lo que debes de hacer.
 Le volvió a colgar el teléfono, Abul no daba crédito:
” No tenía necesidad de ser tan “capullo”, pero... este si, este si era el Gobernador.”
Recordó con una media sonrisa
Se dispuso a preparar su valija, contaba con un sin fin de empleados, pero su maleta, siempre la disponía él.
 - Debería llamar a Madrid, necesitaba un coche, antes hay que llamar al aeropuerto de Amman, voy a necesitar reserva, ¡bah!, Me sobran contactos. ¡Aya! Salgo para España en menos de una hora.

fragmentoVII



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