jueves, 11 de noviembre de 2010

los nudos del hambre

EL CAMPO
fragmento III
-   Samuel ¡Samuel! Espabílate.- Dimas zarandeó a su hermano pequeño – Dentro de nada abrirá Fausta la cazuela, si no estamos en la cola, tendremos que esperar que vengan las enfermeras y ya sabes que las raciones que quedan siempre son más pequeñas.
El pequeño abrió los ojos como pudo, ya no tenían demasiada fuerza las legañas y él, cada vez tenía mas. Se incorporó, no quería ser un estorbo para su hermano, desde que aquellos hombres de uniforme se llevaron a su madre Dimas había cuidado de él, le cubrió con su ropa cuando la fiebre le hizo tiritar de frío, le abrazaba por la noche para que pudiera dormir, incluso ahora, dos años después de haber llegado al Campo, le daba parte de su ración, aunque por la noche cuando se abrazaba a él, le oía rugir las tripas. Dimas era muy valiente ¡ya tenía quince años!
Poco a poco Dimas y Samuel se acercaron a la fila de famélicos niños, todavía quedaba tiempo suficiente para conseguir una buena posición, luego, esta se retrasaría cuando llegaran los mayores, pero siempre era mejor que cuando esto pasase te pillara lo mas adelante posible.
Fátima, Ismail y León ya estaban colocados cuando llegaron, Dimas había hecho buenas migas con Ismail el segundo de los hermanos, tenían aproximadamente la misma edad y aproximadamente la misma situación:
León, el hermano pequeño de Ismail, perdió su pierna en el camino, una de las muchas minas que quedaban de la antigua guerra... ¡ahora había llegado la paz!
O eso decían.
Fátima la hermana, catorce años, no hablaba, tenia la cara destrozada por el culatazo de un fusil, un soldado se lo propinó por no dejar de llorar mientras la violaba, ¡debe de dar gracias! No estaba muerta con  las tripas desparramadas, como su madre.
En resumen, gracias al estallido de la mina antipersonas, fueron localizados y pudieron ser trasladados al Campo...
¡Qué suerte! Los tres hermanos también fueron recogidos por el Moro, como casi todos, allí vivirían casi ochocientos. Si estos chicos fueron encontrados por un solo hombre y su patrulla ¿Cuántos no habrían sido hallados? ¿Cuántos serían descubiertos por bandas paramilitares o aun peores? Los que allí vivían tenían suerte ¿suerte..?
Tilín, tilín
 ¡A  comer! Fausta, una enorme mujer de cuerpo y de alma, gritó con su voz de flautín, que no correspondía con su humanidad, casi dos metros y casi cien kilos,  imposible saber como conseguía llenarlos, seguro que se alimentaba cada vez que conseguía que sonriéramos, y muchas veces lo lograba. Era lo mejor del Campo.
 Cientos de piernas, codos, puños... con una sincronización perfecta, lograban en pequeñas batallas su posición en la fila, todos los días era así.
¡Todos los instantes¡ todos y cada uno de los pequeños logros del día eran una batalla, comer, beber, dormir, jugar, mear... ¡qué mas da¡ siempre había alguien a quien se le ocurría lo mismo en el mismo momento y si no lo había, aparecía alguno que estaba aburrido ¡total por joder ¡
Así día tras día… mes tras mes… año tras año…
Un sonido seco, redondo y autoritario ordenó la fila. Era el ruido del choque de las palmas de Omar:
 -¡Cojones, ya!


Era oír, ver, incluso, notar la presencia del Moro, y el Campo temblaba, su apariencia física ya hacia miedo.
Enorme, sucio y desgarbado. Su cara era todo pelo, cejas gordas y enmarañadas, la barba desgobernada y unida al cogote por unas patillas anárquicas y gruesas en contraste con el centro de su gran cabeza monda, debajo de su sobaco se veía claramente el bulto que le marcaba su pistola, tampoco él la disimulaba, como el gigantesco cuchillo que colgaba en su cinto y en sus manazas, un trozo de metro de cable de hierro de un dedo de gordo, que no dudaría en estrellar contra las corvas de quienquiera que no acatase sus ordenes.
Corría el rumor, de que en Tánger, mató a dos guardias por decir que estaba borracho.
¡Él no probaba el alcohol!
Lo único que dominaba esta fuerza de la naturaleza era su religión, o eso creíamos, de todas las maneras, era lo que se decía... realmente nadie de allí conocía a nadie... rumores...
- Quiero a todos en el patio comidos, en menos de una hora ¡entendido!
Ordenó.
El Moro no hablaba, no discutía, a voces ordenaba y punto.
Fue desaparecer Omar, y el caos de la fila se multiplicó por mil, teníamos menos tiempo y si querías comer ¡búscate la vida!
Atragantados y hambrientos, formamos filas paralelas en el mal llamado patio, todos sabíamos que cuando Omar se fuera irían con él los aptos, los demás seguiríamos en el Campo hasta que llegara nuestro turno.
 Samuel se acercaba a su hermano todo cuanto podía, cuidando de mantener la distancia establecida, no quería recibir un puntapié, que era como los hombres de las barbas marcaban la distancia.
-Samuel, sabes que hoy puede tocarme a mí, no quiero que llores ni que rompas la fila, ¿has visto otras veces? Al que se mueve los barbas le pegan.
Dimas, intentaba convencer a su hermano, intuía que su momento había llegado, ya era de los grandes y chicos mayores no podían estar en el Campo, desde que Omar el Moro y sus hombres, los barbas, los trajeron, había pasado mucho tiempo, eran de los mayores, y siempre que el Moro llegaba era para traer y llevar niños.
-Dimas hoy nos toca- dijo Ismail, en un susurro. -Me jode por León, con Fátima no me llevo, de todas maneras creo que Fausta la va a colocar en la cocina, es chica y el “hijoputa”  de Omar nunca las lleva
-¡Mejor en la cocina!, Me han dicho que cuando no caben en su cabaña, a las chicas grandes las dejan en una ciudad y se olvidan de ellas.
Explicó Dimas y refiriéndose a Samuel, le ordenó:
-Y tú callado y quieto
Samuel miró a León, comparado con él, tenía hasta suerte.
Lentamente estaba recuperándose y aun faltaba bastante para que se lo llevaran. Su hermano preparará el camino para cuando él llegue y en ese tiempo será tan valiente como Dimas.
“El Campo era mejor que nada, fuera uno se muere de hambre dentro solo se pasa hambre.” Pensó.


En el Campo todos estaban convencidos; El Moro, los llevaba a una ciudad a trabajar, quedándose  este con parte de su salario, con la otra parte los chicos, intentaban salir adelante.
Rumores...
El hermano mayor intentaba convencerse así mismo
“Samuel estará bien, dicen que el Moro nos lleva a un trabajo, y que allí, mientras hagas lo que te mandan, no te falta de comer, e incluso puedes cambiarte de ropa y salir a la calle. Algunos chavales puede que hayan logrado una chabola, una caseta propia... Tengo que ir, tengo que hacerme fuerte para cuando lleven a mi hermano...”
León y Samuel tenían hambre y miedo...
Ismail y Dimas tenían hambre y miedo... esperanza y hambre...
... y hambre, mucho hambre...
Nadie sabía que pasaba con los que abandonaban el Campo, suposiciones, cábalas…durante los primeros años de existencia del centro todo era confuso, a medida que pasaba el tiempo pudieron ver a algunos de los que se marchaban, pudieron comprobar que no existía abandono, que todos formaban un clan, una gran familia atada por los nudos del hambre.
Al principio solo… rumores…



“LOS NUDOS DEL HAMBRE” fragmento III


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