jueves, 10 de marzo de 2011

los nudos del hambre

LOS NUDOS
FRAGMENTO XVIII
Tras unos suaves golpes en la puerta de su habitación, esta se abrió lentamente y asomó por ella la cara de León.
- ¿Puedo?
Y sin más preámbulo accedió al interior.
La puerta tras León quedo entornada, Gamal, en un acto casi reflejo, apagó el televisor.
Los dos hombres, frente a frente, encontraron sus miradas, manteniendo un dialogo mudo, preguntando y respondiendo mil avatares sin articular un solo sonido, interrogándose desde el alma... contestándose desde la esencia misma del corazón... sin mover los labios.
Eran dos ánimas del recuerdo, siendo sus olvidos tan diferentes como iguales: el Campo sí, el Campo y el hambre eran el vínculo que los unía, las demás nostalgias pertenecían a cada uno, las imágenes evocadas, siendo las mismas, nada tenían que ver.
Ellos, dentro de su más íntima convicción, sin hablarse se dieron cuenta.
Gamal avanzó y abrazó a León, el espíritu de su evocación, la presencia carnal de su pasado.
- Miñambres, estas hecho un toro.- intentó disimular el espacio de desengaño creado.- Te imaginaba berreando todavía.
Desde su silla, alzando la cabeza León, expulsó cualquier síntoma de flojera que le hubiera producido el encuentro, apartó a Gamal y se dirigió cerca de una de las sillas de la estancia, esperando que su compañero tomase asiento, una vez acomodados a la misma altura le preguntó
- ¿Sabes algo de Ismail?- intento no parecerlo, pero su voz sonó áspera, desagradable.
- ¡Vale tío!- se defendió Gamal.- Yo estoy deseando que me cuentes algo de Samuel, y no estoy siendo borde contigo.
- Lo siento.-León reculó.- No intento, para nada, ser arisco... me siento contento de verte... no sé... no puedo explicarlo... no es lo que imaginaba...
-  Te entiendo de veras, tampoco yo supuse un encuentro así, y eso que el “flash” me lo he llevado antes, con Fausta... ¿no me reconoce?- Gamal hablaba casi para sí- Hemos idealizado tanto el momento del rencuentro que no nos dimos cuenta que nunca nos encontraríamos, yo, seguro, no soy aquel chaval que tu recuerdas, y tu, a ti León no te hubiera conocido ni a la de mil.
El silencio entró de nuevo en la habitación, pero ahora León no estaba dispuesto a sucumbir al desencanto.
- ¿Sabes algo de mi hermano? El que he visto en la televisión no tiene nada que ver con mi recuerdo ¿es él de veras? ¿Tanto ha cambiado?
La voz de León si mostraba, pese a sus esfuerzos, la emoción interna que le había proporcionado la visión de Ismail, parte de aquel cojo apenado, si estaba en la memoria de Gamal.

No hacía tanto tiempo que él e Ismail protegían la cola del Campo para que los pequeños no fueran los últimos en recibir el rancho, rememoraba a menudo, prácticamente todos los días, los instantes allí pasados, cuando los dos mayores se sentían héroes y protectores de sus desvalidos hermanos. Recordaba el miedo y a la vez, la esperanza del momento exacto en que abandonaron el Campo con Omar ¡la oportunidad! ¡El futuro! Y no solo para ellos dos, sino también para los suyos.
¡El tiempo! ¡Que relativo! Tan brevemente corto... tan excesivamente largo...
Pocos años separaban sus evocaciones del momento actual y, según el estado de ánimo que tuviera le parecía que hubiera sido ayer o en tiempos atávicos, gratos o feos, de lo que sí se estaba convenciendo, era que a todos los crios que pasaron por el Campo les ocurría lo mismo, nadie era participe de ningún ente familiar, sus recuerdos nada tenían que ver con la realidad de cada uno, simplemente eran sueños y deseos creados por ellos en su imaginación, para ocultarse a si mismos que no formaban nada, eran islas en un océano, sus familias eran virtuales, solo existían en la memoria mentirosa de cada uno, en el anhelo de lo que pudo ser y no fue.
Gamal le habló intentando que no se notara su desgana, fingió ganas de compañía.
- León, todos hemos cambiado, hace años que no ves a tu hermano y puedes haberte llevado un ligero desengaño, yo te aseguro que la última vez que nos vimos no paramos de hablar de vosotros, de los viejos tiempos.
- Eso es precisamente lo que no me gusta Gamal.- insistió León.- ¿Tanto hemos cambiado? Entre nosotros no queda nada, tal vez, después del Campo se acabó todo. Mírate, ya ni tan siquiera te llamas Dimas.
- ¿Y Samuel? ¿Sabes donde está?- Gamal realmente no estaba muy seguro de querer saberlo.
La pregunta de Gamal, no por esperada, sorprendió a León, no era eso lo que ocupaba ahora su mente, en su cabeza veía cada vez mas claro la parte sutil de la Obra, percibía lo verdaderamente ingenioso, agudo y a la vez vil del plan.
Absolutamente todos los hambrientos que pasaron por el Campo han adquirido una deuda de por vida con el Mulá, con su Obra...
Todos los chicos creen tener una familia detrás de ellos, ya sea consanguínea o emocional, alguien por quien luchar o a quien esperar.
En el escaso tiempo de convivencia en el Campo, los niños, todos ellos aterrorizados, escuálidos, faltos de cualquier atisbo de cariño o protección eran rehenes de sus entrañas emocionales a flor de piel, de sus sentimientos desgarrados por una u otra atrocidad.
Había sido muy sencillo comprar sus voluntades, a pesar de que el Campo no era ningún paraíso, para todos estos desarrapados, en su momento, fue un oasis en sus cortas y míseras vidas, supuso lo mejor que les había pasado, allí encontraron con que llenar sus vanos estómagos, allí les dieron cama y les dejaron dormir, allí les concedieron el derecho a jugar sin inquietarse por quien se les acercara, allí curaron sus heridas carnales... y allí solaparon, que no sanaron, las lesiones del alma. Allí fomentaron sus sueños, creando así sus propias frustraciones, y allí les hurtaron su cariño, encadenándoles de por vida a la Obra.
León buscaba culpables en plural, pero su intelecto, lentamente le mostraba, le proyectaba dentro de su cerebro el gran, el único culpable, el verdadero titiritero que manejaba las marionetas desde lo alto del escenario:
Fausta era la diosa que otorgaba el cariño, la comida, los rapapolvos que luego provocaban chascarrillos, los asuntos mas relacionados con las madres que todos los allí recogidos echaban en falta.
Omar era el orden, la autoridad, la figura del recinto que hacía las veces de padre.
Así se formaba un clima ficticio de pertenencia, conseguían que los crios se creyesen importantes los unos para los otros, construían una cadena de eslabones humanos en la cual todos los muchachos se sentían involucrados, pero al mismo tiempo, no permitían una relación entre ellos duradera, ¡no! Siempre la lejanía y la distancia tienden a engrandecer y casi mitificar los buenos recuerdos, y así, sin contacto no existe el peligro de descubrir los defectos propios y ajenos. Con el paso del tiempo tanto el ausente como el presente habrán mitificado sus sentimientos y el vínculo será irrompible.
Y él era el vínculo, la atadura, el nudo entre el antes y el ahora...
Él, el Mulá Abul, el medico del cuerpo y el sanador de las almas, el omnipresente y el todo poderoso, el culpable de que estas mierdas humanas tengan una segunda oportunidad.
¡Te alabamos, señor!
-   Te he preguntado por Samuel-. Gamal le estaba sacudiendo el brazo, intentando sacarle del trance en el que parecía estar.- ¿Le ha ocurrido algo?
La voz del antiguo Dimas mostraba ahora preocupación y de nuevo le interrogó.
- Contéstame ¿Qué sabes de mi hermano?
León recorrió con su mirada el cuerpo del ahora desconocido Gamal, no confiaba en él, no confiaba en nadie, apartó la mirada del inquieto hombre y salió de la habitación, a su espalda escuchó el penúltimo intento de Gamal por conseguir información.
- Samuel ha muerto, verdad.
Un poso de amargura mezclada con la intuición ácida del fallecimiento de su hermano subió por su garganta dejando en su boca el amargo sabor de la bilis.
- Hace tiempo que no se nada de él, lo siento.- sin darse la vuelta, mientras se alejaba, León mintió.
En la amplia cocina de la casona, Fátima y Fausta conversaban animadamente. De aquella niña desfigurada y mohína solo quedaba el recuerdo, de por vida, marcado por la gran cicatriz que cruzaba su cara, no es que la muchacha fuera la alegría de la huerta, pero, sobre todo, cuando estaba en compañía de la monja. Nada daba señales de su tétrico pasado.
Para Fausta aquella joven era prácticamente su hija, el trato de años, su docilidad, sus ganas de aprender todo aquello que hiciera falta, las ansias de complacerla, todo en su persona despertaba sus instintos maternales, a pesar de que nunca, ni siquiera una sola vez, deseo pasar por un parto propio ¡eran demasiados los ajenos que había atendido!, Consideraba a la morita como hija de sus propias carnes, a León le tenía aprecio pero, ¡nada que ver!
La Obra para Fausta era un tema tabú, cualquier detalle serio que tuviera que ver con Abul, ella lo enterraba en sus adentros, con nadie comentaba nada, no obstante esta vez estaba un poco descolocada, no la importaba mucho los asuntos del Mulá, ella sabía quien proponía y quién decidía, y lo acataba sin ningún tipo de preocupación.
Esta vez, ¡era extraño!, Esta vez estaba inquieta, ni sabía por que, ni encontraba ninguna razón para estarlo, pero estaba intranquila. Ella vio en la televisión lo que todos, y entendió igual que casi todos, o sea, nada.
- Uno de los chicos del Campo, parece ser, tiene un buen trabajo en la tele.
Comentó en voz alta, y continuó con su explicación, mas para si misma que para nadie, como si al oír sus pensamientos pudiera comprender algo.
Fátima aparcó sus quehaceres para mirarla y decir algo, pero Fausta no lo advirtió y siguió con su comentario.


- El Mulá si está haciendo por la gente, quien iba a pensar que uno de los tripa-tristes que hemos quitado los mocos saliera en un programa, luego dirán lo que quieran, pero Abul poco a poco va situando a todos ¡Y mira que es difícil! Aparte de este hombre ¿quien coño mira por los pobres? ¡Por los pobres de verdad!
- ¿Conocíamos al que ha salido?- preguntó sin ninguna intención Fátima.
- No lo creo, pero ya sabes ¡anda que no han pasado!, si tuviera que acordarme de cada uno...
Los guisos desprendían vapores que caldeaban la ya de por sí caliente cocina, y Fausta, sobrada de alguna decena de kilos en su cuerpo, tomaba un color coloradote en su cara, a la vez que unos reguerillos minúsculos de sudor surcaban su frente. Limpió con su manga el líquido que mojaba su cara y se quejó amargamente de su sobrepeso.
- ¡Hija mía! Hay que joderse lo bien que tu me comes, que no te privas de nada, y, sin embargo ¡no coges un kilo! ¿Cómo puede ser posible? Yo me mato a comer verduras y... ¡mírame! Parezco un botijo sin pitorro. ¡Claro coño! consumo  verduras ¡Una herrada de verduras es lo que como! Que lastima joder, unas tanto y otras... ¡Cómo huele Fátima! ¿Que estas haciendo? ¡Huele que alimenta!
Riéndose como siempre que Fausta hablaba de sus gorduras, Fátima la regañó cariñosamente.
- Fuera de bobadas, debería tener un poco de cuidado, si la pasa algo ¿qué hago yo?
- ¡Leches!- se revolvió la aludida con tono jocoso.- ¿y por qué me va ha pasar algo? ¡Anda, anda! Deja de decir payasadas y retira ese sofrito de la sartén, que se nos va ha quemar.
Como casi siempre daba la orden y antes que se cumpliera ya la estaba ejecutando ella misma, mientras vertía el contenido de la sartén, en la cazuela del cordero, quedó meditabunda.
“La cría llevaba su razón, pero ya lo tenía todo atado y bien atado: el día que ella faltara todas sus cosas pasarían a Fátima, ya lo había arreglado con un notario y aunque no lo sabía nadie, bueno si, Omar y León que fueron los testigos, su hija postiza, como la gustaba llamarla, no pasaría necesidad.”
El aroma de la comida atravesó puertas y ventanas, filtrándose como el fantasma de la gula en los sentidos de los ocupantes de la casa.
En la puerta de la cocina asomó la cara de Samuel demandando la atención del ama.
- Señora Fausta, en la puerta hay unos hombres que dicen vienen  por lechazos, un tal Esteban Pelayo, dice llamarse.
- ¡El sinvergüenza del Pelayo!- dijo Fausta, sin dar al adjetivo nada de lo ofensivo que tiene.- ¡Bendito Dios! El tiempo que no le veo. Dile que ya salgo Samuel ¡ah! Y avisa al pastor para pesar.
 No era necesaria la presencia de la monja, de hecho la mayor parte del año Mílio, el pastor, era quien realizaba todos los tratos con los carniceros, algunos de los cuales llevaban años surtiendo su carnecería de los animales criados en Villa Josefa, pero Fausta aprovechaba cuando conocía alguno de los mercaderes para hablar con “gente normal”, a la que no tenía que explicar sus comentarios con doble sentido ni sus dichos o “palabros”.
Se limpió las manos y dirigiéndose a quien la escuchase anunció.
- Voy a ver que hacen estos, de paso me alargo hasta Medina a dar una vuelta ¡si es que no voy, nunca, a ningún sitio!
Murmuró en un tono de reproche jocoso según salía de la cocina.


La gustaba ver e intervenir en el regateo que se montaban el Pelayo y el Mílio, como tanteaban los lomos para descubrir el grado justo de gordura de los infortunados lechazos, la discusión clásica del tendero buscando animales:
 “Que no sobrepasen los diez o doce kilos en vivo que luego en canal se me van de peso y mis clientas dicen que son corderos”.
 La misma respuesta del pastor, vez tras vez:
 “Por que no saben lo que comen, ayer llevé yo a mi casa uno de la cabecera, con, por lo menos tres kilos más que los que tu llevas, y... mantequilla... eso era... mantequilla, ignorantes, ya lo decía mi abuela ya, quien no está acostumbrada a bragas las costuras la hacen llagas”.
Todos los pasos, incluso las frases eran siempre las mismas, el ritual se repetía, y entre los contrincantes existía una necesidad de vencer, de ser mas avispado que el otro, de conseguir que los lechazos que salieran de la cija pesaran doscientos gramos mas o menos, de lograr un precio diez o quince céntimos mayor o menor que lo que se pagara el domingo en el mercado de Medina, estaba en juego la reputación del comprador y del vendedor.
Cuando Fausta llegó a la nave, estaban terminando de pesar en la romana del comprador, nítida en sus pesos y fidedigna a más no poder, una cosa es el trato y otra la formalidad.
- Pelayo, ¿ya estás engañando al Mílio?
- ¡Dichosos los ojos! Señora Fausta no pasan los años por usted ¡como quiere engañar a este! ¡Si parece que va ha heredar, el jodío!
Se saludaron cariñosamente, momento que el tal Pelayo utilizó para meter una puyita en favor de su negocio.
- Dígale al Mílio que me los deje mamar, que si no hasta mañana en el matadero los animalitos se me van a estropear.
Fausta se dirigió a uno de los ayudantes del pastor y lo envió a la cocina a por unas cervezas y dirigiéndose a su empleado le dijo:
- Mílio abra una telera y páseles a mamar con las madres, que este truhán lo que nos haya tenido que robar seguro que ya se lo lleva entre las uñas.
- ¡No si este no da puntada sin hilo, no!- respondió el llamado.
- Gracias señora, ¿y como es que usted por aquí? A dar una vuelta a estos calaveras.- Por hacer tiempo y entablar conversación, el tratante  preguntó y contestó a la vez y sin descuidar el ganado.- ¡Mílio me fío de ti! Mañana a las siete estoy por los lechazos.
- Por dejarme ver.- dijo Fausta.- ya sabe que esta tierra es mi vida, el día que no pueda venir me muero, por cierto ¿tiene sitio en la furgoneta? Tengo que comprar unos zapatos y mañana es jueves, por más años que tenga, no me acostumbro a que en este pueblo se cierre los jueves en vez de los domingos.
- Para usted señora siempre hay un sitio.- invitó el tendero adulador.- nos tomamos esas cervecitas y la acerco.
- Mílio dile a Omar que antes de comer envíe a alguien por mí, antes de las tres en la curva de la Colegiata ¡vamos Pelayo! Ya le invito yo allí.- sentenció Fausta agarrando por el brazo al citado y llevándole a la furgoneta.
Arrancaron el vehículo y se pusieron en carretera, no era mucha la distancia, pronto llegarían al pueblo.
- La alargo hasta la plaza.- se ofreció el carnicero.
- Si me hace el favor, allí compro lo que tengo que comprar y me tomo un café en lo que vienen a buscarme.
fragmento XVIII

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