jueves, 11 de noviembre de 2010

los nudos del hambre



TÍTERES

fragmento IV

Apenas recordaba bien la cara de su hermano, en unos cuantos años, su mundo, cambiaba todos los días, el Campo, no se parecía en nada a aquel al que llegó, todo estaba mejorado, ahora, tenían escuela y cerca del “embalse”, algo que llamaban, pista americana.
Les daban clases mujeres y hombres, algunos de ellos, decían haber estado alguna vez, en su niñez, en el Campo, comentaban, que ellos tuvieron que salir de allí, para acudir a escuelas o recibir entrenamiento físico. Hablaban de Sudan, Siria, Afganistán...
El Campo actual era de lo mejorcito, a veces, ¡hasta los daba clases el Mulá!
Lo único inalterable, su hambre crónica, el hambre que les había degollado el alma y, les dejó una cicatriz incurable, era el vinculo de todos los muchachos que estuvieron o estaban. Ellos eran los ojos del hambre
A Samuel, realmente lo que le gustaba, era la parte física de su adiestramiento, las enseñanzas teóricas, le aburrían, prefería que se las explicara después, León, él por lo menos se lo hacia mas ameno.
Sin embargo, en la “pista”, él era el mejor.
Era el más fuerte, el más rápido y no tenía rival a la hora del manejo de las armas: Cuchillo, pistola o fusil, eran como una prolongación de sus extremidades.
De genética afortunada, su cuerpo era, de por sí, poderoso. Si a esto añadimos, no solo el entrenamiento duro y diario, sino los años de empujar, por terreno inhóspito, la silla de León, tenemos un fenómeno de músculos, de acero, entrenados.
Desde que se llevaron a Dimas e Ismail, León y él se hicieron inseparables, al principio por consuelo mutuo, luego, no sabían estar el uno sin el otro, además, eran complementarios, León era a Samuel, lo que la sal al agua de mar. Eran amigos, sobre todo amigos.
Samuel, era la movilidad de León y este era el ingenio de los dos, aunque con sus muletas y luego, con la vetusta silla de ruedas, León, era más ágil y rápido de lo que uno pudiera creer.
Para ellos la marcha de sus hermanos, no fue del todo mala, unos pocos días de berrinche y luego por la misma inercia del Campo, a sobrevivir.
Fátima, ya hablaba, poco, pero hablaba, sin duda gracias a la dicharachera Fausta.
La cocinera de voz de flauta, delegaba muchas de sus faenas en la joven, y a ella, el sentirse útil le hacia recuperar la autoestima, no tardó en granjearse el aprecio, también de Omar y “los barbas”. Con ellos no cruzaba palabra, pero si estaba al tanto de su llegada, una sopa o un gazpacho, como Fausta la enseñó, no faltaba en la cocina.
- Desde que Fátima maneja el huerto, hay algo verde en el desierto.- solía decir Fausta.
Omar, se preocupaba de traerla alguna semilla para el huerto, incluso mandó, a los barbas,  cavar una especie de acequia con un regato, para recoger las escasas fugas del embalse y así no tener, Fátima, que transportar el agua a cubos.
No daba mucha producción, aun cuando, a veces podían darse un capricho con los frutos y hortalizas que Fátima conseguía robar a la naturaleza.
Su hermana era un verdadero chollo para León, esto al chaval le hacía ganar muchos puntos en la jerarquía natural del Campo.
Si entre los crios predomina la ley del mas fuerte, y allí, él mas fuerte es el que tiene mas fácil el acceso a la comida, León, era el único que gracias a los cuidados de su hermana, podía conseguir alguna ración extra, y por si esto fuera poco, Samuel, sacaba una cuarta a todos los demás, una señal de León y este, como un felino, saltaba a por cualquiera que osase molestarle.
La mayor alegría de su vida, se la proporcionó Fátima. Él siempre pensó en su hermana como alguien a quien debería proteger, pero desde que ayudaba a Fausta, era ella quien le cuidaba.
Uno de los días que Omar llegó con más muchachos, Fausta lo llamo por su nombre:
 -     León, tu hermana está en la cocina y quiere verte.
Colgado de sus enormes muletas, fue lo más deprisa que pudo:
 “Si tengo que ayudarla a algo, cuanto antes mejor” pensó el chaval tullido.
 Entró en la nave que hacía las veces de cocina y por primera vez en su corta vida le cayeron lágrimas de alegría.
-    ¡Es mía! Pídeme lo que quieras, ¿Quien la ha traído? ¡Ostias! ¿Es para mí?-León hablaba atropelladamente –Fátima, dime que es mía ¡joder!
La chica, sin volverse.
-   Te la ha traído el Moro
De un salto se sentó, no había puesto el culo en la silla, y ya hizo girar las ruedas todo lo que sus brazos podían, gritó, chilló con todas sus fuerzas:
-   ¡Samuel, mira! ¡Samuel mira el cojo! ¡Ostias Samuel!
En la cocina, después de años, la cara de Fátima se contrajo en una extraña mueca, parecida a un intento de sonrisa, y una lagrima resbaló por su mejilla, ni Fausta, ni Omar le pidieron nada a cambio... Si, hay gente buena...
Un momento perdido, de los pocos que tenia, hace ya... un tiempo, le hablo a Fausta de su hermano.
Y en la primera ocasión.
-   Moro. La voz de pito de la cocinera le llamó
-   Moro, la chica nueva, la hermana del chaval sin pierna, me ha dicho si podía hacer algo por su hermano, unas muletas nuevas, una ortopedia... ¡yo que se!, mira a ver tu...
El Moro no dijo nada, pero Fausta sabía que si León tenía alguna oportunidad, esta pasaba por Omar.
Le caía bien ese chico, es mas, ese chaval tenia algo que muy pocos de los demás mortales tenían. Inteligencia, una inteligencia de raza, de cuna, innata. Algo que no se aprende ni se enseña, con la que se nace, ese crío sin pierna era capaz de manejar todos los hilos del Campo, era el líder natural de todos los chicos, sabía manejar las ventajas de tener una hermana en la cocina y de tener el amigo mas fuerte y mas grande.
Para llevarse los honores, hacía la pelota a Fausta, la convencía, de vez en cuando, que hiciera pan dulce, luego él lo repartía y no era rencoroso, más bien procuraba que los demás le debieran favores.
La fila a la hora de comer, de un tiempo para acá, no daba ni un problema, los discapacitados y los más pequeños, delante, los demás por orden inverso de entrada en el Campo, el último León, con su sombra, Samuel.
Lo que ni “los barbas” ni él, el temido Moro, habían conseguido, lo había logrado este condenado tullido, por eso, por que era muy, muy inteligente.
”Fíjate”, pensó Omar,”ya no juegan al fútbol, juegan a la guerra, para que León pueda ser el jefe”.
De todos los criajos que había transportado durante estos años, solo conocía el nombre de este, León.
Quizá por su mirada, quizá por su forma de hablar, quizá por sus silencios...

“LOS NUDOS DEL HAMBRE” fragmento IV
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1 comentario:

Belén dijo...

cada vez mejor! felicidades una vez más