Café para todos
MUJERES, HOMBRES Y VICEVERSA
El local
rebosa de vida, está de moda y decenas de personas acuden a él a diario.
Alrededor de una mesa de forja con cubierta de mármol blanco, cuatro personas
discuten sin ponerse de acuerdo sobre el eslogan que debería aparecer en los
carteles de las jornadas en favor de la igualdad entre mujeres y hombres.
Reunidos en un bar amplio que a la vez trasmite una sensación de intimidad
—intimidad proporcionada por estratégicos biombos de apenas un metro, que no
ocultan a nadie, pero parecen delimitar conversaciones— dejan que sus voces
fluyan altisonantes en busca de una aleación perfecta con los sonidos
habituales del local. Entre risas mezcladas con el ruido de la cafetera al
calentar la leche y suspiros cómplices que arropan el incomodo triquitraque del
molinillo, recrean un ambiente familiar que solo molesta al cazador de
confidencias ajenas. Debaten vivencias enmarcadas en una atmósfera, densa y
casi vitamínica, realzada por el aroma del torrefacto. Hablo de un café café,
pues en este establecimiento solamente se vende ese producto; solo, con leche,
con hielo, descafeinado, corto o largo, pero únicamente café, y al mismo precio
en cualquiera de sus formas; el valor de la esencia es el mismo, no se cobra
por el disfraz exterior.
Los presuntos
creadores del lema tratan de apartar frases manidas, pero sobre la mesa solo
hay rebujos de papel desperdiciado con ideas tachadas y dos pares de tazas
vacías. Salieron de la oficina a buscar inspiración entre el gentío, pero no
han hallado nada original. Uno de ellos, un hombre trajeado y con bigote, se
reclina en el respaldo de la silla y resopla ante la ceguera de su mente. La
mujer que tiene a la derecha juega con el piercing
del labio, tal vez pretende dar cuerda a la imaginación. Frente a ella, un
varón rapado y con tatuajes en el cuello masajea su calva como si fuera la
lámpara de Aladino y él esperara la aparición del genio. Otra mujer completa el
cuadro. Con traje de chaqueta recto y media melena de reciente peluquería
trastea un bolígrafo entre los dedos y observa el desanimo de sus acompañantes.
Hace un gesto con las manos como si quisiera envolver el recinto y levanta la
voz lo suficiente para llamar la atención de sus compañeros.
—Mirad este
lugar. Nadie repara en el sexo del que sujeta la taza de café. Ninguno es igual
al otro y nada les hace diferentes.
—¿Qué quieres
decir? —se interesa el tatuado—. Somos iguales cuando estamos de risas y no hay
pasta de por medio...
—No, fijaros
en las mesas —corta el del bigote—. La mayoría son amigos que comparten con sus
afines, pero a la vez interactúan con otras personas; al convivir en el mismo
espacio cooperan para que el establecimiento funcione como un aglutinador donde
todos estén cómodos.
Los cuatro
publicistas observan absortos a los distintos grupos que dialogan, salen o
llegan al popular café. Ven las sonrisas cómplices, entre desconocidos, ante el
gesto rápido de unos por atrapar la mesa que otros dejan. La presteza con que
intercambian los azucarillos o las servilletas de papel. Personas anónimas que
se reconocen en idénticas situaciones y se emplean como les gustaría que
hiciesen con ellos. Mujeres y hombres creando un universo agradable a otros
hombres y mujeres. La pensadora del piercing
se pone de pie sobre la silla y golpea con la cuchara un vaso de cristal; a
la vez levanta la voz:
—¡¿Podéis
escucharme un minuto?!
La sala calla
en el acto. Todas las miradas convergen en aquella figura encaramada en el
asiento, antes que los murmullos recobren fuerza pregunta:
—¡Mujeres!
¿Por qué venís aquí?
El silencio
hace notar que hay un televisor encendido, lo ha estado siempre. La clientela
no entiende la situación; alguien se cree víctima de una broma. En el fondo del
local, una chica con el pelo naranja se incorpora de su banqueta y contesta.
—Por el café.
Una aclamación
general acompaña la respuesta.
—¡Ahora los
hombres!
—Pues por lo
mismo, por el café —corrobora un señor de la mesa contigua.
—Gracias
amigos, por lo que veo el café no tiene sexo —bromea la mujer mientras se
sienta entre una carcajada general.
El dueño del
negocio deja la barra y se acerca solemne a la mesa donde divagan las cuatro
personas, de forma jovial sentencia:
—El ser humano no tiene género, el sexo del individuo es solo un matiz.
fecarsanto 2014
aquí puedes acceder al ÍNDICE del borrador de"LOS NUDOS DEL HAMBRE"
2 comentarios:
Bien narrado y con una buena conclusión final. Un saludo.
Gracias, José.
El desenlace es el que cada cual quiere ver.
Saludos
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