jueves, 8 de marzo de 2012

RELATOS DEL VIENTO

DIGNIDAD EN EL AIRE

LA ENFERMERA MUTANTE


Una enfermera cuarentona y estropeada apareció por
la puerta más observada del pasillo. Entre mujeres y
hombres, pacientes o acompañantes, seriamos unas treinta
personas. Todos, a los que nos iban a efectuar la prueba,
llevábamos cara delatora de miedo interno, intentábamos
solaparla tras una falsa y nerviosa sonrisa, o mostrando una
mesura serena desmentida por los movimientos de pies y
manos incapaces de quedarse quietos.
─Camilo Barragan─ los ojos de la mencionada
enfermera escrutaron el pasillo, nadie reaccionaba ─¿ no
está Camilo Barragan?
Sobresaltado, contesté.
─Soy…yo…
El aire no acude a la petición de mis cuerdas vocales.
Me sale un sonido trémulo, viciado del absurdo pánico que
abarca mi cabeza.
Mis piernas, contaminadas del mismo terror, se
niegan a enderezarse. Me quedo sentado como un estúpido
mirando a la mujer, que entre sátira y sádica, me reclama.
─¡Vamos amigo! No tenemos todo el día.
Mi cerebro cobarde consulta a mis ojos, estos le
envían una señal avergonzada al notar, sobre mi ser, todas
las miradas de los inquilinos del pasillo de espera. Me
incorporo, camino hacia la puerta, tiemblo pero, la traspaso.
Afuera queda el rótulo que informa:
“DOCTORA CELIA RAMOS CIFUENTES”
Hecho en falta el letrero real, el que debería anunciar:
“SALA DE GASTROSCOPIA”
“HABITACIÓN PARA LA PRUEBA DE LA
BOMBILLA”
La misma enfermera de antes, ya en sus dominios, me
parece una mujer madura e interesante. Me indica una silla
frente a la doctora y esta, muy formal, me informa:
─La exploración que vamos a efectuar carece de
riesgos. Sentirá un ahogamiento, el cual, será producto de
sus nervios, ya que, en todo momento, usted podrá respirar,
tanto por la boca como por la nariz. Quiero advertirle que a
la vez que introducimos la cámara hasta el estomago,
inevitablemente, entrará aire, y ese aire, inevitablemente y
de forma espontánea, saldrá.
Mi mente se atascó en una sola idea.
“Ese aire, espontáneamente, saldrá”
Acompañado por la cada vez más guapa enfermera,
me acomodé en la camilla con los músculos de los glúteos
apretados hasta hacerme daño.
─Túmbese de lado ─pasó un pañal por debajo de mi
cara y, con mucha naturalidad, me explicó─ Es para las
babas, inevitable ─colocó un pequeño embudo entre mis
dientes─ Muerda, por ahí entrara la cámara.
Mi mente intentaba clasificar mis temores, pero estos
eran tapados por mis vergüenzas.
Despacio, raspándome, lentamente deglutía el fino
tubo que transportaba la cámara de video. Notaba la leve
erosión que me producía en las entrañas. La luz, producida
por el aparato, inundaba por primera vez mis esencias.
En una pantalla, frente a la doctora, se presentaba un
planeta rosa formado por dunas blandas y consecutivas que
asomaban sorprendidas por la llegada del albor de artificio.
Observé pozas, semejantes, de agua y aire que escapan y
acuden al círculo de claridad. Forman burbujas de límites
blancos, saltan, bajan, suben… de pronto…
¡Me añusgo! La asfixia cercena mi raciocinio: “Me
ahogo”
La poderosa amazona que sujeta mi cara acaricia mi
frente, me sosiega.
─Respire, no es nada.
Sin previo aviso, un viento inesperado y veloz
irrumpe en mi esófago, se abre paso por la laringe y la asalta,
escapa por mi boca emitiendo un largo, profundo y
resonante sonido gutural.
Mis acuosos ojos imploran perdón, trasmiten rubor
ante mi incontinencia. La venus cuidadora me tranquiliza:
─Es normal, es lógico.
Por fin, la voz de la doctora acaba con mis pánicos.
─No aprecio ninguna anomalía. Eso sí ¡deje de
fumar!
La médico me abandona en la camilla y se dirige a su
enfermera:
─Haga pasar al siguiente.
Yo, allí olvidado, recojo mi dignidad y balbuceo.
─Hasta otra…



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