jueves, 22 de septiembre de 2011

los nudos del hambre

LA ESPOLETA

FRAGMENTO XLVI 

La noche medinense recibía por dos de sus entradas la mecha y el fósforo.
La carretera de Salamanca, que llevaría a Fausta y sus leales a Portugal desde donde iniciarían una nueva vida, conducía inexorablemente y al contrario, los pasos de Alfred Larsson al Puente de San Miguel, acompañado y retardado por la fila humana, cada vez más densa, que se iba formando con las pequeñas sumas de caminantes procedentes de los pueblos cercanos, ganaba metros y perdía tiempo, lo que él quería, era confundirse en el maremagno que soñaba se hubiese convertido la plaza mayor del pueblo, una vez allí, esperaría acontecimientos.
La prisa por integrarse y camuflarse en la masa humana estorbada por la parsimonia alineante del gentío, le estaban haciendo perder los nervios.
Abandonó la fila, formada ya en las aceras que escoltaban la antigua travesía de la nacional seis, la carretera de Madrid.
Separándose, quedándose solo en la calzada, justo en medio del puente, a su izquierda la iglesia de San Miguel, vigía de la entrada y salida en la villa del río Zapardiel, a su derecha la calle Padilla, principal bocana de la Plaza Mayor de la Hispanidad.
Asombrado, observó la riada de gente que colmaba la calle, transitando en dirección contraria a sus intenciones ¡imposible mezclarse en una amalgama inversa a tu destino!
¡De pronto! Atisbó tras él una silueta que corría, alguien conocido, que no reconocido.
La forma humana concretaba rasgos a medida que se aproximaba ¿quien era?
Su cerebro le urgía:
¡Corre, huye! ¿Hacia donde? ¿De quien? Sus piernas tampoco respondían, a un metro... lo vio.
- ¡Omar!

fragmento XLVI

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