jueves, 15 de septiembre de 2011

los nudos del hambre

LA HUIDA III


FRAGMENTO XLV






El testimonio de Fausta puso de luto el ánimo de Abul, por primera vez en toda su existencia tenía la sensación de haber sido utilizado, aunque llegados a este punto, el Mulá se preguntaba si toda su existencia no habría sido una simple farsa para lucro de otros.

Cabizbajo y derrotado, hundido en el sillón, ya no prestaba atención a nadie de los que le rodeaban.
Por enésima vez, su tía, le preguntó al tiempo que le obligaba a mirarla levantándole la cara con una carantoña.
- Abul ¿nos vamos ya? No podemos esperar eternamente.
Fausta, ante la sorpresa general, era la dueña de la situación y había tomado las riendas del pequeño grupo, convirtiéndose en su líder sin oposición. La decisión de abandonar la casona con destino a Portugal, fue establecida con tal naturalidad, que a todos pareció lógica, enseguida se pusieron a trabajar en ella: el automóvil y los enseres necesarios para el viaje fueron preparados con prontitud ¡necesitaban hacer algo!
Todos ellos estaban ansiosos en coger actividad y abandonar así la tensa atmósfera que soportaba la antigua gloria ¡todos ellos! Excepto uno.
- Abul ¡eres necesario! Serás muy útil.- la monja forzaba un penúltimo intento.- Yo todavía creo en ti.
La callada por respuesta. Abul no oía, el Mulá rumiaba su derrota, Fausta, con un ademán, mandó salir a los jóvenes, y habló a Fátima.
- Ir arrancando el coche ¡qué se entone el ambiente, fuera está helando! Enseguida salgo.
Unos ojos de asesinos a punto de saltar de sus cuencas, rastrearon a los que salían, después giraron para fusilar a Fausta. Volvieron a caer concentrados en el suelo, mirando sin ver nada. Del otrora poderoso Mulá Abul, no quedaba nada.
La mano de ella se apoyó en el hombro del Mulá, este, mecánicamente, con una parsimonia que infundía terror, giró la cabeza, entreabrió los labios escupiendo en la cara de su tía, ella sobresaltándose, retrocedió un paso, el Mulá se incorporó sacando una pistola para enfocarla directamente al pecho, claramente enfocando el cañón del arma al corazón de la mujer, dejó que transcurrieran unos segundos eternos, mirándola de arriba abajo:
- ¡Vete a la puta mierda!
Bajó el arma, se dio la vuelta y abandonó la estancia.
Como un autómata, Fausta salió, montó en el coche sin mirar atrás y sin decir nada.
Los cuatro ocupantes del vehículo quedaron mudos, nadie osaba hablar, unos esperaban alguna explicación de lo que había pasado dentro, la otra, contrariada, parecía reacia a cualquier aclaración, solo se oía la respiración agitada de la monja, algo debería ocurrir y no terminaba de suceder,
Finalmente, tras un sonoro suspiro de Fausta, ordenó.
- ¡Arranca! La yegua que por su gusto corre, no malpare.

fragmento XLV




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1 comentario:

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